viernes, 29 de noviembre de 2024

¿De verdad llegamos a la Luna? | Raquel de la Morena


El hombre pisó la Luna el 21 de julio de 1969. Neil Armstrong y Buzz Aldrin, tras descender del módulo lunar de la misión Apolo 11 se pasearon por la superficie de nuestro satélite en una hazaña histórica que marcó un hito en la exploración espacial. ¿O tal vez no? En la actualidad, muchas personas albergan dudas o, directamente, no creen que el hombre llegase a la Luna y opinan que la NASA engañó a la humanidad. En este vídeo documental en español os contaremos la historia real de la llegada del hombre a la Luna para que despejéis algunas de vuestras dudas sobre el tema. #documental #historia #misterio

“Si de verdad llegamos a la Luna, ¿por qué no regresamos nunca?”. La respuesta es muy sencilla: ¡claro que regresamos! En las misiones tripuladas del programa Apolo participaron un total de 29 astronautas, y doce de ellos pisaron la Luna. Aparte de Neil Armstrong y Buzz Aldrin, de la misión Apolo 11, también pasearon por allá arriba Charles 'Pete' Conrad y Alan Bean, del Apolo 12; Edgar Mitchell y Alan Shepard –¿os acordáis de él?–, que viajaron en el Apolo 14; David Scott y James Irwin, del Apolo 15; John Young y Charlie Duke, del Apolo 16; y Eugene Cernan y Harrison Schmitt, del Apolo 17. Todas estas misiones se llevaron a cabo entre 1969 y 1972.

Después de seis alunizajes exitosos, como ya se había conseguido el hito histórico de vencer a los soviéticos en la carrera a la Luna, las autoridades de EE. UU. decidieron cancelar las misiones Apolo 18, 19 y 20 por limitaciones de presupuesto. Además, el clima social ya no era tan propicio: una vez pasada la euforia inicial por la hazaña del 69, a ojos del público los siguientes alunizajes solo parecían aportar rocas y más rocas tristes y anodinas, nada de nuevos minerales de propiedades extraordinarias. Por otro lado, la larga e impopular guerra de Vietnam socavó el apoyo de la ciudadanía a los grandes proyectos militares del Gobierno, y el programa espacial se percibía como parte de esa política.

Es decir, que sí se volvió a pisar la Luna después del Apolo 11. Por desgracia, la historia y los libros de texto únicamente recuerdan a los primeros en hacer algo, por eso hay tanta gente que sigue pensando que solo Armstrong y Aldrin pisaron la Luna. Una curiosidad: todo el mundo sabe cuáles fueron las primeras palabras que pronunció Armstrong nada más llegar, pero ¿sabéis cuáles son –de momento– las últimas palabras pronunciadas por un humano sobre la Luna? Se las dijo Eugene Cernan a su compañero del Apolo 17 Harrison Schmitt: “¿Estás listo? Vamos a sacar esto de aquí”.

Otro argumento que echa por tierra la mayoría de las teorías conspirativas es, precisamente, el del comportamiento de los soviéticos. Si se hubiese tratado de un fraude, de un engaño mundial rodado en un plató de cine, habrían sido los primeros en denunciarlo, dada la gran rivalidad existente entre las dos superpotencias de la época. Pero no dijeron ni mu. Nunca protestaron ni acusaron a los estadounidenses de engañar a la humanidad. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que sabían que realmente lo habían conseguido, porque era algo factible y ellos mismos estaban cerca de lograrlo.

Gracias por visitar nuestro canal. Somos Raquel de la Morena y Pedro Estrada, periodistas y escritores. En nuestros vídeos os contaremos historias destinadas especialmente a mentes curiosas. Biografías, leyendas, misterios, curiosidades históricas y literarias... Si os apetece escucharlas y verlas, ¡sois bienvenid@s!

Como escritores, somos autores de novelas de romance histórico ('El corazón de la banshee' y '¿Quién diablos eres?', obra ganadora del V Premio Titania), libros juveniles (como la novela-espejo 'La maldición de Trefoil House') y también infantil-juveniles (como la colección 'Vinlandia', publicada también en Francia por la editorial Hachette).

Video de 2 de julio de 2023 de 33.54 minutos

Link: https://www.youtube.com/watch?v=cVQLKuG3q3o

sábado, 23 de noviembre de 2024

Vaivén | Mario Benedetti en "Despistes y franquezas, 1989)

 


Vaivén
(Despistes y franquezas, 1989)

Vení a dormir conmigo:
no haremos el amor, él nos hará.

JULIO CORTÁZAR


      Como casi siempre, al descubrirse, el desnudo y la desnuda se asombran de sus desnudeces. Como casi siempre, éstas son mejores que las de la memoria. Por supuesto, son jóvenes. Él es el primero en quebrar el encantamiento y la inercia. Sus manos se ahuecan para buscar y encontrar los pechos de ella, que al mero contacto lucen, se renuevan. Entonces, acariciando persuasivamente entre índice y pulgar los extremos radiantes, él dice o piensa: «No es que carezca de sentido de culpa, pero la verdad es que no me atormento. Las sensaciones llegan y se van, son aves migratorias, y cuando vuelven, si vuelven, ya no son las mismas. Se fueron frescas, espontáneas, recién nacidas, y regresan maduras, inevitablemente programadas. Entonces, ¿a qué ahogarse en el deber? El deber, al igual que el dolor (¿o será otra filial del dolor?), es un cepo. Esto hay que saberlo de una vez para siempre, si queremos que su gesto amargo, rencoroso, no nos sorprenda o nos frustre».

El niño, calato como un ángel pero sin alas, inocente de su propia inocencia, camina por la playa desierta y madrugona, hundiendo cautelosamente sus pies, todavía rosados, todavía fríos, en esa cambiante frontera que separa la arena de la olita. Descubre un tibio placer en ese gesto neutro, misterioso, que lame sus tobillos. No reflexiona. Simplemente disfruta. El mar no tiene para él ni pasado ni futuro. Es tan sólo una lengüeta que viene a acariciarlo, a darle bienvenidas. Y él corresponde y sonríe, a veces hasta ríe con breves carcajadas. En realidad, juega consigo mismo y con el mar. Y todavía no sabe que éste no se entera, todavía ignora que el mar es de una indiferencia insoportable, que el mar es la única tumba móvil, que el mar es la muerte en estado de pureza.

      Las colonizadoras manos de ella acarician la colonizada espalda de él, y empiezan a invadirlo, a abrazarlo, a tenerlo. Entonces ella dice o piensa: «Todo eso lo sé. Y sin embargo, en mí hay una vocación de permanencia, que, por otra parte, nunca he visto cumplida. Es obvio que el futuro está lleno de amenazas, de riesgos, de inseguridades, pero yo creo (de creer en y de crear), para mi uso personal, un cielo despejado. De lo contrario, el goce se me gasta antes de tiempo. Vos te aferrás al instante, ése es tu estilo. Mi instante, en cambio, quiere ser prólogo de otro, aunque lo más probable es que luego ese otro instante no comparezca. Algo o alguien puede matar mi futuro, pero quiero que sepas que mi futuro no es suicida».

Lejos, en términos infantiles, pero bastante cerca en cualesquiera otros, la niña calata como otro ángel pero también sin alas, viene a su encuentro por la arena que aquí y allá se alza y vuela gracias al aire matinal y marino. No se atreve todavía a pisar el agua, sólo permite que la arena livianísima suba y baje por entre los finos dedos de sus pies brevísimos. Allá arriba, entre pinos y eucaliptus, están las casas de los padres, los tíos, los adultos en fin, que todavía se reponen de la fiesta de anoche. Al igual que el niño, tampoco ella reflexiona. Apenas si siente una repentina curiosidad por esa imagen rosácea que se acerca (o tal vez es ella la que se va acercando, ¿o serán ambos?) y le vienen ganas de hacerle una señal, un saludo, un signo. La niña abre los brazos y ve que la imagen rosácea también abre los suyos. Entonces se forma en sus labios una sonrisa primaria, en soledad, tan espontánea como autosatisfecha.

       Ahora la boca del hombre se ha detenido en la oreja de ella y opta por pensar o decir: «¿Sabés una cosa? Tu oreja no siempre está desnuda. Sólo lo está cuando vos lo estás. Me gusta tu oreja desnuda, tal vez como una consecuencia de que me gustás así, como estás ahora. Después de todo, tenés razón: el instante es mi estilo. Es allí que lo juego todo. No ahorro disfrutes para vivir de esa renta en la tercera edad. Beso tu oreja como si nunca hubiera besado otra oreja. Por eso tu oído escucha estas palabras que nunca escuchó antes. Ni dije o pensé antes. El amor no es repetición. Cada acto de amor es un ciclo en sí mismo, una órbita cerrada en su propio ritual. Es, cómo podría explicarte, un puño de vida. El amor no es repetición».

El niño y la niña se han ido acercando y se detienen cuando apenas un metro los separa. O ya no. Porque la niña avanza una mano hasta posarla en el hombro del niño, y nota que es un poco más alto que el hombro de ella. «¿Cómo te llamás?», dice él para de alguna manera expresar el gusto que le da aquel contacto. «Claudia, ¿y vos?» «Marcos.» Él consigue suficiente coraje como para que su brazo derecho también avance hacia el brazo izquierdo de Claudia. «¿Siempre venís a la playa?», pregunta él. «No, pero desde ahora vendré todos los días.» Marcos siente que está conmovido y Claudia ve que él se sonroja. También ella se sonroja, pero por solidaridad. Durante la pausa, ambos se miran en lo que son y en lo que difieren. Claudia dice, todavía inocente de su propia inocencia: «¿Qué tenés ahí?». Y se lo toca. Es un contacto leve, pero Marcos experimenta la primera alegría importante de sus seis años de vida.

       La mujer mueve la cabeza hasta que sus labios rozan los de él y entonces dice o piensa: «Ya lo ves, has repetido que no es repetición. Y eso quiere decir algo. Digamos que es y no es. Todo es verdad. A mí, por ejemplo, me gusta repetir el amor, aunque reconozo que cada fase tiene un final distinto, una bisagra original que la une con la fase que vendrá. La repetición está en el comienzo y es como un eco, un recordatorio de la piel. A mí siempre me enternece recordar tu piel, pero sobre todo que tu piel me recuerde tu piel. No tengas miedo, en el amor (al menos, en mi amor) la repetición no se vuelve rutina. El acto mecánico, físico, puede (o no) ser igual o semejante, pero tu cuerpo y mi cuerpo nunca son los mismos. El sexo que hoy vas a ofrecerme no es el mismo del sábado pasado ni será, estoy segura, el del próximo martes, y el surco mío que lo reciba tampoco es ni será el mismo. El amor es y no es repetición».

El veterano ha tenido un sueño frágil y bastante más joven que sus años reales. Mira el reloj en la mesa de noche y son las tres de la madrugada. A su lado la veterana duerme y sonríe, y es una sonrisa que él no le ve desde hace tiempo. El calor se introduce a través de las persianas. También entra el ruido de la discoteca de la planta baja. El veterano aprovecha el oasis del insomnio para evaluar su propia desnudez. Las várices lo insultan y él se resigna. Las articulaciones se quejan y él quisiera aceitarlas, pero ya no viene aceite para tales bisagras. A su derecha, la sábana de ella se ha deslizado al piso y él tiene ocasión de comprender una vez más ese cuerpo conocido y contiguo. Ella eleva un brazo para apoyar o medir su propia cabeza y el mechón canoso se confunde con la blancura de la almohada. Él acerca su mano, sin tocarla aún, y ella permanece inmóvil, con los ojos cerrados, despierta. Él retira su mano. Allá abajo, la discoteca es como otro reloj: marca el tiempo, lo desvela y revela.

       Él se aparta un poco para mejor unirse, o sea para que sus manos, y de a ratos sus labios, puedan ir recorriendo colinas y hondonadas, rincones y llanuras. La piel de ella alternativamente se eriza o se abandona, en tanto que al á arriba la boca se entreabre y los ojos comienzan a cerrarse. Entonces él piensa o dice: «¿Cómo voy a programar o a calcular el amor de mañana o pasado, si tengo aquí esta concreta recompensa (o castigo) que sos vos, hoy? No te engaño si en este momento te confieso que te quiero toda, cuerpo y alma y alrededores, pero ¿para qué voy a hacerle descuentos a este deleite pronosticando qué sentiré el martes o el jueves? Si aparto mi mirada de tu vientre húmedo y contemplo allá enfrente el muro blanco, o más allá, si trato de vislumbrar el tallado infinito, me encontraré inexorablemente con esa última viga que es la muerte, y ésta es, por definición, el no-amor. ¿Cómo no preferir mirarte a vos, que sos la vida o por lo menos una de sus más incitantes imitaciones?»

La veterana siente que algo o alguien se inmiscuye en su sueño y entonces se dispone trabajosamente a abrir sus ojos. Allí, a su izquierda, está la mirada de él. Le pregunta si no puede dormir, y él responde que sí puede pero no quiere. Ella comenta que, para la estación, ésta es una noche demasiado calurosa y que el ruido de abajo parece inacabable. Él asiente y luego dice: «Mañana se cumplen veintiocho años, ¿te acordás?». Ella no hace comentarios, salvo con el ceño, que se encoge y se estira, vaya a saber por qué. Él inicia otro lento recorrido con su brazo. Ella no lo mira pero intuye que el brazo está viniendo. Cuando éste se detiene a pocos centímetros de su rostro, ella acerca su cabeza hasta lograr que su mejilla descanse sobre la palma que se ofrece.

       Hay un silencio cálido, inexpugnable, que envuelve los dos cuerpos. De pronto, el hombre decide apoyar su oído sobre el poderoso ombligo de la mujer. Es como si a través del omphalos, esa cicatriz genérica, esa boca muda, la mujer murmurara o vibrara en el oído del hombre: «Quisiera tenerte siempre, pero me resigno a tenerte hoy. Quizá la diferencia resida en que mientras tu goce es explosivo, fulgurante, el mío, que acaso es más profundo, tiene ojeras de melancolía. No puedo evitar prever desde ahora, junto al buen azar de tenerte, el anticipo de la nostalgia que sentiré cuando no estés. Ya lo sé. Demasiado lo sé. Todo está claro. Todo estuvo claro desde el vamos. Pero que me resigne no incluye que te mienta. Y esto que yo, ombligo, dejo en vos, oído, es para que alguna vez te zumbe y al menos te preguntes qué será ese zumbido».

El veterano siente el otro cuerpo. No como antes, poro a poro, pero lo siente. Ambos saben de memoria qué cuenca de ella se corresponde con qué altozano de él. Encajan uno en otra, otro en una, como si conformaran un paisaje clásico, de postal o museo. Sólo que antes eran paisajes del último Van Gogh y ahora son del primer Ruysdael. Él demora en encenderse y ella lo sabe pero no se impacienta. El mensaje de la discoteca se filtra implacable por entre las persianas. La humedad de la madrugada los remite a otros otoños. Él sabe que aquí no vale rememorar la pasión como quien recorre un viejo códice. Pero esa misma distancia lo conmueve y percibe por fin que esa filtrada emoción es la legataria, la penúltima Thule, el corolario normal de la pasión antigua. Sólo entonces se siente crecer. Sólo entonces ella siente que él crece.

       Ni el desnudo, ni la desnuda oyen campanas. Eso pasaba antes, en las fábulas familiares de las abuelas o, más cándidamente, en alguna marchita película de Burguess Meredith. Éstos de ahora escuchan truenos lejanísimos, bocinas de ansiedad, ambulancias que aúllan, rock en ondas y, más confidencialmente, labios que se disfrutan, comunión de salivas. La mujer se estira en toda la extensión de su piel sabrosa, abre brazos y piernas, tal como si se desperezara pero más bien perezándose. Siente que la boca del hombre va ascendiendo a su boca y cuando por fin cada lengua se encuentra con su prójima, ambas proponen o resuelven o gimen: «Qué importa si es o no repetición, qué importa si es prólogo o desenlace. Estamos. Somos. Una y uno. Dejemos que la muerte nos odie desde lejos. Desde muy lejos. Somos. Estamos. Tan cerca de vos que soy vos. Tan cerca de mí que sos yo. Una + uno = une.» Se unen, pues. El mundo queda fuera, con sus culpas, sus deberes, sus ropas. El desnudo y la desnuda son únicos testigos del amor sin testigos. Uno sobre otra, o viceversa, la humedad de sus vientres es de ambos. Los cuerpos (esos futuros, inevitables proveedores de ceniza) borran de un placerazo sus condenas y también se reconocen y trabajan. Trabajan y se gozan, únicos en el mundo, por fortuna olvidados. Entonces ella piensa o grita: «Vení», y él canta o piensa: «Voy». Y así, poco a poco (y al final, mucho a mucho), se ensimisma y celebra, se alucina y consuma el va-i-vén.

 

© Mario Benedetti (Paso de los Toros, Departamento de Tacuarembó,Uruguay, 14 de septiembre del 1920 — Montevideo, 17 de mayo de 2009)

© Fuente Internet: https://www.literatura.us/benedetti/vaiven.html
 

viernes, 22 de noviembre de 2024

Jenny, la gata que abandonó el Titanic antes de zarpar

 


 

La "Gata Titanic" que previó el hundimiento y recuperó a sus bebés antes de que el barco zarpara.

La gata Jenny era la mascota del Titanic y se subió a bordo para ayudar a combatir los roedores. Vivía en la cocina del barco y estaba a cargo de un trabajador llamado Jim Mulholland.

Durante las pruebas en el mar, Jenny dio a luz a gatitos y Jim les encontró un lugar cómodo junto a la cocina del barco. El cuidado de la madre gata y sus gatitos rompió la monotonía del trabajo de Jim preparando el Titanic para zarpar. Jenny parecía contenta con su lugar cálido cerca de las calderas, sus bebés y las sobras de cocina que Jim le traía. Sin embargo, tan pronto como el barco atracó en Southampton, Inglaterra, justo antes de comenzar su viaje inaugural (a Nueva York), Jenny observó bien su entorno y rápidamente comenzó a agarrar a sus gatitos por el cuello y a sacarlos. Uno a uno, por la pasarela, los condujo fuera del barco.

Jim la observó atentamente y se dio cuenta de que "¡este gato debe saber algo que nadie más sabe!". Luego rápidamente reunió sus pocas pertenencias y también abandonó el barco.

Años más tarde, Irish Road publicó la historia de Jenny después de que un periodista hablara con un hombre muy mayor, Jim, quien le contó la historia.

Sobrevivió gracias a la gata y sus gatitos que le avisaron.

© Texto de autoría desconocida y compartido en las redes. 
Fuentes: Muy Interesante Mexico y otras publicaciones.

© Imagen: Getty Images

lunes, 4 de noviembre de 2024

La trampa de la reforma educativa de los noventa

 

Respuesta a comentario de Carlos Mesa sobre nefastos resultados en educación
 
Creo que no me equivoco si a esto se llega "gracias" a la dejadez de padres en educar sus hijos y la reforma educativa de hace 30 años que ha convertido la escuela en una guardería y el liceo de secundaria en una escuela. Somos de la generación EGB-BUP que no era perfecta, pero teníamos del 0 al 10. Con solo dos notas, dos siglas NM (Necesita Mejorar) o PA (Progresa Adecuadamente) y los muchos funcionarios desmotivados que hay entre el profesorado, acaban puntuando todos con PA. Total, si no se repiten cursos. Si en secundaria quitaron el cero (¿para no deprimir alumnos?). Entonces no nos debe extrañar que aparezcan individuos que se definen como franquistas que culpan todos los males a un complot judeomasónico, además de estar contra las vacunas y por supuesto son terraplanistas.
 
En el vídeo de Carne Cruda, una empanada digna del mejor Monty Python: https://www.youtube.com/watch?v=CP088vLRI-0

© Manel Aljama, noviembre 2024
Escritor, Editor, Podcaster, Creador de Contenidos y Formador de Tecnologías