sábado, 9 de abril de 2011

La trapería


Yo les llamaba traperías, bueno eso era como le llamábamos en familia pero trapos, realmente trapos, lo que se dice trapos o quizá harapos, nada. En lugar de eso, todo lo que había eran tebeos (cómics como se dice ahora) viejos, libros antiguos, novelitas para público femenino igualmente usadas y releídas, hasta periódicos amarillentos de cuando la Primera Guerra Mundial.
Vivía en un barrio de casas de planta baja. Autoconstruidas por las sucesivas oleadas de emigrantes que llegaban allí. La calle estaba sin asfaltar y las aceras apenas existían. Con el tiempo en aquella arteria llegamos a tener panadería, taller mecánico, farmacia, estanco, un sastre, dos tiendas de ropa y una zapatería. No lejos de allí una ferretería, un bazar y una juguetería. Barberías unas cuantas, peluquerías otras tantas. El número de bares, era difícil de contar con los dedos de una mano. Pero no había ni siquiera un quiosco. No conocía ninguna librería y por supuesto ni para qué servían. Yo iba a la trapería con mis cinco céntimos para cambiar el tebeo que acaba de leer por otro “nuevo”. Para mí lo era. Todo era nuevo, todo estaba por descubrir. Me ayudaba a evadir la triste realidad de la más que casa chabola donde vivía.
No me daba miedo entrar solo en aquel sitio. Al frente del establecimiento estaba una vieja gruñona, enjuta, desdentada y con uñas largas que a los pequeños infundía respeto entre otros sentimientos más primarios. Apuesto a que no era tan vieja. Pero yo la veía exactamente como la bruja de los cuentos. Llegué incluso a pensar que ella no me daba el tebeo al que yo le había echado el ojo sino el que ella realmente quería endilgarme. Claro, se quedaba con los cinco céntimos y por adelantado. ¡Cuántos pillastres habrían rateado a aquella pobre mujer! Con el tiempo crecí y tuve más poder adquisitivo. Mi tía Julia me regaló por la comunión dos libros. Uno de Enid Blyton, “El club de los siete secretos” y otro que sólo recuerdo el título, “Totó y su perro”. No supe nada más de la anciana de las uñas largas ni de la biblioteca, sí porque para los chavales del barrio, aquella vetusta trapería era realmente lo más parecido a una biblioteca popular.

© Manel Aljama (Abril 2011)
Ilustración "libreros de viejo" en el Marcat de Sant Antoni  (Origen internet, desconozco el autor)
Música de fondo que no puedo poner el blog (Réquiem de Mozart)