miércoles, 28 de octubre de 2009

POE 200


BIMS Folleto de actividades sobre POE

Se cumplen 200 años del nacimiento de Edgar Allan Poe y, aunque quizá esté todo dicho y, este modesto blog no pretenda competir con innovadores y sesudos estudiosos, sí que quiere invitar a una reflexión en torno al autor.

Quien quiera conocer a Poe (y a cualquier escritor), lo mejor que puede hacer es leerle. Nació el 18 de enero de 1809 y murió el 7 de octubre de 1849. Los que les gusta encasillarlo dicen que renovó la novela gótica y le hacen padre de los cuentos de terror psicológicos, de los relatos cortos (en los Estados Unidos). También se le considera precursor del relato detectivesco y de la ciencia ficción.

Sus textos han ido al cine, en especial el polifacético director y actor Roger Corman (el Tarantino de los 50), llevó muchos relatos de Poe a la gran pantalla. Y también a la Música, ¿quién no recuerda Alan Parsons con sus Historias de Misterio e Imaginación a primera mitad de los setenta (1976)

Y un video (que espero que se mantenga mucho tiempo) sobre, como no, "El Cuervo" (The Raven) :

Así las Bibliotecas Municipales de Sabadell, han lanzado un serie de actividades con motivo de esta celebración en las fechas de "Todos los santos"/Halloween: lecturas teatralizadas de cuentos de Poe y de misterior en general, debates y exposiciones. Dejo aquí un folleto de la sesión a la que he tenido el gusto y el miedo de asistir:


BIMS Cartel de una sesión de cuentos


Herederos de Poe (en algunas de sus obras):
H.P. Lovecraft, Guy de Maupassant, Franz Kafka, Henry James, Jorge Luís Borges, Julio Cortázar... y hasta Jules Verne. También confesó admiración por Poe, Gustavo Adolfo Bécquer, Emilia Pardo Bazán y hasta Benito Pérez Galdós...

No quiero acabar este modestísimo homenaje sin reproducir un fragmento de "La caída de la Cassa Husher". Antes, en los institutos de secundaria se leía a Poe, Stevenson y otros...


Su voz variaba rápidamente de un trémula indecisión (cuando los espíritus vitales parecían del todo ausentes) a esa especie de enérgica concisión -a esa brusca, grave, pausada y ahuecada pronunciación-, a esa aplomada, equilibrada y perfectamente modulada pronunciación que se puede observar en los borrachos perdidos o en los incorregibles tomadores de opio, durante los períodos de su más intensa excitación.
de Edgar Alan Poe (La caída de la casa Usher)


Nada mejor que leer a Poe (sin gastar mucho o nada) para conocerlo: Project Gutenberg
Una clase magistral del autor, recopilada por Marta Abelló en su blog Los Manuscritos del Caos, donde podremos saber mucho de este autor:

Manel Aljama (octubre de 2009)

sábado, 17 de octubre de 2009

Là, à gauche



Se tocó el estómago nada más cerrar la puerta tras de sí. Últimamente encontraba las comidas de Brasserie Lipp un poco más pesadas de lo normal. Era obligatorio asistir. Podrían pensar que había tomado el camino de la disidencia. Ahora tenía que coger el metro y acercarse hasta la Place de la Concorde. "No es precisamente el sitio más discreto para citarse", pensó. Todavía pululaban en sus oídos las sirenas y los silbatos de la policía. Pero los latidos de su corazón, a mil revoluciones, y aquel suave tacto de la piel de Suzanne podían más. Mientras ellos, escondidos, se entregaron al jugueteo amoroso, sus correligionarios no dejaron un sólo adoquín sobre el asfalto. Por fortuna las cuatro viejas que habitaban aquel patio de vecinos estaban más pendientes de los enfrentamientos en el Boulevard de Montparnasse que de lo que dos jóvenes podían hacer o descubrir con sus cuerpos. Nadie les oyó. Con largos besos acallaron sus gemidos. "Quizá el riesgo o la novedad le excitaron entonces" —pensaba—, o "tal vez no le gusté lo suficiente" —se castigaba. Habían encontrado por casualidad aquella bocacalle y una de las puertas sin cerrar. No dudaron en perderse y dejar a otros la revolución. No se volvieron a ver. Él retomó sus actividades contestatarias que ahora eran un poco más clandestinas. Caminó despacio, casi sin ganas. En una pared todavía estaba la pintada que decía "Sous les pavés la plage" (bajo los adoquines, la playa), pero Gerard ya había comprobado que bajo los adoquines no había agua, tan sólo arena sucia. Y si descendía aún más, el único líquido era la suciedad de la alcantarilla. No podía quitarse de la cabeza el tacto de los senos de Suzanne, con sus manos aprisionados bajo el jersey. Ni tampoco sus labios carnosos y sonrosados, presa de la excitación. Al otro lado de la tapia, gritos, golpes y ulular de sirenas. Los jadeos del amor quedaban ahogados por la batalla. En una marquesina de anuncios, junto a la estación del metro se podía leer "Soyez réalistes, demandez l'impossible" (sed realistas, pedid lo imposible). Pensó que le volvería a pedir para salir. Aunque no se ponía al teléfono cuando la llamaba a su trabajo y tampoco estaba cuando la llamaba a la residencia de estudiantes que decía que dormía. De hecho, cuando indagó un poco más, supo que hacía mucho que pasaba por el dormitorio comunal.
Al llegar al lugar de la cita, en medio de turistas y gendarmes amables, recogió el paquete con las octavillas. Ciertamente era el lugar más seguro para este tipo de intercambios. Volvió a la mansarda que hacía las veces de résistance (resistencia) y comité de dirección. Tras el cierre La Sorbonne no tenían donde ir. En cuanto acabó el encargo se dirigió otra vez al Café de Flore.
—Ahí, a la izquierda —había dicho ella nada más localizar la portezuela que daba al patio interior. El callejón no era muy seguro. Él la siguió como un corderito y en su mente volvió a repetir la historia.
Y allí estaba él plantado y sólo metido en sus pensamientos y en el olvido. Removía con fuerza y monotonía la cucharilla mientras en la mano tenía un Gauloises encendido. Las volutas anidadas formaron la figura Suzanne. ¿La volvería a ver? —se preguntó—, mientras ponía la mirada en el infinito y se sumergía otra vez en los recuerdos.

© Là, à gauceh(ahí, a la izquierda). Manel Aljama (septiembre 2009)
Fuente de la fotografía internet, autor desconocido.
Si alguien me lo dice lo rectifico

domingo, 4 de octubre de 2009

La sopa



Basilio notó, a pesar del grueso pijama de franela, la penetración de la humedad y el frío que provenían del colchón. Aunque, el olor acre había llegado antes a su pituitaria, que a sus piernas el empapado de las sábanas que tapaban el jergón. A sus ochenta y siete años aún conservaba en aceptable buen estado la mayor parte de los sentidos. Le servia para sobrevivir en aquel sitio que apenas podía distinguir; si todavía seguía siendo un geriátrico, como rezaba en el letrero que leyó en el momento de su ingreso, o tal vez se había convertido en una prisión o lo que podía ser aún peor, un manicomio lleno de personal insensible que los trataban con la frialdad y el escrúpulo del que frecuenta a los apestados. Sintió pánico, angustia y terror. Quizá le enviarían como castigo al cuarto de los desahuciados que esperan la muerte, como un alivio o una salida a la acumulación de dolores e incontinencias. O tal vez le pondrían en manos de una cuidadora nueva con tan poca experiencia como vocación. O puede que como mal menor, entre la variedad y severidad de castigos, no le cambiarían las sábanas en un par de meses. También pensó que si antes de todo eso, pasase a mejor vida, no tendría que sufrir el insoportable tufo a ácido úrico proveniente de la orina seca de otro. Porque algo le decía que esos meados quizá no fuesen suyos. No, él controlaba bien su vejiga y sus esfínteres. Pero no estaba del todo seguro. A veces aceptar las culpas resultaba un poco duro y tal vez cruel.

Supo entonces, en ese momento de miedo y soledad, que no debía de haber discutido con la directora del centro durante la cena de aquella noche. Y menos por una sopa. Que era costumbre añadir agua a los restos de sopa de semanas anteriores era sabido por todos los residentes. Pero lo que Basilio no pudo o no supo aguantar fue el intenso e insoportable olor a cloro que desprendía el pretendido alimento con el que aderezaba la mayoría de las noches de los ancianos internos. La directora rondaba la cincuentena y sus rasgos de feminidad tal vez se habían marchado hacía ya mucho tiempo, quizás con alguno de los frecuentes vientos que azotaban la zona. Su voz destilaba una mezcla de bilis y odio adobados con gotas de desprecio hacia los habitantes de la institución.
—¡Esta sopa está aguada y además desabrida! ¡No hay quien se la trague! —había dicho Basilio, con firmeza pero sin pensar para nada las consecuencias posteriores.
—¡La sopa está buena y es la misma que se sirvió la semana pasada! ¡No se entretengan! Ya saben que si tenemos que pagar horas extras al personal se lo cobraremos a sus familias. ¡Las quejas en el libro de reclamaciones! —fue la gélida y dura respuesta que se apresuró a dar la gobernanta del asilo para evitar un conato de rebelión. Nadie volvió a pronunciar palabra y se reanudó la rutinaria música que amenizaba cada noche el acto; el repiqueteo rítmico de las cucharas contra la cerámica de los platos.

La peste a enmohecido se mezclaba con los olores añejos, agrios de sudoraciones, acres de mingitaciones incontroladas que emanaban de cualquier habitación y que como una niebla invisible envolvía el recinto. A pesar de las ingentes cantidades de lejía o acaso un desinfectante aún más fuerte que los empleados derramaban sobre los suelos no conseguían erradicar la hedor persistente. Basilio probablemente en poco tiempo se moriría de tristeza y sin llegar a saber a ciencia cierta que la directora, como castigo, había hecho derramar en su lecho una de las innumerables cuñas sanitarias llenas de orina.

© Manel Aljama (maljama) enero 2009