El coche era nuevo y destacaba en aquella calle de casas de planta baja y sin asfaltar. Juana salió como de costumbre a despedirle. Sabía que se arriesgaba a miradas indiscretas. Se tranquilizó, pues con el niño delante, nadie pensaría mal de la visita a esas horas de la mañana, cuando el marido estaría ocupado bebiendo en el bar. Se miraron. Gabriel miró los zapatos de la criatura. La suela estaba muy gastada y casi no tenían charol. Se dieron sendos besos en las mejillas. Él pensó que en la próxima cita le regalaría unos. Ya verían como justificárselo al celoso marido. Eran primos y seguramente podría aceptarlo como un presente y no como un acto de caridad.
—Tengo que cambiarle los zapatos pero hasta el viernes no cobro —murmuró ella sin dejar de mirar el elegante traje que vestía él.
—Pero los tuyos están también muy gastados —respondió él.
—Pues hasta dentro de dos meses... ¡Ya ves!
Volvieron a abrazarse mientras ella musitaba algo ininteligible. Se separaron de nuevo como con dificultad.
—¿Qué decías? —preguntó él mientras se acercaba al automóvil y esgrimía la llave.
Las miradas de Juana esquivaron sus ojos. Se centraron en las ruedas del vehículo. Allí en la calle debía esconder los sentimientos. Él contempló la torpe bata floreada de estar por casa. Debió imaginar el futuro que le esperaba si ella no se escapaba de aquel agujero.
—Me voy... que tengo el fuego encendido.
—Antonio sigue sin trabajar, ¿verdad? —preguntó él; ella se detuvo.
—¿Por qué me lo vuelves a preguntar? —Respondió ella—, ya sabes que hace años que se puso de fotógrafo. No entra un duro en casa desde entonces —bajó la cabeza—. Si no fuese por las horas que echo en ese taller de confección no tendríamos ni para la luz. ¡Pero por favor, no hablemos más del asunto! que el cura ya lo santificó.
Se hizo un silencio y ella entró en casa. El pequeño se quedó allí, fascinado por la mecánica. Gabriel no lo advirtió. La bata de rayas azules se enganchó la puerta. Arrancó y arrastró al niño unos cuantos metros. Pudo agarrarse en el picaporte.
El pequeño pasó del pánico a la fascinación por arrastre. Algunos caminantes lo advirtieron y le hicieron señales. El conductor no hizo caso y giró en la primera esquina. El niño se agarraba aún con más fuerza. La inercia lo apretó contra el coche y entonces él se dio cuenta. Frenó en seco en medio de la calle. El marido que regresaba del bar dobló la esquina en ese momento. Salió la madre que fue avisada por las atentas y vigilantes vecinas. Gabriel apenas pudo balbucear unas disculpas.
—Si no llega a ser por los zapatos gastados... —dijo la madre, casi gritando mientras abrazaba al pequeño.
—Yo fui descalzo hasta los catorce ¿por qué no va él a ir igual? —respondió Antonio con voz achispada.
© Manel Aljama (enero 2010)
© Ilustración Marta Aljama
Basado en un hecho real acaecido entre 1967 y 1969
Tienes una forma muy peculiar de relatar...se veía a simple vista que los protagonistas eran amantes.
ResponderEliminarY la indiferencia de ese alcohólico padre. Ante un accidente fortuito que pudo llegar a mayores si no hubiese sido por esos zapatos gastados.
Gracias por compartirlo.
besitos
soni
Es muy duro manel, es una historia dura.
ResponderEliminarla pobreza, la sumisión y resignación de esa mujer a ... qué cosa o que tradiciones, que lástima.
Y ese padre alcoholizado de sentimientos embotados.
Me gsutó mucho
pd. la foto es fabulosa dale mi aplauso a tu hija por ella
La realidad que rodea a muchos de nosotros, el paro, el no llegar a fin de mes dejando los gastos necesarios, incluso urgentes, por otros de mayor prioridad. Esa tristeza en las almas, del quiero y no puedo, y un toque de sentimientos para minimizar los males que se arrastran, y por suerte, la providencia jugando a favor del más débil. Un relato sencillo de intención y efectista en su resultado. Me gustó.
ResponderEliminarBesos
Carmen
Me ha encantado tu relato.
ResponderEliminarAmor prohibido
Niño victima de las circunstancias ( como siempre pagan el pato de todo)
Padre egoista y alcoholizado.
Y parece tan real!!!!!!!!!!!!!!!
Un Abrazo
que buen relato ,real,atrayente y toca lo mas profundo del alma felicitaciones
ResponderEliminarOriginal en su puesta en escena que no en el contenido. Duro relato que minimizas con efectividad: la calle, la acera, la bata, el fuego encendido, todas cosas muy normales para gritar todo lo terrible que encierra la miseria, agravada por el alcoholismo, la sumisión, la conformidad, el deber de una madre...
ResponderEliminarY luego ese amor prohibido.
Excelente Manel, me ha encantado
Un relato estupendo Manel. Me ha gustado mucho
ResponderEliminarUn beso
uff que cosa! fuerte, pero verdadero. un abrazo.
ResponderEliminarQue lindo escribes, pensar que hay hombres asi, sórdidos, estúpidos. Besos tía Elsa.
ResponderEliminarQué lástima que Gabriel y Juana no vivan aún como pareja. El hijo de ella tendría mejores zapatos y ella también. En cuanto al incidente...suerte la del chiquillo. Pero que pedazo de padre. No hay algo que más me disguste que un hombre oliendo a mucho alcohol.
ResponderEliminarTe dejo muchos saludos y te digo "gracias por tus comentarios dejados hoy día en mis cuentos, Manel".
Si no llega a ser por los zapatos gastados....Puede ser la vida misma,es como el conformismo, el estancamiento, las culpas... dramático.... bello, un relato narrado con mucha naturalidad.
ResponderEliminarBesos y amor
je
Maravilloso relato!, por un momento estaba ahí, junto a ellos, como una vecina cotilla y con el corazón encogido. Con ganas de hacer algo, de se ser algo más que una mera espectadora...¡Pero si soy lectora!.
ResponderEliminarUn millón de gracias por tus comentarios en mi blog. Eres muy generoso.
Un abrazo!
Precioso relato, real y muy emotivo. Me ha encantado. Un abrazo.
ResponderEliminarUna buena presentación de esa ínfima parte de la miseria en que se ven envueltas algunas personas.
ResponderEliminarLas ganas de escapar y ver en lo más pequeño grandiosidad.
Un cordial saludo.
Historia propia de finales del siglo diecineve en los barrios bajos de Inglaterra. Fantástica narración, Manel.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, y gracias por esta joyas.
El padre del niño a pesar de ser alcoholico era un buen padre.. ya que no le compro zapatos nuevos a su hijo.. y gracias a los zapatos gastados, el niño se salvo. Ademas, era un hombre inteligente con conocimientos sobre fisica.. inercia, friccion, etc.. =) buena historia.. eres todo un viajero de las letras sigue asi
ResponderEliminarhttp://palabreitor.blogspot.com/
Es muy lindo tu blog. Lo enlacé en mi Facebook. También lo haré en mi BIBLIOTECA. Conoces mis Antologías? Podía publicar esta narración en la de cuentos haciendo también enlace a éste. Saludos
ResponderEliminarGracias por permitir que me asome a tu ventana de nuevo.
ResponderEliminarQué te voy a decir de tus relato, como todo lo que haces, me parece estupendo, digno de ser difundido entre mis amigos. Un abrazo.
Zapatos gastados pero que salvaron los pies del niño...
ResponderEliminarHas descrito la escena de forma muy precisa, me he sentido dentro de esa calle y viendo como sucedían los acontecimientos.
Buen trabajo.
Un saludo.
!Magnifico relato Manel!, intenso... intensísimo, llegas perfectamente a sentir el dolor y la miseria que encierra la historia, esa vida hastía, en absoluto imaginada años atrás, ese vivir con el agua al cuello y sin apenas horizonte, ese amor al que tu conciencia y tus prejuicios no te permiten sacar a la luz, esa resignación... ese accidente dentro de la cotidianeidad más cotidiana, y, la respuesta ante el mismo de los personajes: el padre achispado, fuera de contexto por el alcohol y las circunstancias, las vecingonas, a la caza de un buen acto que las redima del chisme y del cotilleo, la madre, con la única preocupación de recuperar sano y salvo a su hijo y abrazarlo, y Gabriel, con un mayor sentimiento de culpa si cabe en el alma, por el incidente, por la situación, por sus sentimientos... !que genialidad la tuya cuando escribes!, me ha encantado
ResponderEliminarUn besote de esos bien gordos y sonoros
basado en un hecho real?!
ResponderEliminarpobre niño...
pobre mujer
pobres zapatos