Cerró los ojos. Se adormeció y perdió la consciencia mientras creía vislumbrar una luz al final de un angosto y tortuoso túnel. No sería capaz de cuantificar el tiempo que pasó adormecido o tal vez en una etapa esporádica en el limbo. Un brusco frenazo le despertó.
—¡Hombre de Dios! ¡Casi le atropello! ¿Qué hacía ahí tumbado? —dijo muy alterado y al borde del grito el conductor en cuanto se bajó.
El del coche conducía un Mercedes negro de clase CL y vestía un impecable traje gris oscuro que seguro estaba hecho a medida por un sastre. El del suelo, estirado en medio de la carretera, en cuanto estuvo más sereno empezó su narración:
—Verá usted ¿Sabe? Trabajé en una empresa de asbestos durante más de cuarenta años. Entré como aprendiz cuando justo había acabado de cumplir los dieciséis. Nunca falté un día. Ni por un resfriado. Nunca cogí una baja. Estuve bien pagado. Ya sé que era peligroso, pero por eso me pagaban más. Yo creía que era el trabajo de mi vida. Mire usted...
—Hoy día, buen hombre, no hay nada que dure eternamente —respondió el automovilista.
—Sí verá... casi no escucho las noticias para no ponerme deprimido. Pero un día llegué a casa y me encontré que mi mujer nos había dejado. No había pasado una semana que unos amigos para sacarme del pozo de tristeza en el que estaba me llevaron a un bar de esos de mujeres. ¿Sabe quién me encontré?
—Me lo imagino...
—No, es peor. Me encontré mi hija, sí mi hija que yo creía que estaba haciendo la carrera en la universidad... Ya ve usted. El trabajo, mi puesto de trabajo en la fábrica de asbestos era... ¡era lo último que me quedaba! Así que cuando la compañía presentó ese expediente de regulación... ¡se me vino el mundo encima! Además, con tantas compras y ventas de acciones, habían hecho un chanchullo con la antigüedad y me dejaron como si llevase tan sólo un año. Después de tantos años no me quedaba nada. Estaba desesperado ¿Comprende usted? —dijo mientras se agarraba al brazo del chófer— ¡No podía seguir viviendo! A mi edad ya no me quedaban oportunidades. Las cosas no podían continuar así. ¡Estaba decidido a terminar con todo de una vez por todas!
El del traje de sastre abarcó al desdichado y frustrado suicida y lo llevó más a la fuerza que por voluntad propia hacia su auto. Durante el trayecto le iba diciendo:
—Tranquilícese usted. No está todo acabado. Hoy en día hay muchas oportunidades para la gente mayor. ¡Las canas y los años son un grado! Venga, vámonos de aquí. Le llevaré a un sitio donde van a cuidar de usted
Por fin consiguió acomodarlo en el asiento trasero de su automóvil. Bloqueó el seguro en previsión que saltase en marcha. Arrancó y prosiguió su camino en dirección al centro de la ciudad. Al llegar a la altura de un centro de salud municipal se detuvo. Bajó del coche e hizo de auténtico chófer. Ayudó al hombre a bajar y lo acompañó hasta el interior del recinto de servicios. Una vez había acabado el trámite, volvió a su vehículo y reemprendió la marcha. Sonó el teléfono de a bordo. La voz al otro lado del altavoz le era familiar. Empezaron una conversación breve.
—¿A que no sabes qué me ha pasado? ¡He estado a punto de atropellar a un suicida! ¿Y, sabes lo mejor?, resulta que trabajaba en una de las empresas que hemos tenido que hacer un ajuste. Si es que el mundo es un pañuelo. Fíjate, ya se acercan las fiestas y el cierre de año. No he ganado más que cincuenta millones. Ya lo ves, con este gobierno no va a salir nada bueno...
© Manel Aljama (diciembre 2008)
Perfecta sátira de estos hijos de... Por desgracia yo he tenido que estar muy cerca de ellos y sé bien, como tú, que operan de esa misma manera.
ResponderEliminarPerfecta narrativa.
Un saludo.
Buenísimo. Qué bien retratas las dos caras de la moneda. Y qué actual, a pesar de estar escrito en el 2008 refleja la situación actual al dedillo.
ResponderEliminarUn abrazo, majete.
Grandioso, realmente muy bien narrado y refleja una triste realidad del mundo actual. Besos tía Elsa.
ResponderEliminarCoincido con Fran Rueda en que el texto (escrito en 2008), tiene mucha similitud con ahora, aunque la cosa desgraciadamente vaya a peor.
ResponderEliminarEncantada en pasarme nuevamente por tu rincón, Manel.
Besos.
Es una radiografía de la realidad, intensa y magníficamente narrada. Así es amigo, la cara y cruz de una misma moneda. ¡Excelente! Un abrazo.
ResponderEliminarManel, magnfico relato, fíjate que es real como la vida misma y actual, tristemente de rabiosa actualidad hoy día, a pesar de estar escrito hace tiempo... y es que hay hechos imperecederos en el tiempo, absolutamente inalterables, como ese modo de tratar las grandes empresas a sus trabajadores, como números, simples números sin alma, solo datos estadísticos para el cómputo de beneficios anuales !que triste realidad, que miserable!!!, un cabronazo en toda regla el del mercedes, pese al fingido y esporádico acto de buen samaritano.
ResponderEliminarMillonazo de besotes gordotes, corazón.
Si es que la vida está llena de casualidades. Ese tipo es de los que trata a los hombres así. En cambio, con las mujeres es aún peor. Este es de los que invitan a sus colegas a una ronda, porque gratis no hay quién se vaya con ellos... Ni siquiera su querida esposa, que seguro que le pone los cuernos con alguno de sus empleados, jeje.
ResponderEliminarBuenísimo el relato y muy inspirador.
Besos
Mi mirara se posa en tu blog y quiero descubrir tu bello rincón.
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