Autor Arriaga, fuente: Internet Monjas cuidando enfermos |
Estaba sumido en un tortuoso sueño en el que la respiración era casi un gesto digno de un héroe. Repetía una y otra vez las mismas imágenes, como si estuviese atrapado en un laberinto sin salida. El parte médico decía: "Cinco costillas rotas, clavícula derecha partida, probable fractura medular. Conmoción visceral. Rotura de ambas piernas. Pronóstico de extrema gravedad". Le había pasado por encima un vagón de tren de unas tres toneladas. Trabajaba, a pesar de no tener siquiera los catorce, como mozo de carga y descarga en la estación de mercancías. Seguramente ese día le habrían invitado los otros hombres a un poco de aguardiente, para combatir el duro invierno, y se debió adormecer sobre las vías. Se encontraba en una habitación para él sólo. No habían traído más que un poco de suero. El hospital no estaba para muchos dispendios en aquel tiempo. En la pared de color indefinido, sobre la cabecera de la cama, colgaba un sencillo crucifijo y un poco más abajo, casi encima de la escueta mesilla de noche, un calendario. Señalaba el mes de enero de 1947. En el suelo, una vieja jofaina de porcelana desportillada y una toalla hacían de baluarte ante las hormigas y las cucarachas. Por compañía estaba una monjita de no más de veinte años, de tez blanquinosa, y casi de buen ver, enfermera vocacional que parecía que había sido vecina del enfermo; eso debió ser antes de que su familia se deshiciese del todo, que al padre del muchacho lo encerrasen por estraperlista mientras su madre moría de parto y el resto de hermanos se dieron a la vida. La religiosa siempre había sentido un cierto aprecio por el chaval.
De pronto entre suspiros experimentó una mejora. La joven sabía, aunque no quería creerlo del todo, que tenía las horas contadas.
—¡Agua por favor! ¡Tengo sed!
Solícita mojó la toalla en la palangana y la acercó a la frente sudorosa del muchacho. Hizo un gesto por intentar sorber o beber el paño.
—No, no puedes beber agua, ¿ves? —le señaló el conducto del suero—, tienes esto. Calma —intentó tranquilizarlo y tranquilizarse ella.
—Cuando salga... —dijo con la respiración entrecortada y haciendo un gran esfuerzo contra las costillas que se le clavaban en los pulmones—, cuando salga te compraré un ramo de flores.
—Descansa —respondió mientras le pasaba el lienzo por el resto de su cara aún imberbe.
Hubo un instante de silencio. El chico tomaba fuerzas. La respiración se le hacía pesada y el corazón aún latía.
—¡Cuando salga nos casaremos! ¡Dejarás los hábitos! —dijo de golpe, casi a la carrera, como una última exhalación.
Ella contuvo las lágrimas aunque sus ojos estaban húmedos e irritados por la angustia que pasaba. Lo sabía. Sabía lo poco que podía hacer pero quiso tener un atisbo de fe. Pulsó el timbre. El joven cerró los ojos mientras se agitaba convulsamente. Nadie venía y ella salió al pasillo. Recorrió dos o tres pasadizos. Encontró al médico en el pabellón de infecciosos. El doctor, con faz lampiña, parecía que podía permitirse el lujo de afeitarse a diario, a pesar de las restricciones. Le suplicó que le acompañase. Recorrieron el camino a la inversa.
—Ya se ha ido —dijo conteniendo el llanto.
—¿Y para eso me llamaba? ¿No ve que se trataba de un pobre desgraciado que no habría llegado lejos? Es mejor que las cosas sean así. ¿No ve que estoy ocupado y tengo cosas más importantes? Ande, ande, váyase a ocuparse de otro moribundo, es en la quince. No se haga ilusiones le quedan unas horas de vida, rece por él.
De pronto entre suspiros experimentó una mejora. La joven sabía, aunque no quería creerlo del todo, que tenía las horas contadas.
—¡Agua por favor! ¡Tengo sed!
Solícita mojó la toalla en la palangana y la acercó a la frente sudorosa del muchacho. Hizo un gesto por intentar sorber o beber el paño.
—No, no puedes beber agua, ¿ves? —le señaló el conducto del suero—, tienes esto. Calma —intentó tranquilizarlo y tranquilizarse ella.
—Cuando salga... —dijo con la respiración entrecortada y haciendo un gran esfuerzo contra las costillas que se le clavaban en los pulmones—, cuando salga te compraré un ramo de flores.
—Descansa —respondió mientras le pasaba el lienzo por el resto de su cara aún imberbe.
Hubo un instante de silencio. El chico tomaba fuerzas. La respiración se le hacía pesada y el corazón aún latía.
—¡Cuando salga nos casaremos! ¡Dejarás los hábitos! —dijo de golpe, casi a la carrera, como una última exhalación.
Ella contuvo las lágrimas aunque sus ojos estaban húmedos e irritados por la angustia que pasaba. Lo sabía. Sabía lo poco que podía hacer pero quiso tener un atisbo de fe. Pulsó el timbre. El joven cerró los ojos mientras se agitaba convulsamente. Nadie venía y ella salió al pasillo. Recorrió dos o tres pasadizos. Encontró al médico en el pabellón de infecciosos. El doctor, con faz lampiña, parecía que podía permitirse el lujo de afeitarse a diario, a pesar de las restricciones. Le suplicó que le acompañase. Recorrieron el camino a la inversa.
—Ya se ha ido —dijo conteniendo el llanto.
—¿Y para eso me llamaba? ¿No ve que se trataba de un pobre desgraciado que no habría llegado lejos? Es mejor que las cosas sean así. ¿No ve que estoy ocupado y tengo cosas más importantes? Ande, ande, váyase a ocuparse de otro moribundo, es en la quince. No se haga ilusiones le quedan unas horas de vida, rece por él.
(c) Manel Aljama (julio-agosto 2009)
Impactante relato con una desgarradora conclusión." A veces los desposeídos no son nada... para algunos y hasta en la muerte estorban" El desarrollo de tu relato, sin desperdicios! Un abrazo. Felicitaciones!
ResponderEliminarAmigo, estoy de vuelta, visité los blogs que me has solicitado, leí detenidamente y no he podido dejarte comentario pues soy torpe para esto y no sé como debo hacer para registrarme, ya que de otra manera no me lo permite.
ResponderEliminarMe ha gustado tu texto ambientado en la posguerra de la Guerra Civil. Aunque yo creo que debías haberlo situado más en el año 1946 y no en el 1947.
ResponderEliminarYa se había superado la posguerra y, sin embargo, todavía la vida era muy dura, prueba de ello la juventud de tus personajes puestos al límite.
ResponderEliminarPreciosa y dura historia en la que, justamente queda patente la poca importancia que tenía (quizá todavía tiene) la vida de los que no tienen nada, de los que "no son nada".
Bicos.
doloroso, aunque la esperanza del moribundo marcó un último instante de ilusión y propósitos.
ResponderEliminarbreve y bueno.
p.d. cuando vine de regreso, tampoco aceptaron algunos de mis libros en la biblioteca, me dijeron... déjelos en la mesa del hall... así hice con bastante dolor. espero que hayan disfrutado los que lo llevaron... es duro desprenderse de libros. ahora los voy regalando a quienes los aprecian.
gracias x tu visita.
espero que hayas disfrutado el descansito.
abrazote
Que ganas me quedo de meterle do ostias al médico. Tragico, pero real.
ResponderEliminarDoloroso,estremecedor,terrible; y -lamentablemte- el "para eso me llamo?" de quienes se creén en un pedestal, sigue sucediendo hoy,en todos los órdenes de la vida.
ResponderEliminarUn relato magnífico para reflexionar, para que jamàs nos "sacudamos" de encima el dolor ajeno,para que siempre podamos brindar un rayito de esperanza.
Besos
Apreciado Manel:
ResponderEliminarSoy Pedro Labella Martinez (Pedro Lamart)Aunque hasta la fecha no he comentado nada de lo que he leído, te diré que me encanta tu forma de escribir y compré uno de tus libros publicados en Bubock. Con respecto a mi cuento, tienes mi permiso para publicarlo en tu blog. Mi correo es: pedrolamart@hotmail.com
Estaremos en contacto.
Un abrazo
Cuanta tristeza encierra este relato. Los hospitales creo que no le gustan a nadie, precisamente por que representan esa parte de nosotros y de los que nos rodean que desearíamos evitar. Desgraciadamente tarde o temprano acabamos allí, de alguna forma. En tu texto se une un tiempo en el que los medios y las atenciones eran escasos, desgraciadamente aún hay lugares en los que esto ocurre irremediablemente. Me ha gustado tu narración, muy bella.
ResponderEliminarBesos.
Carmen
"Ei!, moltes gràcies, està força bé. ;-)"
ResponderEliminarAlma: Gracias por tu acertada visión "A veces los desposeídos no son nada" yo añadiría que muchas veces...
ResponderEliminarNiebla: No he visto que tengas un sitio y te consideraré Anónimo. Lo importante creo, que no va de un año, es el contexto social de una época de aislamiento y restricciones. Me documenté y 1947 fue tan malo como 1946. Además lo situé en enero...
fonsi (Ana): La vida siguió siendo dura para los que discrepaban, para los que dudaban en vez de aplaudi y vitorear sumisos ante lo impuesto.
Rosa María: Haces muy bien en regalar los libros a quien los aprecia de verdad.
Deprisa: Él médico no es culpable, sino el apéndice de un sistema impuesto, el de vencedores y vencidos.
estela: Estoy de acuerdo contigo y lo diré con otras palabras: "quien olvida su pasado está condenado a repetirlo".
Pedro: Encantado de que te guste como escribo. Yo sólo lo intento hacer mejor cada día y aprovecho cuanto aprendo que sea o pueda ser útil. También leer a los maestros me ha servido, al menos un poquito creo que se me ha quedado (espero).
Carmen: Como a Pedro, encantado de que al menos haya provocado alguna sensación de empatía: miedo, dolor, llanto o como antes risa. Sigo en el camino amiga.
Jordi: Espero que te guste más que Larsson. Estoy convencido de que si lees a Rosa María, fonsi, Pedro, Carmen, Deprisa, estela, tendrás buenos textos que te harán pasar un buen rato. Lo otro es un "best seller" de acción.
Sabes meter al lector en el relato, lo ambientas muy bien y es fácil sentirse sensibilizado con los personajes del mismo.
ResponderEliminarOtra época no sé si más dura, pero en nuestros recuerdos, indudablemente más gris.
Un cordial saludo.
Buena entrada, el relato duele e impacta pero esta muy bien, tal real como la vida misma, te felicito.
ResponderEliminarSaludos
RMC
Los médicos siempre tan prácticos, tan deshumanizados, y tú siempre tan correcto y tan hábil con el lenguaje. Pero sobre todo, tan lleno de sentimiento. Me gusta mucho, está lleno de ese dolor que produce lo inevitable.
ResponderEliminarAbrazos, majete.
He llegit el teu relat i realment es colpidor. M'ha agradat molt.
ResponderEliminarHe leído el tu relato y es desgarrador, me ha gustado mucho
¿Y PARA ESO ME LLAMABA?
ResponderEliminarEste relato, muestra la crueldad y el desprecio de los vencedores hacia los vencidos. Lo poco que valían los desposeídos, y en qué tristes condiciones maría la gente en los hospitales, por desidia de los médicos y por falta de medios.
Teniendo en cuenta que el ?muchacho- era parte de tu familia, y por tanto, el que más refleja la realidad, no difiere de los anteriores, pero es el que más me ha impactado por la crudeza de las imágenes: El chico solo, su padre en la cárcel, su madre muerta, su desesperación cuando pide agua en los últimos estertores de su vida, pero a la vez no pierde la esperanza y declara su amor a la monjita. Y las palabras de desprecio del médico.
Creo que los tres relatos se ajustan fielmente a la realidad que se vivió en la guerra civil española, y en la posguerra, y que eres un buen escritor.
GREGOTD