APOSTÓLIOS regentaba un pequeño restaurante de comida griega para turistas, cerca de la plaza Omonia, en un callejón peatonal en una zona muy degradada de Atenas y poco recomendable para visitarla de noche. Vivía en el piso de arriba. El modesto negocio le permitía pagar todos los gastos. Al lado del restaurante había una frutería con toda su mercancía al alcance de cualquiera. Un día, el frutero ahuyentó uno de los innumerables ladronzuelos que aprovechaban la ocasión para mangar fruta. El chico acabó en el suelo con varias heridas en brazos y piernas. El joven se arrastró hasta el restaurante de Apostólios. Vestía harapos que después de la caída se habían rasgado aún más. La piel tostada por el sol, la mirada huidiza y el pelo sucio.
Apóstolios ganó su confianza y le hizo entrar en casa donde se lavó y se vistió con ropa limpia y pudo comer caliente. Aquel chiquillo dijo llamarse Owen. El viejo sintió pena y le llevó a una institución de acogida donde quedó ingresado. Ese día, Apostólios volvió a casa con la conciencia de haber hecho la mejor obra de su vida.
Giorgios regentaba un comercio de souvenirs en el barrio del Pireo. El negocio funcionaba. Los turistas, sobre todo los de los cruceros, compraban figuritas del Partenón y camisetas de fútbol. Disponía de medidas de seguridad para evitar los hurtos. Detestaba a aquellos chiquillos que mendigaban y que sólo venían a ahuyentar su respetable clientela. Un día tropezó con uno de esos rateros cuando estaba a punto de afanar la cartera de un turista. El chico se volvió y sacó una navaja que acercó a la barbilla de Giorgios. Pero el hombre fue más rápido: le quitó el arma con una mano, mientras le agarró por el pescuezo con la otra y, acto seguido, con un fuerte empujón y la ayuda del pie, lo tumbó. Le puso la pierna encima, para que no se levantara. Giorgios pidió disculpas a un cliente que ya salía por la puerta. Éste, saludó y se marchó con una miniatura de la Acrópolis que había conseguido meterse en el bolsillo. Un vecino, alertado por el alboroto acudió en ayuda de Giorgios. El chico se llamaba Evan. Se lo llevó la policía.
―¡Así aprenderás lo que es bueno!, ―dijo mirándole a los ojos―. Espero que aproveches esta oportunidad que te doy. Ya te acordarás de mí algún día…, ¡y me lo agradecerás! ¡Por supuesto que me lo agradecerás!
Ese día, Giorgios volvió a casa con la conciencia de haber hecho la obra de su vida. Años más tarde, el país padecía las penas del rescate bancario. Apostolios había tenido que cerrar el restaurante y vender el edificio. No pudo pedir dinero a la familia con la que tenía poca relación. A menudo se preguntaba si ese parentesco era de verdad o tan solo una coincidencia. Esto pensaba mientras hacía cola en la oficina de correos donde recogía la exigua ayuda estatal que recibía cada mes. Aquella estafeta era de las pocas que aún seguían abiertas en la ciudad, donde casi todas las operaciones bancarias se realizaban con medios electrónicos. Con el más que previsible cierre, la Administración no había invertido ni un euro en medidas de seguridad y los empleados hacían su trabajo atemorizados.
El hombre guardaba su turno. De repente, irrumpió un chico con un arma corta con mecanismo de repetición que tenía toda la pinta de haber sido antes una de esas pistolas rusas que podían convertirse en ametralladora. El joven quería la recaudación y los empleados obedecieron, como autómatas sin criterio propio. El asaltante miró la cola de personas que se esperaba y reconoció al Giorgios entre los presentes.
―¡Ah, Mira quien tenemos aquí! ¡Volvemos a encontrarnos! ―Apostolios no entendía nada.
―Tengo que darte las gracias por la oportunidad que me diste! Cuatro años ―diciendo esto abrió fuego y una ráfaga derribó a Apostólios sin que pudiera hacer nada.
Apostolios, el hermano gemelo de Giorgios cayó de espaldas dejando un gran charco de sangre.
―Como ves he aprovechado la oportunidad que me diste y he aprendido la lección ―dijo mientras marchaba con el saco lleno de dinero y la gente de la cola respiraba aliviada por haberse librado de la muerte.
Cuando Giorgios supo la noticia pensó en fundar un partido para restablecer la pena de muerte. ¡Con tanta violencia no sabía dónde irían a parar!
Manel Aljama (octubre 2023)
Escriptor, Editor, Podcaster, Creador de Continguts i Formador de Tecnologies
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