(La nariz de Gogol por libre)
Dimitri Kovaliev, funcionario jefe de abastos de San Petesburgo, se miró en el espejo en cuanto descubrió el asunto. Entonces supo que ya no podía continuar. Dimitri detestaba la corrupción pero se veía obligado a hacer sobornos para escalar en el poder e incrementar sus exiguos ingresos. Aquella noticia trastocó todos sus planes. Era su nombre el que aparecía en el periódico matutino. Luego, su reflejo en el cristal fue determinante. No cabía duda de que sus esperanzas de ascenso a asesor de cámara del mismísimo zar se habían esfumado como el aroma de café caliente que le despertaba cada mañana. Volvió a mirar y su espanto y nerviosismo aumentaron aún más. No tenía nariz y tampoco había una cicatriz, restos de herida o algo parecido.
—¡Así no me puedo presentar en la audiencia que da el zar esta noche! —se dijo—, ¡Y me he gastado una fortuna en conseguir la invitación!
Volvió a hojear la prensa. Era su foto, también sin nariz, en una noticia relacionada con un desvío de toneladas de trigo en favor del intendente Yakolevich que había sido detenido y acusado de traición.
Escapar o morir era su dilema. No lejos de allí, el barbero Kovalenko se disponía a desayunar. Iba a tomar, como de costumbre, su enorme taza de café con un panecillo caliente de los que cada mañana horneaba su esposa. La sorpresa fue mayúscula cuando Kovalenko partió en dos el pan. Gritó espantado.
—¡Qué sucede! —Preguntó la esposa de Kovalenko—, ¿Dónde has cortado esa nariz?, ¡salvaje! —añadió en cuanto vio la vianda del bocadillo.
—¡Nononono sé esposa mía! —respondió entre tembleques el as de la navaja barbera.
—Nikolai Kovalenko, esposo mío, ¡Debes devolverla inmediatamente a su propietario!
—Imposible. Me detendrán. ¡Me acusarán de intento de asesinato!
—¡Nikolai Kovalenko, devuelve eso te vuelvo a repetir!
—¿Sabes de quién es? —preguntó Kovalenko que había reconocido el apéndice.
—Ni lo sé ni me importa. Pero somos gente honrada y tenemos que seguir siéndolo. Así que ¡deshazte de eso ahora mismo!
El pobre Kovalenko envolvió el trozo de carne en un papel de embalar pan y se lo metió en el bolsillo de su chaleco. Se acabó de vestir y salió a la calle. Cruzó las últimas casas del distrito y enfiló el primer puente sobre el río Neva. Mientras tanto el corrupto funcionario jefe de abastos, Dimitri Kovaliev, había cogido su coche de caballos y fustigándolos se dirigía a donde su olfato, o mejor dicho sospechas le llevaban, a una barbería del extrarradio de la que era fiel cliente desde que era un muchacho. Hacía frío y el barbero aguantaba estoico el fuerte viento que azotaba en ese lado del río. Los relinchos de queja de los corceles no amilanaban a Dimitri Kovaliev que no paraba de darle al látigo. Había tenido una idea que creía que era brillante. En cambio el ánimo de Kovalenko era cada vez más sombrío. Pensaba que si devolvía el objeto lo enviarían a prisión y si lo arrojaba al Neva, tarde o temprano le detendrían y sería fusilado.
Desde el carruaje le reconoció.
—¡Alto! barbero Kovalenko, ¡Alto!
Sumiso obedeció. Como un autómata introdujo la mano en el bolsillo y sacó el regalo.
—Por fin. ¡Mi salvación! —dijo mientras se pegaba la nariz en su cara.
—¿Pero...? —preguntó sorprendido Kovalenko.
—¡Gracias amigo mío! Buscan a un hombre sin nariz. Yo ya la tengo. No soy el que buscan. ¡Estoy a salvo! ¡Mañana cuando me hayan nombrado asesor del zar le haré una visita de agradecimiento amigo mío!
© Manel Aljama (julio 2010)
Recreación libre del cuento de La Nariz de Nikolai Gogol
© Ilustración The nose de Kevin Hawkes http://www.kevinhawkes.com/home.htm