No sabía si había almorzado o era la cena lo que había ingerido. Toda su vida en ese momento se limitaba a desayunar un tazón de arroz hervido acompañado de agua negra que llamaban café y que le servían tras levantarse de los improvisados camastros que hacían las veces de dormitorio. Algunos más atrevidos se remojaban en una palangana de agua sucia que estaba junto a las letrinas. Casi no había espejos y tampoco disponían de útiles para afeitarse. Jabón con olor a disolvente o quizá desinfectante era lo que más abundaba en la zona destinada al baño. Al medio día el arroz se servía requemado con soja, igual que por la noche. Ahí radicaba la dificultad para distinguir las zonas horarias. No tenía reloj y se orientaba por el régimen de encendido y apagado de las luces del cuchitril.
De repente se escuchó una serie de golpes secos y repetitivos. Como el repiqueteo de la máquina de coser pero mucho más fuerte. Al poco una explosión hizo saltar la puerta y un grupo de hombres altos, fuertemente armados y vestidos con extrañas ropas de negro que tapaban sus rostros con cascos con visera, irrumpieron en la estancia. Uno que parecía ser el jefe de los invasores dijo:
—¡Policía de España! ¡Quieto todo el mundo!
Pero Yuan no comprendía aquel idioma. Le habían traído en un contenedor y llegó hasta allí con los ojos vendados. No sabía ni en qué país se encontraba.
Li, uno de los encargados del taller, arrojó un objeto contra los asaltantes. Éstos replicaron lanzando una pelota de goma que le impactó en el muslo. Antes de que Li sacase su revólver del bolsillo, varios agentes le encañonaron y le desarmaron.
Yuan estaba estupefacto. Apenas podía comprender que los intrusos eran una especie de policía que detenían a su jefe, a uno de sus jefes. Se quedó petrificado. Pero en cuanto vio que los otros encargados iban arrojando sus respectivas armas a los pies de los conquistadores, bajó la cabeza y se puso a coser piezas. Tenía que acabar las quince mil que tenía asignadas. Si no lo hacía su familia podría sufrir las consecuencias.
© Manel Aljama (maljama) octubre–enero 2009
Me impactó la actitud de un chino esclavizado en una redada realizada en un taller clandestino. Era el mes de noviembre. En los últimos días se han producido diversas redadas tanto en talleres clandestinos, como en peluquerías (de final feliz).
ResponderEliminarA mi me impactó también tu relato, no tenemos en cuenta las condiciones en las que trabajan aún muchas pobres personas que se ven llevados a los extremos más terribles por el ansia de salir a flote. Muy bien llevado Manel.
ResponderEliminarBesos.
Carmen
La actitud evasiva y a la vez derrotista o ignorante está dada en todo el relato con justa medida. Me encantó. Un saludo
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