jueves, 13 de noviembre de 2008

Me costó tanto encontrarla

—Me ha costado tanto encontrarla que ahora no sabría vivir sin ella —Decía Fulgencio plenamente convencido, casi como si recitase un ignoto rosario a su compañero de cuitas, el chófer de autobús. Desde que se quedó viudo, unos diez años antes de jubilarse de la compañía de transportes, los conductores eran sus confidentes. Y entabló con ellos lo más parecido a la amistad. Verdadera o de cortesía, Fulgencio no dudaba en utilizarla a todas horas. Pero desde que encontró a Laura todo era distinto. Ya no les decía nada sino era por compromiso, cuando se sentaba en la primera fila de delante, al lado del que conducía. Entonces le explicaba todo, no hacía falta preguntarle pero tampoco se le podía hacer callar, no daba opción.
—De verdad, creía que no la iba encontrar nunca. Alguien como ella. ¡Yo que había tirado ya la toalla! —no paraba de repetir, incluso si el conductor era recién llegado y no le conocía de nada.
—Pero seguro que era para ti —le replicaban con frecuencia, para animarle más que nada—, ¡Felicítate! ¡Tú has tenido dos medias naranjas!, tu primera mujer y ahora esta. ¡Eres un tío con suerte!
—Pero es que a mi edad no es lo mismo. Aunque no es muy charlatana... ¡Es guapa! ¡Es más joven que yo! ¡Se podría ir con otro en cualquier momento! Si se va de mi vida no sé que hago.
Era imposible que se quitase de encima su crónico estado de pusilanimidad permanente.
—Y no creas que no lo ha intentado —seguía con su conversación mientras el chofer hacía su rutinario trabajo—, sí, una vez se me marchó de casa. Pero tuve suerte de que fui casi tan rápido como ella y la pude atrapar. Por fortuna la convencí con todo lo que le conté. Pero no sé si una segunda vez me va a ir con tanta suerte.
—¡Claro que sí! Ella es joven y tú eres un hombre maduro. Debe ser de esas que buscan sustituir la figura del padre. Tuvo sus dudas y ahora ya habrá recapacitado. No tienes porqué inquietarte —le insistía desde el volante del autobús.
—Sí, si yo no soy celoso, pero de tanto que la quiero te juro que se vuelve a escapar y en cuanto la pille ¡la meto en una jaula!
—No digas tonterías. ¿Cómo vas a hacer eso hoy en día? Anda, anda, tráela que la conozcamos.
Tanto le insistieron en que querían conocerla que Fulgencio se vio obligado a claudicar y presentársela a los colegas para que la pudieran conocer. Ellos al contemplar su extraordinaria belleza se quedaron sin palabras.
—¿Qué os decía yo? —les habló con rotundidad—, ¿acaso no es extremadamente bella? ¡Tiene un plumaje precioso y no necesito enseñarle a hablar! La tengo suelta en casa revoloteando, pero si se me vuelve a escapar ¡la meto en una jaula para siempre jamás! Y es que ¡me costó tanto encontrarla!


© Manel Aljama (maljama), septiembre 2008

4 comentarios:

  1. jajaja Vaya, pobre hombre, aunque bien mirado seguro que esta pareja no le da tantos quebraderos de cabeza. Sorprendente final. Besos.
    Carmen

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  2. Sin quitarle mérito a este relato, que me parece muy original y hasta divertido, yo me decantaría más por una muñeca inchable. Hace más compañía y hasta puedes usarla en momentos de necesidad.

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  3. Que era al final una lorita o una canaria?
    A veces,esas pequeñitas criaturas de Dios son una gran compañia,para los solitarios...y entregan tanta ternura.Sin necesidad de palabras.

    Muy lindo texto,con un final que sorprende.



    besitos

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  4. Muy original relato, desvaríos, y malas interpretaciones, rebusque de la mente tanto del que habla como del que escucha.
    Felicidades!

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Gracias por tu colaboración.