Gala nació en Rusia en 1894. Y no se llamaba Gala, sino Elena Ivánovna Diákonova. Contrajo tuberculosis siendo muy joven y la llevaron a un sanatorio en Suiza, donde conoció al que sería su marido, el poeta Paul Éluard. Tuvieron una hija, pero nunca se ocupó de ella. Y Gala se convirtió en musa del surrealismo.
En 1929, la pareja viaja a Cadaqués para conocer a Dalí. Y se produjo la magia del amor y la atracción. Ella era 10 años mayor que él, pero se enamoraron. Dejó a su marido y se quedó con Dalí.
Gala fue mucho más que musa para Dalí. Fue su administradora, su marchante y el motor de su creatividad, la que ponía orden en el caos del pintor. Y la que le sugería trabajos. Llegó a firmar muchos de sus trabajos como “Gala-Salvador Dalí”. Y son los mejores.
Desde otro ángulo, Gala fue como la Yoko Ono de la Gen del 27. Odiada a partes iguales por Buñuel y por la propia hermana de Dalí, que la acusó de manipuladora y controladora. Pero sin ella, Dalí no habría sido Dalí.
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