En la radio sonaba la voz ronca, quizá por causa del tabaco, de un locutor que hablaba en tono serio, circunspecto y dogmático. Pero a él, esos sonidos no le llegaban. Para que los notase tenían que ser finos, extremadamente agudos. Entonces era muy joven y se dedicaba a corretear sin preocuparse por el ruido, y, ni siquiera por las órdenes. La comida siempre estaba a punto. Jugar y poco más. Era feliz. ¡Qué más quería! Si se portaba mal se quedaba sin jugar y sin salir. Lo normal. Si por el contrario había sido obediente y fiel todo eran premios. Podía retozar y respirar aire fresco y puro de los campos que rodeaban la casa.
A su alrededor todo cambiaba aunque él no lo percibía. Unos y otros como en un teatro de guiñol iban saliendo de la escena. Cuando esto sucedía, el resto de habitantes vestía de negro y se pasaba una noche en vela. Pero luego ya todo volvía a ser como siempre, aunque con uno menos. Aguantaba con estoicidad cada vez que ocurría algo así. Sin casi saber cómo, había reducido el ritmo de la diversión pero seguía teniendo la misma hambre que de pequeño. Pero él no reparaba demasiado todo eso. Era fiel a su rutina, como un esclavo atado a lo cotidiano y que por pereza o comodidad ni siquiera intenta romper el fino y delicado hilo que une las obligaciones con las satisfacciones. Con su mirada buscaba la comunicación con el resto pero pocas veces tenía éxito. Como de nacimiento no podía hablar, el lenguaje de los gestos fue siempre su medio de comunicación. Poco a poco los otros fueron desapareciendo hasta que un día se quedó sólo y marchó del lugar. Sin nadie que se hiciera cargo vagó desorientado por las calles, frecuentando la compañía ocasional de otros como él hasta un día como por casualidad fue a parar a la casa. En la vivienda apenas entraba luz y parecía completamente deshabitada.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde entonces. No entendía nada. Ya era bastante mayor y se sentía cansado por poco que fuese el esfuerzo. Hasta el polvo le hacía estornudar. Pero se puso a buscar y no paró de dar vueltas por todos los rincones. No sabía por qué pero no paraba de recorrer todos los pasillos y habitaciones. De haber podido habría vuelto a buscar debajo de las piedras. Al final, sin resultado acabó sabiéndose sólo y abandonado y se tumbó a gimotear. La infancia feliz con el comedero lleno y las caricias estaban ya en un recóndito rincón de la memoria, casi perdidas. Tenía los ojos húmedos y la visión era muy borrosa. Creyó ver como unas luces blancas que salían de las paredes. No tuvo miedo. Meneó el rabo y se dejó acariciar. No tuvo fuerzas para ladrar de alegría y exhaló su último suspiro.
A su alrededor todo cambiaba aunque él no lo percibía. Unos y otros como en un teatro de guiñol iban saliendo de la escena. Cuando esto sucedía, el resto de habitantes vestía de negro y se pasaba una noche en vela. Pero luego ya todo volvía a ser como siempre, aunque con uno menos. Aguantaba con estoicidad cada vez que ocurría algo así. Sin casi saber cómo, había reducido el ritmo de la diversión pero seguía teniendo la misma hambre que de pequeño. Pero él no reparaba demasiado todo eso. Era fiel a su rutina, como un esclavo atado a lo cotidiano y que por pereza o comodidad ni siquiera intenta romper el fino y delicado hilo que une las obligaciones con las satisfacciones. Con su mirada buscaba la comunicación con el resto pero pocas veces tenía éxito. Como de nacimiento no podía hablar, el lenguaje de los gestos fue siempre su medio de comunicación. Poco a poco los otros fueron desapareciendo hasta que un día se quedó sólo y marchó del lugar. Sin nadie que se hiciera cargo vagó desorientado por las calles, frecuentando la compañía ocasional de otros como él hasta un día como por casualidad fue a parar a la casa. En la vivienda apenas entraba luz y parecía completamente deshabitada.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde entonces. No entendía nada. Ya era bastante mayor y se sentía cansado por poco que fuese el esfuerzo. Hasta el polvo le hacía estornudar. Pero se puso a buscar y no paró de dar vueltas por todos los rincones. No sabía por qué pero no paraba de recorrer todos los pasillos y habitaciones. De haber podido habría vuelto a buscar debajo de las piedras. Al final, sin resultado acabó sabiéndose sólo y abandonado y se tumbó a gimotear. La infancia feliz con el comedero lleno y las caricias estaban ya en un recóndito rincón de la memoria, casi perdidas. Tenía los ojos húmedos y la visión era muy borrosa. Creyó ver como unas luces blancas que salían de las paredes. No tuvo miedo. Meneó el rabo y se dejó acariciar. No tuvo fuerzas para ladrar de alegría y exhaló su último suspiro.
Dedicado a Tupi, la compañía fiel de mi amiga Núria Casajuana, un perro encantador. Los mejores homenajes se hacen en vida ;)
© Manel Aljama (septiembre, 2010)
© Foto Marta Aljama (enero 2008) manipulada electrónicamente
Manuel,has dedicado un precioso homenaje a Tupi.Entrañable,como un niño fluye por el río de la vida,jugando y disfrutando...La muerte llega como una caricia,merecida.
ResponderEliminarMuy bien escrito,amigo.
Te felicito por tu solidaridad y te dejo mi abrazo inmenso.
M.Jesús
Has hecho bien. Los homenajes así, hasta él podrá disfrutarlos.
ResponderEliminar¿Qué decir de la ternura que despidel el texto?, me he encontrado pensando en Oska (nuestra perra) y apartando de su mirada la soledad que al final se vislumbra.
Nos dan tanto y quizá no sabemos cómo amar.
Bicos agradecidos en nombre de todos ellos.
Me hiciste recordar a "Tiffy" una perrita salchicha de pelito marrón y ojos verdes que murió en mis brazos. Tierna y triste tu historia-homenaje a tu querido Tupi.
ResponderEliminarTe dejo muchos saludos desde Berlín.
Bellísimo relato!!!
ResponderEliminarEste tipos de historias a uno lo encantan, de encantamiento con sonrisa boba en los labios y algún recuerdo de nuestros propios canes :)
Beso!
=) HUMO
SON HISTORIAS QUE ME TRASPORTAN A UN PASADO DE MI NIÑEZ ,CON EL PERRO DE MI CASA SE LLAMABA CAPI MANSO Y FIEL ,PERO NUNCA MORDIA NI TACBA A NADIE SOLO UN DIA JUGANDO COGEDORA CON UNA AMIGUITA Y CUANDO YO FORCEJEABA PARA SOLTARMELE MANDO SUS BUENOSMORDISCOS POR DEENDERME.
ResponderEliminarMUY BONITO TU ESCRITO Y GRACIAS POR REMOVEREN MI TAN BELLOS Y LEJANOS RECUERDOS
Precioso, Manel!!!
ResponderEliminarSiempre me encanta lo bien que escribes. Consigues que nos metamos en la historia y la vivamos en primera persona.
Y sí, los mejores homenajes se hacen en vida, ya lo ceo.
Besosssss
Me ha entristecido tu relato, porque no solo le pasa a los perros, algún viejecillo termina igual, solo triste y abandonado a su suerte recordando aquella infancia en al que era el centro del mundo.
ResponderEliminarUn hermoso homenaje al perro de tu amiga aunque no creo que termine así de solo
Besos
Ja m'has fet plorar, i ara on vaig jo amb aquests ulls!!!
ResponderEliminarManel, m'ha agradat molt i si en Tupi sabés llegir, crec que t'estaria llepant una bona estona. Quan ja no estigui aquí, amb nosaltres, serà un magnífic epitafi...Gràcies!!!
ResponderEliminarMe ha encantado
ResponderEliminarNo tengo palabra, me ha emocionado, bellísimo homenaje. Besos tía Elsa.
ResponderEliminarUn relato precioso con pinceladas de triteza frente a la partida de un perro fiel que nada pide para darnos su cariño y grata compañía. Me ha emocionado mucho. Un abrazo.
ResponderEliminarTe invito a seguir Alas azules.
!Que bonito Manel!, un relato tremendamente tierno, algo triste y cien por cien entrañable... inevitablemente me he acordado de mi niñez y de nuestro Periquín, un pastor alemán bueno y fiel y listo como el hambre.... sí, tienes toda la razón del mundo, los mejores homenajes se hacen en vida.
ResponderEliminarUn besote enormísimoooooo
Hola, Manel: Precioso lo escrito a Tupi. Sí, es cierto que los homenajes deben hacerse en vida, porque así se recuerda lo que la persona, o animal –en este caso-, realiza cuando posee algo tan bonito y preciado como es la VIDA.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu mensaje en mi blog. Me alegra que me recuerdes. Ando perdida de este mundo, aunque se ha producido una importante novedad en mí, y deseo escribírosla. Encontraré, seguramente, tiempo para escribir.
Un fortísimo abrazo.
Un placer.
ResponderEliminarInteresante blog.
Un saludo :)
Desde luego, mejor así, hay que ser constante cuando se trata de reconocer los sentimientos y demostraslos mientras se pueden sentir, después no sirve más que para alimentar nuestro propio sufrimiento.
ResponderEliminarMe encanta este ser a cuatro patas que al final termina como uno de a dos, después de todo, no somos tan diferente.
Un cordial saludo.
HolaManel...
ResponderEliminarTengo un precioso y magnifico compañero en un perro que lleva conmigo casi toda su corta vida va para los cuatro años.
Vivimos juntos, paseamos juntos y gozamos de nuetra compañia juntos.
No quisiera nunca que el se viera en esa dramatica situación de verse abandonado por todos y sin saber que no se le abandona por falta de cariño sino por otras cirscustancias que no estan en manos de el o mias resolver pero...que siempre mientras yo viva el será el cachorrillo que aún es y si un dia no tiene ya ganas de jugar porque los años le duelan... tendrá un hogar siempre aunque los dos tengamos que caminar mucho mas despacio pero saldremos a caminar y a oler el aire de la calle.
Gracias por tu historia.
Saludos.
Paco