La anciana hablaba mientras dormitaba o puede que dormitase mientras hablaba. La nieta permanecía inmóvil. No estaba muy segura de lo que acababa de oír. Su abuela se había expresado con la voz baja, musitando. “Esperaré a que se duerma para siempre”, decidió la muchacha mientras se sentaba en una butaca. La habitación era acogedora aunque sin lujos. La luz era tenue. Aquel caserón en Kent era modesto, a pesar de que con las rentas obtenidas por la venta de la mansión londinense y la subasta del manuscrito, la mujer podía haber adquirido algo mejor. Quizá si no hubiese perdido dos hijos en la guerra se hubiese dado más lujos. Eso era lo que pensaba la nieta mientras vigilaba si la octogenaria respiraba todavía.
En cuanto exhaló su último hálito la heredera subió a la buhardilla. Levantó la tapa de un baúl. Apartó algunos vestidos y allí estaba, una lata metálica que podría haber contenido galletas. La abrió con cuidado. Era el pequeño tesoro que sólo ella conocía de boca de la difunta. Allí estaban intactas las cartas no enviadas de su abuela. Sintió un escalofrío. Pudo más la curiosidad. Acercó sus dedos temblorosos con cuidado, tenía miedo que no fuese a estropear aquella reliquia. Eligió una hoja al azar, la primera. Se puso a leer en voz baja:
“Querido Charles:
No sé cómo empezar y tampoco dónde estás tú ahora. Espero que te encuentres bien. Me gustaría que pudieses leer esta carta, pero Dios, tú y yo sabemos que eso es imposible. Hace ya más de cuarenta años que dedidimos no volver a hablar. Pero hoy noto que pronto llegará mi hora. Sí, y tal vez quién sabe si nos volveremos a ver. Al otro lado del espejo. Como tú escribiste.
Aún recuerdo la primera vez. Era un mes de abril... lo recuerdo con claridad, pero no es un recuerdo mío. Es lo que mis padres me explicaron. Sí, fue un día 25 y del año 1856. Charles, ¡tenía cuatro años! Yo sólo me acuerdo de tu mirada cautivadora. De tus labios y de tu poder de atracción. Hasta entonces no había más hombre en mi vida que mi padre. Tenía cuatro años, Charles. ¿Te das cuenta Charles? ¡Qué joven que era y que pronto descubrí el amor! Bueno yo no sabía tampoco entonces qué era eso. ¿Por qué dejaste de escribirme? Yo creía que me amabas. Pero yo era muy joven. Era muy niña. No sabes cuánto odié aquél maldito manuscrito. Yo era tu hada, dijiste. Luego me casé. ¿Sabes? Y tuve tres hijos y los perdí a todos. Pero siempre seguí pensando en ti. Ahora siento que es mi hora y sólo puedo decirte, una cosa que tú supiste desde el principio.
Tuya siempre Alice Liddell”
La muchacha devolvió el papel a la lata. La cerró y la envolvió en un trozo de tela. Bajó las escaleras y decidió que el secreto moriría con ella.
© Manel Aljama (agosto 2009)
© Fotografia Alice Liddel por Charles Dogson (Lewis Carroll). Dominio Público
Lo que la historia cuenta:
ResponderEliminarCharles Dogson, Lewis Carroll conoció a Alice Lidell en 1856 cuando ella tenía 4 años. Le llegó a regalar el manuscrito de Alicia en el país de las maravillas. La fotografió hasta la edad de 11 años. En 1863 la familia le impidió hacer más visitas a las niñas. Las páginas del diario de Charles de esas fechas fueron arrancadas. Alice se casó y se ha constatado que mantuvo una relación epistolar con Lewis hasta por lo menos 1892.
Cuánto se sufre con este tipo de amores…
ResponderEliminarSe me han saltado las lágrimas al leer el contenido de la carta.
Un abrazo, Manel.
Preciosa historia que podría haber sido real.
ResponderEliminarIncluso, ahora aquí, entre nosotros.
Creo que en el fondo siempre la realidad va a superar a la ficción, aunque nos parezca increíble.
Bicos.
uff hermoso he, me encanto! un abrazo...
ResponderEliminarBellísima historia con una narración que adentra en lo más hondo del corazón de la abuela. La niñez graba cosas en el corazón que nunca se borran.
ResponderEliminarUn abrazo, amigo Manel.
Hermosa historia, Cuanto se sufre con esta situacion y es que la infancia crea marcas para la vida. Y en los temas de amores, mucho mas, con el tiempo esos amores se visten de perfección, y así no se desgastan, permanecen siempre.
ResponderEliminarUn abrazo Manel.
Muy hermoso Manel. Los secretos del corazón de una mujer son inexcrutables.
ResponderEliminarUn abrazo
es una historia conmovedora...no cabe duda que el amor siempre sera lo mejor del ser humano...
ResponderEliminargracias po la invitacion, Manel...un gusto leerte...
besos
Conmovedor, tierno, triste...y perfectamente narrado. Cómo sabes trasmitir !!!
ResponderEliminarEres genial, Manel.
Besos
Impresionante, una vez leí un libro que todavia lo debe de tener que insinuaba que las intenciones de Lewis Carroll para con la niña no eran muy santas. Después lo busco y te comento. Besos tía Elsa.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBorré el comentario, era un desastre, mira la hora todavía no me había acostado.yo creo que por amor no se sufre...
ResponderEliminarse sufre por distancias, por celos....
¿por qué pondremos tantos impedimentos?
Besitos y amor
Cuántas y cuántas historias como ésta se habrán perdido por condicionamets sociales.? Esta hipocresía y falsa honestidad han hecho que mucha gente fuera infeliz.
ResponderEliminarMuy triste la historia, pero muy bonita.
Un abrazo, Manel.
Fran
Todo es según con los ojos que se mire, somos nostros los que permitimos todo, los anclamos, castigamos, toleramos, acomodamos,y miles de etcéteras mas...
ResponderEliminarEn vez de pensar en nosotros en nuestra felicidad, (si lo somos todo nuestro entorno lo puede ser) estamos pendiente de que opinaran los demás. Para mi, si el pecado existiese el mayor sería dañarse uno mismo por no dañar a los demás, porque creo que si te dañas a ti mismo dañas también a tu entorno.
Besos y amor
je
Otra de tus historias "sacadas" de un hecho real en la que nos demuestras tu habilidad para buscar nuevas lecturas sobre un mismo hecho. El protagonista real (Lewis Carroll) hacía regalitos a una niña de cuatro años...Y la pequeña queda encandilada por su presencia de por vida y a la espera de reencontrarse con su amor platónico.Tienes imaginación, sin duda.
ResponderEliminarUna buena historia por su originalidad.
Me ha encantado leer la carta, con mucha magia esa redacción tuya a los hechos, Manel... pero, la realidad es -fue- mas cruda, ya sabes que L. Carroll tenia claras tendencias pedófilas, de ahí la relación que mantenia con las niñas (paseos, picnics, juegos...) y en las fotografias (más de la mitad de su obra fotográfica son fotografias de niñas, algunas incluso desnudas), esto, también es verdad que hay que contextualizarlo en origen: la rígida moral victoriana de la época, y teniendo en cuenta la extrema sensibilidad de L. Carroll y su especifica creación artitica, pero de todos modos, su vida y su caracter tan llenos de lagunas y de incognitas, abogan sin duda a una personalidad sospechosa como poco... en una biografia suya que leí hace mucho, -este autor llegó a atraerme poderosamente, hice incluso un trabajo sobre él, y desde luego me apasionan Alicia en el pais de las maravillas y Alicia a través del espejo-, se decía, que de adolescente llegó a sufrir abusos sexuales en el internado, lo cual, cuadra bastante con su personalidad, pero enfin, vamos a dejar de hablar de Charles Dodgson -yo prefiero Lewis Carroll- y, volvamos a la carta, a esa carta tuya que has llenado de magia como te decia al principio y que, fíjate si seras bueno escribiendo, no deja traslucir mas que un sentimiento hermoso y tierno de amor platónico a traves del tiempo... chapeaux (así, en plural y todo).
ResponderEliminarMe ha encantao leerte, de veras
Un besote gordisimo
Recién descubierto, a través del blog de Mario, me quiti el sombrero ante este relato, que hace estrecer el alma, dando un punto de vista que, bien pudo ser o no, pero que ahí queda, como un interrogante más.
ResponderEliminarUn placer.
In your honour and in the honour of wall the Writwrs and Poets, I published an ilustration.
ResponderEliminarMuy bueno Manel. Has llevado muy bien el trasfondo que oculta que tanto se ha rumoreado sobre el escritor. Es una bella historia que me ha gustado mucho leer, la disfruté.
ResponderEliminarBesos.
Carmen
¿Sabes, Manel? A veces pienso que esta extraordinaria narración que nos ofreces de tu puño y letra, es algo que quizás en un porcentaje muy alto, ocurre hoy día en el mundo y en cada uno de nosotros.
ResponderEliminarLo que pasa es que, seguramente, por diferentes tipos de pudor, nunca nos hemos atrevido a escribrir nuestra porpia carta.
UN saludo, amigo.
Hay amores que nunca se olvidan aunque pasen los años...Me gustó tu carta. Real y emotiva.
ResponderEliminarTe dejo muchos saludos desde Berlín.
Me gusta mucho la forma en que le das vuelta a la realidad transformandola en una historia de amor que perdura a través de los años.
ResponderEliminarComo siempre un placer leerte.
Gracias por tu nueva visita, Ella.
EliminarLa historia esta es así, dio para una novela y es que Alice se llevó muchos silencios a la tumba.