martes, 24 de diciembre de 2024

Un anciano sin hogar AYUDA a Elon Musk, ¡al día siguiente se lleva el susto de su vida!


Un anciano sin hogar AYUDA a Elon Musk, ¡al día siguiente se lleva el susto de su vida!

En esta inspiradora historia, Tom Wilson, un veterano de 73 años sin hogar, ofrece ayuda desinteresada a Elon Musk cuando su auto se descompone. Lo que parecía un acto simple y generoso desató una serie de eventos que transformaron completamente su vida. Desde su lucha en las calles hasta convertirse en un asesor clave para Tesla, esta es una historia de segundas oportunidades, bondad y el poder de la compasión. Mira hasta el final para descubrir cómo una acción puede cambiarlo todo.
Palabras clave:
Elon Musk, Tesla, historia inspiradora, hombre sin hogar, veterano ayuda, bondad, compasión, segundas oportunidades, cambio de vida, transformación personal, historias reales

Video de noviebre de 2024 de 12.13 minutos

Link: https://www.youtube.com/watch?v=Dvao9vPxpu8

sábado, 21 de diciembre de 2024

¿Quién murió realmente en Auschwitz?

 



¿Qué fue lo que realmente murió en Auschwitz? Aquí hay un punto de vista interesante. La siguiente es una copia de un artículo escrito por el escritor español Sebastian Vilar Rodríguez y publicado en un periódico español. No se necesita mucha imaginación para extrapolar el mensaje al resto de Europa. - y posiblemente al resto del mundo. 

Caminé por las calles de Barcelona y de repente descubrí una terrible verdad: Europa murió en Auschwitz ... Matamos a seis millones de judíos y los reemplazamos con 20 millones de musulmanes. En Auschwitz quemamos a un grupo de personas que representaban cultura, pensamiento y creatividad. , talento. Destruimos al pueblo elegido, verdaderamente elegido, porque produjeron grandes y maravillosos personajes que hicieron grandes contribuciones al mundo y, por lo tanto, cambiaron el mundo.

La contribución del pueblo judío de hoy se siente en todas las áreas de la vida: la ciencia, el arte, el comercio internacional y, sobre todo, como la conciencia del mundo. Mire la junta de donantes en cualquier sinfonía, museo de arte, teatro, galería de arte. , centro de ciencias, etc. Verá muchos, muchos, apellidos judíos. Estas son las personas que fueron quemadas. De los 6,000,000 que murieron, ¿cuántos hubieran crecido para ser músicos, médicos, artistas, filántropos?

Y bajo el pretexto de la tolerancia, y porque queríamos demostrarnos a nosotros mismos que estábamos curados de las enfermedades del racismo y la intolerancia, Europa abrió nuestras puertas a 20 millones de musulmanes, quienes nos trajeron estupidez e ignorancia, extremismo religioso y falta de tolerancia. , crimen y pobreza, debido a la falta de voluntad para trabajar y apoyar a sus familias con orgullo.

Hicieron volar nuestros trenes y convirtieron nuestras hermosas ciudades españolas en el tercer mundo, ahogándose en la inmundicia y el crimen. En los apartamentos que reciben gratuitamente del gobierno, planean el asesinato y la destrucción de sus ingenuos anfitriones. 

Y así, en nuestra miseria, hemos intercambiado cultura por odio fanático, habilidad creativa por habilidad destructiva, inteligencia por atraso y superstición. Hemos intercambiado la búsqueda de la paz de los judíos de Europa y su talento para un futuro mejor para sus hijos. , su decidida adhesión a la vida porque la vida es santa, para aquellos que persiguen la muerte, para las personas consumidas por el deseo de morir por ellos mismos y por los demás, por nuestros hijos y por los suyos. Una miserable Europa cometió un terrible error.

Recientemente, el Reino Unido debatió si eliminar El Holocausto de su plan de estudios escolar porque "ofende" a la población musulmana que afirma que nunca ocurrió. No se ha eliminado aún. Sin embargo, este es un temible portento del miedo que se está apoderando del mundo y la facilidad con que cada país se rinde a él.

Han transcurrido aproximadamente setenta años desde que terminó la Segunda Guerra Mundial en Europa. Este correo electrónico se envía como una cadena conmemorativa, en memoria de los seis millones de judíos, veinte millones de rusos, diez millones de cristianos y mil novecientos sacerdotes católicos. quienes fueron 'asesinados, violados, quemados, muertos de hambre, golpeados, experimentados y humillados. Ahora, más que nunca, con Irán, entre otros, que afirman que el Holocausto es' un mito ', es imperativo asegurarse de que el mundo "nunca olvide . "

Este correo electrónico está destinado a llegar a 400 millones de personas. Sea un enlace en la cadena conmemorativa y ayude a distribuir esto en todo el mundo

¿Cuántos años pasarán antes del ataque al World Trade Center "NUNCA PASÓ" porque ofende a algunos musulmanes en los Estados Unidos? Si nuestra herencia judeocristiana es ofensiva para los musulmanes, deben empacar y mudarse a Irán, Irak o algún otro país musulmán.

Por favor, no solo borres este mensaje, solo te tomará un minuto transmitirlo.

Debemos despertar a Estados Unidos, Inglaterra, Australia y Europa antes de que sea demasiado tarde.

"Si no te interesas en los asuntos de tu gobierno,  Entonces estás condenado a vivir bajo la regla de los tontos . Platón.


jueves, 19 de diciembre de 2024

El Teorema de Dilbert

 


TEOREMA DE DILBERT

El teorema del salario de Dilbert establece que: Los ingenieros, científicos y gente con sólida formación nunca pueden ganar tanto como los políticos, ejecutivos, vendedores e indocumentados que se hacen llamar "influencers". Lo demuestra matemáticamente a partir de los siguientes 2 postulados que son de dominio público: Postulado No. 1: El CONOCIMIENTO es PODER Postulado No. 2: El TIEMPO es DINERO Todos conocemos el siguiente principio de la física:
 POTENCIA = TRABAJO / TIEMPO Pero considerando que CONOCIMIENTO = PODER; tenemos que: 
CONOCIMIENTO = TRABAJO / TIEMPO Y como TIEMPO = DINERO; tenemos que: 
CONOCIMIENTO = TRABAJO / DINERO Ahora, si en esta ecuación, despejamos la variable "Dinero", 
obtenemos que: DINERO = / TRABAJO / CONOCIMIENTO Así que cuando Conocimiento se aproxima a cero (0), el dinero tiende al infinito, independientemente de la cantidad de trabajo realizado. Con lo que queda demostrado que: CUANTO MENOS SEPAS; MÁS GANARAS Nota: Si no has entendido la demostración de este teorema, no te preocupes, por lo menos tienes un buen sueldo.
 
© Dilbert es el personaje de la tira cómica Scott Adams

viernes, 13 de diciembre de 2024

La contraseña de Internet

 



Chicos, hace unos 6 meses, mi vecino me pidió la contraseña de mi Internet. Pasé y pensé: Está bien, no cuesta nada, porque me llevo bien con él. 

Ayer volvía a casa y él estaba en la puerta. Nos detuvimos y hablamos un rato como siempre, cuando me dijo muy feliz que había puesto Netflix. Entonces dije en tono de broma: "He estado trabajando mucho, apenas tengo tiempo para ver televisión, pero bueno, entonces préstame la contraseña para ver algunas series".

Entonces su esposa, que estaba sentada en el porche, dijo: "No hay manera de que no, porque soy yo quien paga y no es para andar repartiendo".  Reinó el silencio total. Él, avergonzado, se disculpó y le dije que lo dejara pasar. Seguimos hablando de otro tema. Y entré a mi casa.

Poco después, la esposa de mi vecino salió llamándolo, parecía nerviosa y dijo que la televisión no funcionaba. Entró y yo me quedé allí mirando por la ventana. Al cabo de unos minutos se fueron él y su mujer y vinieron a llamarme y me dijeron que la red no funcionaba, que no entraba la contraseña...

Me volví hacia ellos y les dije: "Les cambié la contraseña, porque soy yo quien paga y no es para andar repartiendo". La esposa se sonrojó y trató de discutir, inmediatamente le dije: "Señora, hagámoslo así, yo mantengo mi internet y usted tiene su Netflix y todo está bien y nadie se molesta". ¡Entraron con cara fea, cerraron la puerta de golpe y nunca más me hablaron!

Moraleja: Todo tiene que ser recíproco. Amistad, amor, consideración, compartir...

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© Autor de imagen y texto desconocidos. compartido en redes sociales de Internet



miércoles, 11 de diciembre de 2024

Eso no puede ser verdad

 



Regreso del Futuro 2


DICIEMBRE DE 1984. Se encuentran dos amigos, Matías y Lucas, que hace mucho tiempo que no se veían. Matías parece un indigente, pues viste con unos pantalones bastante gastados y su camisa es de un color indefinido. Puede que en algún momento fuese beige, pero en ese momento resulta muy difícil determinar su color original. A Lucas se le ve muy bien.

Lucas hace un amago de darle un abrazo, pero avanza primero su mano que el otro acepta. Se miran y se dan el abrazo.

¡Cuánto tiempo, Matías! — dice Lucas mientras da un paso hacia atrás para repasar su amigo de arriba a abajo.

¡A ti sí que se te ve bien! — responde Matías.

¡Hombre! Los años no pasan en balde… Ya no podías subir las escaleras, tuve que vender el piso y me fui a vivir con mi hija…, y el imbécil de mi yerno. ¡Pero bien!

Se hace un corto silencio. Entonces Lucas intenta salvar la situación y ayudar a su amigo.

No hace falta que me digas nada. No se te ve muy bien. ¿Puedo ayudarte en algo?

Gracias, pero no. Prefiero la libertad.

Hombre, ahora tenemos libertad.

¡Ja! Antes de que os deis cuenta, ya no la tendréis. Yo duermo donde puedo, pero no te voy a contar mi vida. A veces tengo sueños y el otro día tuve como una pesadilla. No me atrevo a llamarlo premonición. ¿Te lo puedo contar?

Sí, anda. Yo tengo todo el tiempo del mundo.

¡Y yo!

Pues como te decía, en el sueño me vi en el futuro, creo que era dentro de cuarenta años, en el 2024.

¿Y?

No me creerías…

¡No sé! Te he pedido que me lo cuentes.

Pues sigo. Pero no me interrumpas. Si te parece que todo está muy caro, te vas a enterar de como va a ser dentro de cuarenta años — Matías hace un gesto con la mano para insistir a su amigo que no le interrumpa —. Para empezar, hay una nueva moneda para toda Europa. La llaman el Euro. Pero para lo único que sirve es para que todo sea mucho más caro. Fíjate, el aceite se vende a precio de güisqui, el quilo de lentejas sobre las cuatrocientas pesetas de ahora. Y la vivienda, ni te cuento. Con decirte que en capitales se piden entre cincuenta y cien millones de pesetas por un piso corriente y moliente que ahora vale cinco o diez. ¡No lo acabará de pagar ni todos los bisnietos juntos!

¿Y el pan? — interrumpe Lucas que no puede dar crédito a lo que escucha.

¿El pan?

Pues una barrita de nada, casi vale 200 pesetas de las de ahora.

¡Vamos anda! Eso no puede ser. Es que no puede ser, que si eso que dices fuese verdad, se arma una revolución... Queman a alguien. No sé, no me lo puedo creer.



© Manel Aljama, diciembre 2024

© Foto de Kaboompics.com en Pexels


viernes, 6 de diciembre de 2024

La RAE rechaza el uso de "todos y todas", todxs, y todes

 


 

    POR UN IDIOMA SIN "IDIOMO"
    Si, no tiene "dío" el día,
    y el trigo no tiene "triga",
    ni existen las "gobernantas",
    tampoco las "estudiantas",
    ni "hormigo" entre las hormigas.
    Aunque lo intenten, comprar
    con millones y "millonas"
    un trono no tiene "trona"
    ni "jaguara" has de llamar
    a la hembra del jaguar,
    y aunque el loro tenga Lora,
    y tenga una flor la flora
    mi lógica no se aplaca:
    no tienen "vacos" las vacas
    ni los toros tienen "toras".
    Aunque las libras existan
    con los libros no emparejan,
    y tampoco se cotejan
    suelos, que de suelas distan,
    por mucho o "mucha" que insistan
    mi mano no tiene "mana",
    no tiene "rano" la rana
    y foco no va con foca,
    ni utilizando por boca
    al masculino de Ana.
    
    Autor Roberto Santamaría-Betancourt, un genio.
    Publicación original para LBA/Isabel Martín en Redes Sociales

 

miércoles, 4 de diciembre de 2024

No mires a los ojos de la gente

 


 

Regreso del Futuro 1


SONABA «No mires a los ojos de la gente» que la peña coreaba a grito pelado, aunque estuvieran afónicos por llevar más de media hora haciendo eso. Era de lejos el tema más esperado en el concierto que Golpes Bajos daba en Alcorcón. Yo no estaba afónico. Bueno, de hecho, es como si no estuviese. Aquel día me había levantado un poco raro y no lo podía disimular. Karla no paraba de mirarme extrañada como si de verdad se preocupase por mí. Lo parecía.

El estadio estaba abarrotado por gente del municipio, del barrio y fans enfervorizados que se habían desplazado desde Madrid. Había de todo, punkis, pelos azules y naranja, siniestros, rockers irreductibles. ¡Algun cronista podría haber dicho que era cosa de pueblerinos!

Era el último bis y los del estadio ya habían empezado a encender las luces del estadio con la consiguiente bronca del público. Karla no me había quitado el ojo de encima en todo el concierto. Parecía preocupada. Debía de ser la cara que hacía. La noche anterior no había dormido mucho, pero no podía comentar nada del sueño. La veía bella.

Tío, ¿Qué te pasa? A ti te pasa algo… ¿Acaso la priva era de garrafón? — Al final, cansada de observar, me dirigió la palabra.

¡No me rayes! ¡Que menudo sueño he tenido esta noche…! — respondí

¡Ahora vas y me lo cuentas!

Me vas a tomar por loco…

Ah, ¿pero no lo estabas ya?

Es que esta noche he tenido un sueño.

Las luces del escenario se apagaron y la gente se dio por vencida. El público heterogéneo empezó a desfilar hacia las salidas donde los vendedores ambulantes esperaban agotar las reservas de botes de cerveza. Karla me seguía en silencio.

¿Hacemos la última? — preguntó.

¡Vale! Pero la compras tú — asentí.

¡Joder! ¡Estas de un muermo! — dijo mientras se aproximó al vendedor que tenía las birras en un discretísimo barreño de plástico rojo atiborrado de cubitos de hielo todavía sin derretir.

Abrimos los botes y empezamos a caminar, mientras le daba algunos sorbos al mío.

Pues resulta que he soñado, que viajaba al futuro, más allá del año 2000. Creo que era el 2024 — Karla puso los ojos como platos —. Ya no quedaba nada de la Movida. Ya se habían ido al otro barrio, Carlos Berlanga, Manolo Tena, Antonio Vega, Germán Coppini...

¡Pero qué dices! — Karla me interrumpió.

Déjame seguir, por favor. Aún no he terminado. La lista de gente que ya se había ido al más allá es mucho más larga. Mira: Quique Urquijo de los Secretos, Eugenio Haro de Glutamato Ye-Ye, Tino Casal, Edu de Parálisis Permanente, ¡y hasta Lolo Rico! — me volvió a interrumpir y su cara no podía ser de mayor asombro.

¿En serio? ¡Esa gente es aún muy joven para palmarla!

Pero si no son los únicos. Mira, yo buscaba los referentes de hoy en un ordenador conectado a otro ordenador gigante y los de Aplauso ya no estaban, ni tampoco la Carrà… — me volvió a interrumpir.

Bueno, ¡eso ya parece más lógico! ¡Que no es una niña! Y hablando de música, ¿qué música has escuchado en el 2024?

Pues siéntate que te vas a caer. Puse la radio y sonaba una música que parecía hecha con la batidora, la aspiradora y la lavadora… como un pumba-chaka-pumba-chaka insufrible.

¡Qué fuerte!

Y eso no es todo. Había otra que hacían con un teclado y que no sabían ni cantar y rimaban «amol» con «dolol» y le llamaban reguetón.

Creo que necesitas descansar. Eso no parece una premonición, sino una pesadilla. Ya lo dice la canción que más nos gusta: «No mires a los ojos de la gente…»



© Manel Aljama, diciembre 2024

© Tema «No mires a los ojos de la gente», por German Coppini y Teo Cardalda en Golpes Bajos (1983)

© Imagen de Todo Colección

lunes, 2 de diciembre de 2024

El castillo de Kafka - Resumen


El castillo es una novela inconclusa del escritor Franz Kafka publicada en 1929. La historia gira en torno a K el agrimensor, el cual llega a un pueblo a ejercer su oficio, sin embargo, pronto se dará cuenta de que sus servicios no son requeridos, es más, su estancia ahí se debe a un error de papeleo, el cual lleva varios años sin resolverse. A partir de aquí, K, se enfrascará en una misión imposible para hablar con algún funcionario que aclare su situación.

Video de 2022 de 15 minutos

Link: https://www.youtube.com/watch?v=_2gei0x75bg

viernes, 29 de noviembre de 2024

¿De verdad llegamos a la Luna? | Raquel de la Morena


El hombre pisó la Luna el 21 de julio de 1969. Neil Armstrong y Buzz Aldrin, tras descender del módulo lunar de la misión Apolo 11 se pasearon por la superficie de nuestro satélite en una hazaña histórica que marcó un hito en la exploración espacial. ¿O tal vez no? En la actualidad, muchas personas albergan dudas o, directamente, no creen que el hombre llegase a la Luna y opinan que la NASA engañó a la humanidad. En este vídeo documental en español os contaremos la historia real de la llegada del hombre a la Luna para que despejéis algunas de vuestras dudas sobre el tema. #documental #historia #misterio

“Si de verdad llegamos a la Luna, ¿por qué no regresamos nunca?”. La respuesta es muy sencilla: ¡claro que regresamos! En las misiones tripuladas del programa Apolo participaron un total de 29 astronautas, y doce de ellos pisaron la Luna. Aparte de Neil Armstrong y Buzz Aldrin, de la misión Apolo 11, también pasearon por allá arriba Charles 'Pete' Conrad y Alan Bean, del Apolo 12; Edgar Mitchell y Alan Shepard –¿os acordáis de él?–, que viajaron en el Apolo 14; David Scott y James Irwin, del Apolo 15; John Young y Charlie Duke, del Apolo 16; y Eugene Cernan y Harrison Schmitt, del Apolo 17. Todas estas misiones se llevaron a cabo entre 1969 y 1972.

Después de seis alunizajes exitosos, como ya se había conseguido el hito histórico de vencer a los soviéticos en la carrera a la Luna, las autoridades de EE. UU. decidieron cancelar las misiones Apolo 18, 19 y 20 por limitaciones de presupuesto. Además, el clima social ya no era tan propicio: una vez pasada la euforia inicial por la hazaña del 69, a ojos del público los siguientes alunizajes solo parecían aportar rocas y más rocas tristes y anodinas, nada de nuevos minerales de propiedades extraordinarias. Por otro lado, la larga e impopular guerra de Vietnam socavó el apoyo de la ciudadanía a los grandes proyectos militares del Gobierno, y el programa espacial se percibía como parte de esa política.

Es decir, que sí se volvió a pisar la Luna después del Apolo 11. Por desgracia, la historia y los libros de texto únicamente recuerdan a los primeros en hacer algo, por eso hay tanta gente que sigue pensando que solo Armstrong y Aldrin pisaron la Luna. Una curiosidad: todo el mundo sabe cuáles fueron las primeras palabras que pronunció Armstrong nada más llegar, pero ¿sabéis cuáles son –de momento– las últimas palabras pronunciadas por un humano sobre la Luna? Se las dijo Eugene Cernan a su compañero del Apolo 17 Harrison Schmitt: “¿Estás listo? Vamos a sacar esto de aquí”.

Otro argumento que echa por tierra la mayoría de las teorías conspirativas es, precisamente, el del comportamiento de los soviéticos. Si se hubiese tratado de un fraude, de un engaño mundial rodado en un plató de cine, habrían sido los primeros en denunciarlo, dada la gran rivalidad existente entre las dos superpotencias de la época. Pero no dijeron ni mu. Nunca protestaron ni acusaron a los estadounidenses de engañar a la humanidad. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que sabían que realmente lo habían conseguido, porque era algo factible y ellos mismos estaban cerca de lograrlo.

Gracias por visitar nuestro canal. Somos Raquel de la Morena y Pedro Estrada, periodistas y escritores. En nuestros vídeos os contaremos historias destinadas especialmente a mentes curiosas. Biografías, leyendas, misterios, curiosidades históricas y literarias... Si os apetece escucharlas y verlas, ¡sois bienvenid@s!

Como escritores, somos autores de novelas de romance histórico ('El corazón de la banshee' y '¿Quién diablos eres?', obra ganadora del V Premio Titania), libros juveniles (como la novela-espejo 'La maldición de Trefoil House') y también infantil-juveniles (como la colección 'Vinlandia', publicada también en Francia por la editorial Hachette).

Video de 2 de julio de 2023 de 33.54 minutos

Link: https://www.youtube.com/watch?v=cVQLKuG3q3o

sábado, 23 de noviembre de 2024

Vaivén | Mario Benedetti en "Despistes y franquezas, 1989)

 


Vaivén
(Despistes y franquezas, 1989)

Vení a dormir conmigo:
no haremos el amor, él nos hará.

JULIO CORTÁZAR


      Como casi siempre, al descubrirse, el desnudo y la desnuda se asombran de sus desnudeces. Como casi siempre, éstas son mejores que las de la memoria. Por supuesto, son jóvenes. Él es el primero en quebrar el encantamiento y la inercia. Sus manos se ahuecan para buscar y encontrar los pechos de ella, que al mero contacto lucen, se renuevan. Entonces, acariciando persuasivamente entre índice y pulgar los extremos radiantes, él dice o piensa: «No es que carezca de sentido de culpa, pero la verdad es que no me atormento. Las sensaciones llegan y se van, son aves migratorias, y cuando vuelven, si vuelven, ya no son las mismas. Se fueron frescas, espontáneas, recién nacidas, y regresan maduras, inevitablemente programadas. Entonces, ¿a qué ahogarse en el deber? El deber, al igual que el dolor (¿o será otra filial del dolor?), es un cepo. Esto hay que saberlo de una vez para siempre, si queremos que su gesto amargo, rencoroso, no nos sorprenda o nos frustre».

El niño, calato como un ángel pero sin alas, inocente de su propia inocencia, camina por la playa desierta y madrugona, hundiendo cautelosamente sus pies, todavía rosados, todavía fríos, en esa cambiante frontera que separa la arena de la olita. Descubre un tibio placer en ese gesto neutro, misterioso, que lame sus tobillos. No reflexiona. Simplemente disfruta. El mar no tiene para él ni pasado ni futuro. Es tan sólo una lengüeta que viene a acariciarlo, a darle bienvenidas. Y él corresponde y sonríe, a veces hasta ríe con breves carcajadas. En realidad, juega consigo mismo y con el mar. Y todavía no sabe que éste no se entera, todavía ignora que el mar es de una indiferencia insoportable, que el mar es la única tumba móvil, que el mar es la muerte en estado de pureza.

      Las colonizadoras manos de ella acarician la colonizada espalda de él, y empiezan a invadirlo, a abrazarlo, a tenerlo. Entonces ella dice o piensa: «Todo eso lo sé. Y sin embargo, en mí hay una vocación de permanencia, que, por otra parte, nunca he visto cumplida. Es obvio que el futuro está lleno de amenazas, de riesgos, de inseguridades, pero yo creo (de creer en y de crear), para mi uso personal, un cielo despejado. De lo contrario, el goce se me gasta antes de tiempo. Vos te aferrás al instante, ése es tu estilo. Mi instante, en cambio, quiere ser prólogo de otro, aunque lo más probable es que luego ese otro instante no comparezca. Algo o alguien puede matar mi futuro, pero quiero que sepas que mi futuro no es suicida».

Lejos, en términos infantiles, pero bastante cerca en cualesquiera otros, la niña calata como otro ángel pero también sin alas, viene a su encuentro por la arena que aquí y allá se alza y vuela gracias al aire matinal y marino. No se atreve todavía a pisar el agua, sólo permite que la arena livianísima suba y baje por entre los finos dedos de sus pies brevísimos. Allá arriba, entre pinos y eucaliptus, están las casas de los padres, los tíos, los adultos en fin, que todavía se reponen de la fiesta de anoche. Al igual que el niño, tampoco ella reflexiona. Apenas si siente una repentina curiosidad por esa imagen rosácea que se acerca (o tal vez es ella la que se va acercando, ¿o serán ambos?) y le vienen ganas de hacerle una señal, un saludo, un signo. La niña abre los brazos y ve que la imagen rosácea también abre los suyos. Entonces se forma en sus labios una sonrisa primaria, en soledad, tan espontánea como autosatisfecha.

       Ahora la boca del hombre se ha detenido en la oreja de ella y opta por pensar o decir: «¿Sabés una cosa? Tu oreja no siempre está desnuda. Sólo lo está cuando vos lo estás. Me gusta tu oreja desnuda, tal vez como una consecuencia de que me gustás así, como estás ahora. Después de todo, tenés razón: el instante es mi estilo. Es allí que lo juego todo. No ahorro disfrutes para vivir de esa renta en la tercera edad. Beso tu oreja como si nunca hubiera besado otra oreja. Por eso tu oído escucha estas palabras que nunca escuchó antes. Ni dije o pensé antes. El amor no es repetición. Cada acto de amor es un ciclo en sí mismo, una órbita cerrada en su propio ritual. Es, cómo podría explicarte, un puño de vida. El amor no es repetición».

El niño y la niña se han ido acercando y se detienen cuando apenas un metro los separa. O ya no. Porque la niña avanza una mano hasta posarla en el hombro del niño, y nota que es un poco más alto que el hombro de ella. «¿Cómo te llamás?», dice él para de alguna manera expresar el gusto que le da aquel contacto. «Claudia, ¿y vos?» «Marcos.» Él consigue suficiente coraje como para que su brazo derecho también avance hacia el brazo izquierdo de Claudia. «¿Siempre venís a la playa?», pregunta él. «No, pero desde ahora vendré todos los días.» Marcos siente que está conmovido y Claudia ve que él se sonroja. También ella se sonroja, pero por solidaridad. Durante la pausa, ambos se miran en lo que son y en lo que difieren. Claudia dice, todavía inocente de su propia inocencia: «¿Qué tenés ahí?». Y se lo toca. Es un contacto leve, pero Marcos experimenta la primera alegría importante de sus seis años de vida.

       La mujer mueve la cabeza hasta que sus labios rozan los de él y entonces dice o piensa: «Ya lo ves, has repetido que no es repetición. Y eso quiere decir algo. Digamos que es y no es. Todo es verdad. A mí, por ejemplo, me gusta repetir el amor, aunque reconozo que cada fase tiene un final distinto, una bisagra original que la une con la fase que vendrá. La repetición está en el comienzo y es como un eco, un recordatorio de la piel. A mí siempre me enternece recordar tu piel, pero sobre todo que tu piel me recuerde tu piel. No tengas miedo, en el amor (al menos, en mi amor) la repetición no se vuelve rutina. El acto mecánico, físico, puede (o no) ser igual o semejante, pero tu cuerpo y mi cuerpo nunca son los mismos. El sexo que hoy vas a ofrecerme no es el mismo del sábado pasado ni será, estoy segura, el del próximo martes, y el surco mío que lo reciba tampoco es ni será el mismo. El amor es y no es repetición».

El veterano ha tenido un sueño frágil y bastante más joven que sus años reales. Mira el reloj en la mesa de noche y son las tres de la madrugada. A su lado la veterana duerme y sonríe, y es una sonrisa que él no le ve desde hace tiempo. El calor se introduce a través de las persianas. También entra el ruido de la discoteca de la planta baja. El veterano aprovecha el oasis del insomnio para evaluar su propia desnudez. Las várices lo insultan y él se resigna. Las articulaciones se quejan y él quisiera aceitarlas, pero ya no viene aceite para tales bisagras. A su derecha, la sábana de ella se ha deslizado al piso y él tiene ocasión de comprender una vez más ese cuerpo conocido y contiguo. Ella eleva un brazo para apoyar o medir su propia cabeza y el mechón canoso se confunde con la blancura de la almohada. Él acerca su mano, sin tocarla aún, y ella permanece inmóvil, con los ojos cerrados, despierta. Él retira su mano. Allá abajo, la discoteca es como otro reloj: marca el tiempo, lo desvela y revela.

       Él se aparta un poco para mejor unirse, o sea para que sus manos, y de a ratos sus labios, puedan ir recorriendo colinas y hondonadas, rincones y llanuras. La piel de ella alternativamente se eriza o se abandona, en tanto que al á arriba la boca se entreabre y los ojos comienzan a cerrarse. Entonces él piensa o dice: «¿Cómo voy a programar o a calcular el amor de mañana o pasado, si tengo aquí esta concreta recompensa (o castigo) que sos vos, hoy? No te engaño si en este momento te confieso que te quiero toda, cuerpo y alma y alrededores, pero ¿para qué voy a hacerle descuentos a este deleite pronosticando qué sentiré el martes o el jueves? Si aparto mi mirada de tu vientre húmedo y contemplo allá enfrente el muro blanco, o más allá, si trato de vislumbrar el tallado infinito, me encontraré inexorablemente con esa última viga que es la muerte, y ésta es, por definición, el no-amor. ¿Cómo no preferir mirarte a vos, que sos la vida o por lo menos una de sus más incitantes imitaciones?»

La veterana siente que algo o alguien se inmiscuye en su sueño y entonces se dispone trabajosamente a abrir sus ojos. Allí, a su izquierda, está la mirada de él. Le pregunta si no puede dormir, y él responde que sí puede pero no quiere. Ella comenta que, para la estación, ésta es una noche demasiado calurosa y que el ruido de abajo parece inacabable. Él asiente y luego dice: «Mañana se cumplen veintiocho años, ¿te acordás?». Ella no hace comentarios, salvo con el ceño, que se encoge y se estira, vaya a saber por qué. Él inicia otro lento recorrido con su brazo. Ella no lo mira pero intuye que el brazo está viniendo. Cuando éste se detiene a pocos centímetros de su rostro, ella acerca su cabeza hasta lograr que su mejilla descanse sobre la palma que se ofrece.

       Hay un silencio cálido, inexpugnable, que envuelve los dos cuerpos. De pronto, el hombre decide apoyar su oído sobre el poderoso ombligo de la mujer. Es como si a través del omphalos, esa cicatriz genérica, esa boca muda, la mujer murmurara o vibrara en el oído del hombre: «Quisiera tenerte siempre, pero me resigno a tenerte hoy. Quizá la diferencia resida en que mientras tu goce es explosivo, fulgurante, el mío, que acaso es más profundo, tiene ojeras de melancolía. No puedo evitar prever desde ahora, junto al buen azar de tenerte, el anticipo de la nostalgia que sentiré cuando no estés. Ya lo sé. Demasiado lo sé. Todo está claro. Todo estuvo claro desde el vamos. Pero que me resigne no incluye que te mienta. Y esto que yo, ombligo, dejo en vos, oído, es para que alguna vez te zumbe y al menos te preguntes qué será ese zumbido».

El veterano siente el otro cuerpo. No como antes, poro a poro, pero lo siente. Ambos saben de memoria qué cuenca de ella se corresponde con qué altozano de él. Encajan uno en otra, otro en una, como si conformaran un paisaje clásico, de postal o museo. Sólo que antes eran paisajes del último Van Gogh y ahora son del primer Ruysdael. Él demora en encenderse y ella lo sabe pero no se impacienta. El mensaje de la discoteca se filtra implacable por entre las persianas. La humedad de la madrugada los remite a otros otoños. Él sabe que aquí no vale rememorar la pasión como quien recorre un viejo códice. Pero esa misma distancia lo conmueve y percibe por fin que esa filtrada emoción es la legataria, la penúltima Thule, el corolario normal de la pasión antigua. Sólo entonces se siente crecer. Sólo entonces ella siente que él crece.

       Ni el desnudo, ni la desnuda oyen campanas. Eso pasaba antes, en las fábulas familiares de las abuelas o, más cándidamente, en alguna marchita película de Burguess Meredith. Éstos de ahora escuchan truenos lejanísimos, bocinas de ansiedad, ambulancias que aúllan, rock en ondas y, más confidencialmente, labios que se disfrutan, comunión de salivas. La mujer se estira en toda la extensión de su piel sabrosa, abre brazos y piernas, tal como si se desperezara pero más bien perezándose. Siente que la boca del hombre va ascendiendo a su boca y cuando por fin cada lengua se encuentra con su prójima, ambas proponen o resuelven o gimen: «Qué importa si es o no repetición, qué importa si es prólogo o desenlace. Estamos. Somos. Una y uno. Dejemos que la muerte nos odie desde lejos. Desde muy lejos. Somos. Estamos. Tan cerca de vos que soy vos. Tan cerca de mí que sos yo. Una + uno = une.» Se unen, pues. El mundo queda fuera, con sus culpas, sus deberes, sus ropas. El desnudo y la desnuda son únicos testigos del amor sin testigos. Uno sobre otra, o viceversa, la humedad de sus vientres es de ambos. Los cuerpos (esos futuros, inevitables proveedores de ceniza) borran de un placerazo sus condenas y también se reconocen y trabajan. Trabajan y se gozan, únicos en el mundo, por fortuna olvidados. Entonces ella piensa o grita: «Vení», y él canta o piensa: «Voy». Y así, poco a poco (y al final, mucho a mucho), se ensimisma y celebra, se alucina y consuma el va-i-vén.

 

© Mario Benedetti (Paso de los Toros, Departamento de Tacuarembó,Uruguay, 14 de septiembre del 1920 — Montevideo, 17 de mayo de 2009)

© Fuente Internet: https://www.literatura.us/benedetti/vaiven.html
 

viernes, 22 de noviembre de 2024

Jenny, la gata que abandonó el Titanic antes de zarpar

 


 

La "Gata Titanic" que previó el hundimiento y recuperó a sus bebés antes de que el barco zarpara.

La gata Jenny era la mascota del Titanic y se subió a bordo para ayudar a combatir los roedores. Vivía en la cocina del barco y estaba a cargo de un trabajador llamado Jim Mulholland.

Durante las pruebas en el mar, Jenny dio a luz a gatitos y Jim les encontró un lugar cómodo junto a la cocina del barco. El cuidado de la madre gata y sus gatitos rompió la monotonía del trabajo de Jim preparando el Titanic para zarpar. Jenny parecía contenta con su lugar cálido cerca de las calderas, sus bebés y las sobras de cocina que Jim le traía. Sin embargo, tan pronto como el barco atracó en Southampton, Inglaterra, justo antes de comenzar su viaje inaugural (a Nueva York), Jenny observó bien su entorno y rápidamente comenzó a agarrar a sus gatitos por el cuello y a sacarlos. Uno a uno, por la pasarela, los condujo fuera del barco.

Jim la observó atentamente y se dio cuenta de que "¡este gato debe saber algo que nadie más sabe!". Luego rápidamente reunió sus pocas pertenencias y también abandonó el barco.

Años más tarde, Irish Road publicó la historia de Jenny después de que un periodista hablara con un hombre muy mayor, Jim, quien le contó la historia.

Sobrevivió gracias a la gata y sus gatitos que le avisaron.

© Texto de autoría desconocida y compartido en las redes. 
Fuentes: Muy Interesante Mexico y otras publicaciones.

© Imagen: Getty Images

lunes, 4 de noviembre de 2024

La trampa de la reforma educativa de los noventa

 

Respuesta a comentario de Carlos Mesa sobre nefastos resultados en educación
 
Creo que no me equivoco si a esto se llega "gracias" a la dejadez de padres en educar sus hijos y la reforma educativa de hace 30 años que ha convertido la escuela en una guardería y el liceo de secundaria en una escuela. Somos de la generación EGB-BUP que no era perfecta, pero teníamos del 0 al 10. Con solo dos notas, dos siglas NM (Necesita Mejorar) o PA (Progresa Adecuadamente) y los muchos funcionarios desmotivados que hay entre el profesorado, acaban puntuando todos con PA. Total, si no se repiten cursos. Si en secundaria quitaron el cero (¿para no deprimir alumnos?). Entonces no nos debe extrañar que aparezcan individuos que se definen como franquistas que culpan todos los males a un complot judeomasónico, además de estar contra las vacunas y por supuesto son terraplanistas.
 
En el vídeo de Carne Cruda, una empanada digna del mejor Monty Python: https://www.youtube.com/watch?v=CP088vLRI-0

© Manel Aljama, noviembre 2024
Escritor, Editor, Podcaster, Creador de Contenidos y Formador de Tecnologías 

jueves, 24 de octubre de 2024

La lectura hace al hombre completo | Francis Bacon

 


Reading maketh a full man; conference a ready man; and writing an exact man. And therefore, if a man write little, he had need have a great memory; if he confer little, he had need have a present wit: and if he read little, he had need have much cunning, to seem to know that he doth not. Sir Francis Bacon

La lectura hace al hombre completo; la conversación, ágil; y el escribir, preciso. Y por lo tanto, si un hombre escribe poco, necesita tener una gran memoria; si conversa poco, necesita tener un ingenio vivo; y si lee poco, necesita tener mucha astucia, para parecer que sabe escribir. Sir Francis Bacon


El texto que circula en las redes: 

La lectura hace al hombre completo; la conversación, ágil, y el escribir, preciso. - Sir Francis Bacon

Fuentes:

Francis Bacon, Stucies:  https://www.thoughtco.com/of-studies-by-francis-bacon-1688771

Francis Bacon, cita simplificada leeer, conversar y escribir: https://proverbia.net/cita/7878-la-lectura-hace-al-hombre-completo-la-conversacio

Texto de Francis Bacon traducido por Manel Aljama

(c) Infografia: Trabajar desde casa.

 

martes, 22 de octubre de 2024

Lean Esto: La Peste de Albert Camus


Personajes La Peste de Albert Camus

-Bernand Rieux: Doctor, personaje principal, cronista de la historia
-Jean Tarrou: Hombre misterioso, amigo de Rieux
-Joseph Grand: Oficinista, paciente de Rieux
-Cottard: Contrabandista solitario que intentó suicidarse
-Raymond Rambert: Periodista francés
-Paneloux: El cura del pueblo, amigo de Rieux
-Othon: Juez del pueblo
-Gonzalez: Contrabandista, amigo de Cottard

Lugares en el libro:  La ciudad de Orán, en Argelia  

Otro vídeo (hace espoiler) https://www.youtube.com/watch?v=DU6zX94CBrw

Video de marzo de 2021 de 9.22 minutos

Link: https://www.youtube.com/watch?v=7AHWpw6ZBTk

lunes, 21 de octubre de 2024

Etapas del Lector

 

 

  1. Descubres los libros
  2. Te enamoras de los libros
  3. Los libros te identifican
  4. Los libros sustituyen la interacción humana
  5. Los libros se convierten en una frustración insoportable
  6. Nada de libros
  7. Redescubres los libros
  8. Acumulas libros
  9. Pasas tus libros a la nueva generación


© Grant Snider

viernes, 18 de octubre de 2024

10 ESTRATEGIAS DE MANIPULACIÓN MEDIÁTICA

 


 

MANIPULAR PARA EVITAR LA REBELIÓN

DISTRACCIÓN
Desvia la atención del público con información insignificante. Evita que la audiencia se preocupe de los temas importantes.

CONOCER A LA AUDIENCIA MEJOR DE LO QUE ELLA MISMA SE CONOCE

REFORZAR AUTOCULPABILIDAD
Esta estrategia inhibe las acciones de los individuos haciéndolos entrar en un estado depresivo y de autorrepresión.

Hacer creer a las personas que ser ESTÚPIDO. VULGAR E INCULTO ESTA DE MODA

CREAR PROBLEMAS Y FINGIR SOLUCIONES

IGNORANCIA Y MEDIOCRIDAD
Las clases sociales inferiores. no deben conseguir las herramientas. que necesitan para el crecimiento social.

EL PENSAMIENTO EMOCIONAL VS. EL CRÍTICO
Induce ideas, miedos, deseos, compulsiones y comportamientos impulsivos y sin fundamentos.

TRATANDO A LOS EXPECTADORES COMO SI TUVIERAN 10 ANOS
Es probable que estos terminen siendo despojados del pensamiento critico.

LA GRADUALIDAD
Imponer una medida radical e inaceptable a cuentagutas para evitar revoluciones.

DIFERIR UNA MEDIDA FUTURA
Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que uno inmediato.

© Basado en las Diez estrategias de Manipulación Mediática de Noam Chomsky: Ver: https://www.linkedin.com/pulse/breve-resumen-de-las-10-estrategias-manipulaci%C3%B3n-noam-masi%C3%A1-buades/

© Autor infografia desconocido

jueves, 17 de octubre de 2024

Todos somos iguales ante la ley, pero... Stanislaw Jerzy Lec

 


 

Todos somos iguales ante la ley, pero no ante los encargados de aplicarla. - Stanislaw Jerzy Lec

© Texto Stanislaw Jerzy Lec(1909-1966). Escritor polaco de origen judío.

© Infografía de autor ilegible

martes, 15 de octubre de 2024

¿Cómo leer un libro en 10 días?

 


Si tiene 250 págines resulta fácil dividir 250 entre 10, lo que nos da una cifra de 20 páginas por día que podrían ser entre 25 y 55 minutos diarios.

Mi recomendación es que intente leer capítulos enteros más allá de si son 11 o 12 páginas. 

© Infografía Lee+

viernes, 11 de octubre de 2024

La cadena de la vida por Singer

 


 

La vida en la sociedad industrial es como una cadena de montaje que se inicia en el nacimiento, después viene la escuela, más tarde producir hasta el final de los días donde la cinta transportadora te deja en la tumba.

También: Volver a luchar por tus sueños, Vivo haciedo lo que amo, Obligación, Vocación y pasión, La rueda del hámster

© Dibujo de Singer

martes, 8 de octubre de 2024

Los mejores relatos publicados en GB en papel y Kindle

 

Los Relatos del Búho

Como una asignatura pendiente. Después de unos años, los cuentos que publiqué en GB y tambén en el Viajero, merecían algo más que la breve antología de "Cuentos para el Camino" de 2013. Ahora en papel y en digital con precio asequible. Están casi todos, excepto los de la Alcoba y algunos que no han resistido el paso del tiempo. 

Clica para para adquirirlo en papel

Clica para adquirir la vesión Kindle 

O escanea el QRCODE 

Pàgina autor Manel Aljama en Amazon https://www.amazon.es/~/e/B00CCNIZS2

©  Manel Aljama (septiembre de 2024)
Escritor, Editor, Podcaster, Creador de Contenidos y Formador de Tecnologías 

martes, 1 de octubre de 2024

¿Por qué a muchos no les gusta leer?

 


¿Por qué a muchos no les gusta leer?

Porque les enseñaron a leer por asignación y obligación, nunca por pasión o gusto.
Porque tuvieron que leer malos libros
Libros que en ese momento no eran para ellos
Libros que no tenían nada que ver con su edad o intereses
Porque crecieron con la idea de que leer era una tarea, un deber y un aburrimiento.

Por eso cuando al fin pueden elegir... Eligen no leer

¿Por qué entonces a muchos les gusta leer?

Porque descubrieron un libro que los atrapó.
Un libro que conectó con ellos justo cuando lo necesitaban.
Un libro que les enseño que leer podia ser entretenido, fascinante y revelador.....
...y a partir de ese libro, ya no dejaron de leer.

Quizá si ayudáramos a más niños y jóvenes a encontrar libros que los atrapen en vez de obligarlos a leer libros que los alejen, no seria necesario promover la lectura. Se promovería sola


© Infografia: pictoline.com

domingo, 29 de septiembre de 2024

Ella Destruye la Ideología de Género en 5 Minutos


Ella destruye la ideología de género en 5 minutos en este impactante video. Con argumentos sólidos y una presentación clara, desmantela las premisas de esta controvertida ideología, exponiendo sus debilidades y contradicciones. Este video es esencial para cualquiera que quiera entender mejor los debates actuales sobre género y biología. Mira cómo en solo 5 minutos, ella presenta un análisis que desafía las ideas populares y ofrece una nueva perspectiva. No olvides dejar tus comentarios, compartir este video y suscribirte a nuestro canal para más contenido esclarecedor y provocador.

Video de 22 de julio de 2024 de 5.32 minutos

Link: https://www.youtube.com/watch?v=opj3EXKrGpw

jueves, 26 de septiembre de 2024

Alienados: un mensaje desde el pasado, de Ernesto Sabato


Ernesto Sabato fue un escritor, pintor y físico argentino, y un indignado adelantado a su época. Hace más de medio siglo ya nos advertía sobre los problemas de nuestra civilización y los riegos para nuestra alma de tener como único objetivo el crecimiento material. Según él, la alienación y los problemas mentales se convertirían en una enfermedad mucho más peligrosa que la lepra ¿Se equivocó?

Vídeo "Alienados: un mensaje desde el pasado, de Ernesto Sabato" de abril de 2024 de 1.38 minutos.

Link: https://www.youtube.com/watch?v=YrVU2FZvA7g

martes, 24 de septiembre de 2024

Algunas razones por las cuales LEER ES INCREÍBLE

 


 

IMPULSA TU CREATIVIDAD
Los libros nos presentan todo tipo de mundos y situaciones muy diferentes: a la realidad que vivimos todos los dias, impulsando a nuestra mente a que las imagine

TE DESCONECTA DEL MUNDO
Para realmente apreciar un libro, hay que dedicarle toda nuestra concentración. Esto nos permite distraernos un rato del resto de las cosas, como cuando estamos tristes, enojados o frustrados.

¡INUNCA TE VAS A ABURRIR!
Un libro te puede acompañar a todos lados y entretener en fodas las situaciones. Nunca se le acaba la batería, no necesita conectarse a intemet y es del tamaño perfecto para transportar a todas partes

APRENDES COSAS NUEVAS
Los libros, ademas de ser muy divertidos, nos ayudan a aprender todo tipo de cosos nuevas interesantes a través de las historias que nos cuentan. Lo mejor de todo es que jhay de todos los temas!

© Texto e infografía: https://www.sitioincreible.com

viernes, 20 de septiembre de 2024

Las 5 leyes de la estupidez humana de Cipolla


La ley de la estupidez de Carlo Cipolla establece que "siempre e inevitablemente todos subestiman el número de individuos estúpidos en circulación". Aunque Cipolla originalmente escribió sobre el principio y sus consecuencias para la sociedad en forma de una divertida carta a sus amigos, ganó mucha atención. Hoy en día, la ley de Cipolla se usa a menudo para resaltar la importancia del pensamiento crítico y la toma de decisiones cuidadosas para contrarrestar los efectos potenciales de la ignorancia endémica.

Podemos agrupar las personas en 4 categorías.
Los indefensos
Los inteligentes
Los bandidos
Los estúpidos (el más peligroso)

1- Todos subestiman el número de indivíduos estúpidos en circulación
2- La probabilidad que una persona sea imbécil es independiente de cualquier otra característica de esa persona: educación, riqueza o estatus
3- Un imbécil causa pérdidas a otras personas, mientras que él mismo no obtiene ninguna ganancia.
4- Las persona que no son estupidas siempre subestiman el poder dañino de las personas estúpidas.
5- Una persona imbécil es más peligrosa que un bandido.


Cipolla señala 4 factores del comportamiento humano. Una persona puede causar:
1-Beneficios a los demás
2-Beneficios a sí mismo
3-Pérdidas a los demás
4-Pérdidas a sí mismo

Los indefensos contribuyen a la sociedad pero se aprovechan los bandios. Los pacificistas están en esta categoría
Las personas inteligentes ayudan a la sociedad en beneficio mutuo.
Los bandidos persiguen su propio beneficio.
Los estúpidos siempre contribuyen a una pérdida neta para la sociedad, pero sin ningú beneficio propio.

Para saber más de Cipolla: https://es.wikipedia.org/wiki/Carlo_Maria_Cipolla

Video de julio de 2023 de 5.16 minutos

Link: https://www.youtube.com/watch?v=qb1nTu2RjiQ

viernes, 13 de septiembre de 2024

Sufragio Universal | Isaac Asimov

 

SUFRAGIO UNIVERSAL | Isaac Asimov

Linda, que tenía diez años, era el único miembro de la familia que parecía disfrutar al levantarse.

Norman Muller podía oírla ahora a través de su propio coma drogado y malsano. Finalmente había logrado dormirse una hora antes, pero con un sueño más semejante al agotamiento que al verdadero sueño.

La pequeña estaba ahora al lado de su cama, sacudiéndole.

—¡Papaíto! ¡Papaíto, despierta! ¡Despierta!

—Está bien, Linda —dijo.

—¡Pero papaíto, hay más policías por ahí que nunca! ¡Con coches y todo!

Norman Muller cedió. Se incorporó con la vista nublada, ayudándose con los codos. Nacía el día. Fuera, el amanecer se abría paso desganadamente, como germen de un miserable gris..., tan miserablemente gris como él se sentía. Oyó la voz de Sarah, su mujer, que se ajetreaba en la cocina preparando el desayuno. Su suegro, Matthew, carraspeaba con estrépito en el cuarto de baño. Sin duda, el agente Handley estaba listo y esperándole.

Había llegado el día.

¡El día de las elecciones!


Para empezar, había sido un año igual a cualquier otro. Acaso un poco peor, puesto que se trataba de un año presidencial, pero no peor en definitiva que otros años presidenciales.

Los políticos hablaban del electorado y del vasto cerebro electrónico que tenían a su servicio. La prensa analizaba la situación mediante ordenadores industriales (el New York Times y el Post–Dispatch de San Luis poseían cada uno el suyo propio) y aparecían repletos de pequeños indicios sobre lo que iban a ser los días venideros. Comentadores y articulistas ponían de relieve la situación crucial, en feliz contradicción mutua.

La primera sospecha de que las cosas no ocurrirían como en años anteriores se puso de manifiesto cuando Sarah Muller dijo a su marido en la noche del 4 de octubre (un mes antes del día de las elecciones):

—Cantwell Johnson afirma que Indiana será decisivo este año. Y ya es el cuarto en decirlo. Piénsalo, esta vez se trata de nuestro estado.

Matthew Hortenweiler asomó su mofletudo rostro por detrás del periódico que estaba leyendo, posó una dura mirada en su hija y gruñó:

—A esos tipos les pagan por decir mentiras. No les escuches.

—Pero ya son cuatro, padre —insistió Sarah con mansedumbre—. Y todos dicen que Indiana.

—Indiana es un estado clave, Matthew —apoyó Norman, tan mansamente como su mujer—, a causa del Acta Hawkins–Smith y todo ese embrollo de Indianápolis. Es...

El arrugado rostro de Matthew se contrajo de manera alarmante. Carraspeó:

—Nadie habla de Bloomington o del condado de Monroe, ¿no es eso?

—Pues... —empezó Norman.

Linda, cuya carita de puntiaguda barbilla había estado girando de uno a otro interlocutor, le interrumpió vivamente:

—¿Vas a votar este año, papi?

Norman sonrió con afabilidad y respondió:

—No creo, cariño.

Mas ello acontecía en la creciente excitación del mes de octubre de un año de elecciones presidenciales, y Sarah había llevado una vida tranquila, animada por sueños respecto a sus familiares. Dijo con anhelante vehemencia:

—¿No sería magnífico?

—¿Que yo votase?

Norman Muller lucía un pequeño bigote rubio, que le había prestado un aire elegante a los juveniles ojos de Sarah, pero que, al ir encaneciendo poco a poco, había derivado en una simple falta de distinción. Su frente estaba surcada por líneas profundas, nacidas de la inseguridad, y en general su alma de empleado nunca se había sentido seducida por el pensamiento de haber nacido grande o de alcanzar la grandeza en ninguna circunstancia. Tenía mujer, un trabajo y una hija. Y excepto en momentos extraordinarios de júbilo o depresión, se inclinaba a considerar su situación como un inadecuado pacto concertado con la vida.

Así pues, se sentía un tanto embarazado y bastante intranquilo ante la dirección que tomaban los pensamientos de su mujer.

—Realmente, querida —dijo—, hay doscientos millones de seres en el país, y en lances como éste creo que no deberíamos desperdiciar nuestro tiempo haciendo cábalas sobre el particular.

—Mira, Norman —respondió su mujer—, no son doscientos millones, lo sabes muy bien. En primer lugar, sólo son elegibles los varones entre los veinte y los sesenta años, por lo cual la probabilidad se reduce a uno por cincuenta millones. Por otra parte, si realmente es Indiana...

—Entonces será poco más o menos de uno por millón y cuarto. No apostarías a un caballo de carreras contra esa ventaja, ¿no es así? Anda, vamos a cenar.

Matthew murmuró tras su periódico:

—¡Malditas estupideces!

Linda volvió a preguntar:

—¿Vas a votar este año, papi?

Norman meneó la cabeza y todos se dirigieron al comedor.


Hacia el 20 de octubre, la excitación de Sarah había aumentado considerablemente. A la hora del café, anunció que la señora Schultz, que tenía un primo secretario de un miembro de la asamblea, le había contado que «todo el papel» estaba por Indiana.

—Dijo que el presidente Villers pronunciaría incluso un discurso en Indianápolis.

Norman Muller, que había soportado un día de mucho trajín en el almacén, descartó las palabras de su mujer con un fruncimiento de cejas.

—Si Villers pronuncia un discurso en Indiana —dijo Matthew Hortenweiler, crónicamente insatisfecho de Washington—, eso significa que piensa que Multivac conquistará Arizona. El cabeza de bellota ése no tendría redaños para ir más allá.

Sarah, que ignoraba a su padre siempre que le resultaba decentemente posible, se lamentó:

—No sé por qué no anuncian el estado tan pronto como pueden, y luego el condado, etcétera. De esa manera, la gente que fuese quedando eliminada descansaría tranquila.

—Si hicieran algo por el estilo —opinó Norman—, los políticos seguirían como buitres los anuncios. Y cuando la cosa se redujera a un municipio, habría un congresista o dos en cada esquina.

Matthew entornó los ojos y se frotó con rabia su cabello ralo y gris.

—Son buitres de todos modos. Escuchad...

—Vamos, padre... —murmuró Sarah.

La voz de Matthew se alzó sin tropiezos sobre su protesta:

—Mirad, yo andaba por allí cuando entronizaron a Multivac. Él terminaría con los partidismos políticos, dijeron. No más dinero electoral despilfarrado en las campañas. No habría otro don nadie introducido a presión y a bombo y platillo de publicidad en el Congreso o la Casa Blanca. ¿Y qué sucede? Pues que hay más campaña que nunca, sólo que ahora la hacen en secreto. Envían tipos a Indiana a causa del Acta Hawkins–Smith y otros a California para el caso de que la situación de Joe Hammer se convierta en crucial. Lo que yo digo es que se han de eliminar todas esas insensateces. ¡Hay que volver al bueno y viejo...!

Linda preguntó de súbito:

—¿No quieres que papi vote este año, abuelito?

Matthew miró a la chiquilla.

—No lo entenderías. —Se volvió a Norman y Sarah—. En un tiempo, yo voté también. Me dirigía sin rodeos a la urna, depositaba mi papeleta y votaba. Nada más que eso. Me limitaba a decirme: ese tipo es mi hombre y voto por él. Así debería ser.

Linda dijo, llena de excitación:

—¿Votaste, abuelo? ¿Lo hiciste de verdad?

Sarah se inclinó hacia ella con presteza, tratando de paliar lo que muy bien podía convertirse en una historia incongruente, trascendiendo al vecindario.

—No es eso, Linda. El abuelito no quiso decir realmente votar. Todo el mundo hacía esa especie de votación cuando tu abuelo era niño, y también él, pero no se trataba realmente de votar.

Matthew rugió:

—No sucedió cuando era niño. Tenía ya veintidós años, y voté por Langley. Fue una auténtica votación. Quizá mi voto no contase mucho, pero era tan bueno como el de cualquiera. Como el de cualquiera —recalcó—. Y sin ningún Multivac para...

Norman intervino entonces:

—Está bien, Linda, ya es hora de acostarte. Y deja de hacer preguntas sobre las votaciones. Cuando seas mayorcita, lo comprenderás todo.

La besó con antiséptica amabilidad, y ella se puso en marcha, renuente, bajo la tutela materna, con la promesa de ver el visor desde la cama hasta las nueve y cuarto, si se prestaba primero al ritual del baño.


—Abuelito —dijo Linda.

Y se quedó ante él con la mandíbula caída y las manos a la espalda, hasta que el periódico del viejo se apartó y asomaron las espesas cejas y unos ojos anidados entre finas arrugas. Era el viernes 31 de octubre.

Linda se aproximó y posó ambos antebrazos sobre una de las rodillas del viejo, de manera que éste tuvo que dejar a un lado el periódico.

—Abuelito —volvió a la carga la pequeña—, ¿de verdad que votaste alguna vez?

—Ya me oíste decir que sí, ¿no es cierto? ¿No irás a creer que cuento bolas?

—Nooo... Pero mamá dice que todo el mundo votaba entonces.

—Pues claro que lo hacían.

—¿Cómo podían hacerlo? ¿Cómo podía votar todo el mundo?

Matthew miró gravemente a su nieta y luego la alzó, sentándola sobre sus rodillas. Por último, moderando el tono de su voz, dijo:

—Mira, Linda, hasta hace unos cuarenta años, todo el mundo votaba. Pongamos que deseábamos decidir quién había de ser el nuevo presidente de los Estados Unidos... Demócratas y republicanos nombraban a su respectivo candidato, y cada uno decía cuál de los dos quería. Una vez pasado el día de las elecciones, se hacía el recuento de votos de las personas que deseaban al candidato demócrata y las que deseaban al republicano. Y el que había recibido más votos se llevaba la palma. ¿Lo ves?

Linda asintió.

—¿Cómo sabía la gente por quién votar? —preguntó—. ¿Se lo decía Multivac?

Las cejas de Matthew se fruncieron, y adoptó un aspecto severo.

—Se basaban tan sólo en su propio criterio, pequeña.

La niña se apartó un tanto del viejo, y éste volvió a bajar la voz:

—No estoy enojado contigo, Linda. Pero mira, a veces llevaba toda la noche contar..., sí, hacer el recuento de lo que opinaban unos y otros, a quién habían votado. Todo el mundo se impacientaba. Por ello se inventaron máquinas especiales, capaces de comparar los primeros votos con los de los mismos lugares en años anteriores. De esta manera, la máquina preveía cómo se presentaba la votación en su conjunto y quién sería elegido. ¿Lo entiendes?

—Como Multivac —asintió ella.

—Los primeros ordenadores eran mucho más pequeños que Multivac. Pero las máquinas fueron aumentando de tamaño y, al mismo tiempo, iban siendo capaces de indicar cómo iría la elección a partir de menos y menos votos. Por fin, construyeron Multivac, que puede preverlo a partir de un solo votante.

Linda sonrió al llegar a la parte familiar de la historia y exclamó:

—¡Qué bonito!

Matthew frunció de nuevo el entrecejo.

—No, no tiene nada de bonito. No quiero que una máquina decida lo que yo hubiera votado sólo porque un chunguista de Milwaukee dice que está en contra de que se suban las tarifas. A mí tal vez me hubiese dado por votar a ciegas sólo por gusto. O acaso me hubiese negado a votar en absoluto. Y tal vez...

Pero Linda se había escurrido de sus rodillas y se batía en retirada.

En la puerta tropezó con su madre, quien llevaba aún puesto el abrigo. Ni siquiera había tenido tiempo de quitarse el sombrero.

—Apártate un poco, Linda —ordenó, jadeante aún—. No me cierres el paso.

Al ver a Matthew, dijo, mientras se quitaba el sombrero y se alisaba el pelo:

—Vengo de casa de Agatha.

Matthew miró a su hija con aire desaprobador y, desdeñando la información, se limitó a gruñir y recoger el periódico.

Sarah se desabrochó el abrigo y continuó:

—¿A que no sabes lo que me ha dicho?

Matthew alisó el periódico con un crujido, para proseguir la lectura interrumpida por su nieta.

—Ni lo sé ni me importa.

—¡Vamos, padre...!

Pero Sarah no tenía tiempo para enfadarse. Necesitaba comunicar a alguien las noticias, y Matthew era el único receptor a mano a quien confiarlas.

—Joe, el marido de Agatha, es policía, ya sabes, y dice que anoche llegó a Bloomington todo un cargamento de agentes de la secreta.

—No creo que anden tras de mí.

—¿Es que no te das cuenta, padre? Agentes de la secreta... Y casi ha llegado el momento de las elecciones. ¡En Bloomington!

—Acaso anden en busca de algún ladrón de bancos.

—No ha habido un robo en ningún banco de la ciudad hace muchos años... ¡Padre, eres imposible!

Y Sarah abandonó la habitación.


Tampoco Norman Muller recibió las noticias con mayor excitación, al menos perceptible.

—Bueno, Sarah, ¿y cómo sabía Joe, el marido de Agatha, que se trataba de agentes de la secreta? —preguntó con calma—. No creo que anduviesen por ahí con el carnet pegado en la frente.

Pero a la tarde siguiente, cuando ya noviembre tenía un día, Sarah anunció triunfalmente:

—Todo Bloomington espera que sea alguien de la localidad el votante. Así lo publica el News, y también lo dijeron por la radio.

Norman se agitó desasosegado. No podía negarlo, y su corazón desfallecía. Si Bloomington iba a ser alcanzado por el rayo de Multivac, ello supondría periodistas, espectaculares transmisiones por video, turistas y toda clase de..., de perturbaciones. Norman apreciaba la tranquila rutina de su vida, y la distante y alborotada agitación de los políticos se estaba aproximando de un modo que resultaba incómodo.

—Un simple rumor —rechazó—. Nada más.

—Pues espera y verás. No tienes más que esperar.

Según se desarrollaron las cosas, el compás de espera fue extraordinariamente corto. El timbre de la puerta, sonó con insistencia. Cuando Norman Muller la abrió, se vio frente a un hombre de elevada estatura y rostro grave.

—¿Qué desea? —preguntó Norman.

—¿Es usted Norman Muller?

—Sí.

Su voz sonó singularmente opaca. No resultaba difícil averiguar, por el porte del desconocido, que representaba a la autoridad. Y la naturaleza de su súbita visita era tan manifiesta como inimaginable le pareciese hasta unos momentos antes.

El hombre mostró su documentación, penetró en la casa, cerró la puerta tras de sí y dijo con acento oficial:

—Señor Norman Muller, en nombre del presidente de los Estados Unidos, tengo el honor de informarle que ha sido usted elegido para representar al electorado norteamericano el martes día 4 de noviembre del año 2008.

Con gran dificultad, Norman Muller logró caminar sin ayuda hasta su butaca, en la cual se sentó con el rostro pálido y casi sin sentido, mientras Sarah traía agua, le frotaba asustada las manos y le cuchicheaba apretando los dientes:

—No vayas a desmayarte ahora, Norman. Elegirán a otro...

Cuando por fin logró recuperar el uso de la palabra, Norman murmuró a su vez:

—Lo siento, señor.

—¡Bah! No tiene importancia —le tranquilizó el visitante. Todo rastro de formalidad oficial parecía haberse desvanecido tras la notificación, dejando sólo un hombre abierto y más bien amistoso—. Es la sexta vez que me corresponde comunicarlo al interesado y he visto toda clase de reacciones. Ninguna de ellas se ajustó a la que vieron en el video. Saben a lo que me refiero, ¿verdad? Un aire de consagración y entrega, y un personaje que dice: «Será para mí un gran privilegio servir a mi país...» Toda esa serie de cosas...

El agente rió para alentarles. La risa con que Sarah le acompañó tuvo un acento de aguda histeria. El agente prosiguió:

—Permaneceré con ustedes durante algún tiempo. Mi nombre es Phil Handley. Les agradeceré que me llamen Phil. Señor Muller, no podrá abandonar la casa hasta el día de las elecciones. Usted, señora, informará al almacén de que su marido está enfermo. Puede salir a hacer la compra, pero habrá de despacharla con la mayor brevedad posible. Y desde luego, guardará una absoluta reserva sobre el particular. ¿De acuerdo, señora Muller?

—Sí, señor. Ni una palabra —confirmó Sarah, con un vigoroso asentimiento de cabeza.

—Perfecto, señora Muller. —Handley adoptó un tono muy grave al añadir—: Tenga en cuenta que esto no es un juego. Por lo tanto, salga sólo en caso de que le sea absolutamente preciso y, cuando lo haga, la seguirán. Lo siento, pero estamos obligados a actuar así.

—¿Seguirme?

—Nadie lo advertirá... No se preocupe. Y será sólo durante un par de días, hasta que se haga el anuncio formal a la nación. En cuanto a su hija...

—Está en la cama —se apresuró a decir Sarah.

—Bien. Se le dirá que soy un pariente o amigo de la familia. Si descubre la verdad, habrá de permanecer encerrada en casa. Y en todo caso, su padre será mejor que no salga.

—No le gustará nada —dudó Sarah.

—No queda más remedio. Y ahora, puesto que nadie más vive con ustedes...

—Al parecer, está muy bien informado sobre nosotros —murmuró Norman.

—Bastante —convino Handley—. De todos modos, éstas son por el momento mis instrucciones. Intentaré, por mi parte, cooperar en la medida de lo posible y no causarles molestias. El gobierno pagará mi mantenimiento, así que no supondré ningún gasto para ustedes. Cada noche, seré relevado por alguien que se instalará en esta habitación. No habrá problemas de acomodo para dormir. Y ahora, señor Muller...

—¿Sí, señor?

—Llámeme Phil —repitió el agente—. Estos dos días preliminares antes del anuncio formal servirán para que se acostumbre a ver su posición. Preferimos que se enfrente a Multivac en un estado mental lo más normal posible. Descanse tranquilo e intente tomarse todo esto como si se tratase de su trabajo diario. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —respondió Norman. De pronto, denegó violentamente con la cabeza—. ¡Pero yo no deseo esa responsabilidad! ¿Por qué yo?

—Muy bien, vayamos al grano. Multivac sopesa toda clase de factores conocidos, billones de ellos. Pero existe un factor desconocido, y creo que seguirá siéndolo por mucho tiempo. Dicho factor es el módulo de reacción de la mente humana. Todos los norteamericanos están sometidos a la presión moldeadora de lo que los otros norteamericanos hacen y dicen, de las cosas que a él se le hacen y de las que él hace a los demás. Cualquier norteamericano puede ser llevado ante Multivac para determinar la tendencia de todas las demás mentes del país. En un momento dado, algunos norteamericanos resultan mejores que otros a tal fin. Eso depende de los acontecimientos del año. Multivac le seleccionó a usted como al más representativo del actual. No el más despejado, ni el más fuerte, ni el más dichoso, sino el más representativo. Y no vamos a dudar de Multivac, ¿no es así?

—¿Y no podría equivocarse? —preguntó Norman.

Sarah, que escuchaba impaciente, le interrumpió:

—No le haga caso, señor. Está nervioso... En realidad, es muy instruido y ha seguido siempre las cuestiones políticas de cerca.

—Multivac toma las decisiones, señora Muller —respondió Handley—. Y él eligió a su esposo.

—¿Pero seguro que lo sabe todo? —insistió Norman tercamente—. ¿No podría haber cometido un error?

—Pues sí. No hay motivo para no ser franco. En 1993, el votante seleccionado murió de un ataque dos horas antes del instante fijado para notificarle su elección. Multivac no predijo aquello. Le era imposible. Un votante puede ser mentalmente inestable, moralmente improcedente, incluso desleal. Multivac no puede conocerlo todo sobre todos, si no se le proporcionan los datos. Por eso, siempre se seleccionan algunos candidatos más. No creo que tengamos que recurrir a ninguno de ellos en esta ocasión. Usted está en buen estado de salud, señor Muller, y ha sido investigado a fondo. Sirve.

Norman ocultó el rostro entre las manos y se quedó inmóvil.

—Mañana por la mañana se encontrará perfectamente bien —intervino Sarah—. Tiene que acostumbrarse a la idea, eso es todo.

—Desde luego —asintió Handley.


En la intimidad del dormitorio, Sarah Muller se expresó de distinta y más enérgica manera. El estribillo de su perorata era el siguiente:

—Compórtate como es debido, Norman. Parece como si intentaras lanzar por la borda la suerte de tu vida.

Norman musitó desesperado:

—Me atemoriza, Sarah. Todo este asunto...

—¿Y por qué, santo Dios? ¿Qué otra cosa has de hacer más que responder a una o dos preguntas?

—Demasiada responsabilidad. Me abruma.

—¿Qué responsabilidad? No existe ninguna. Multivac te seleccionó, ¿no? Pues a él le corresponde la responsabilidad. Todo el mundo lo sabe.

Norman se incorporó, quedando sentado en la cama, en súbito arranque de rebeldía y angustia.

—Se supone que todo el mundo lo sabe. Pero no lo saben. Ellos...

—Baja la voz —siseó Sarah en tono glacial—. Van a oírte hasta en la ciudad.

—No me oirán —replicó Norman, pero bajó en efecto la voz hasta convertirla en un cuchicheo—. Cuando se habla de la Administración Ridgely de 1988, ¿dice alguien que ganó con promesas fantásticas y demagogia racista? ¡Qué va! Se habla del «maldito voto MacComben», como si Humphrey MacComben fuese el único responsable por las respuestas que dio a Multivac. Yo mismo he caído en eso... En cambio, ahora pienso que el pobre tipo no era sino un pequeño granjero que nunca pidió que le eligieran. ¿Por qué echarle la culpa? Y ya ves, ahora su nombre está maldito...

—Te portas como un niño —le reprochó Sarah.

—No, me porto como una persona sensible. Te lo digo, Sarah, no aceptaré. No pueden obligarme a votar contra mi voluntad. Diré que estoy enfermo. Diré...

Pero Sarah ya tenía bastante.

—Ahora, escúchame —masculló con fría cólera—. No eres tú el único afectado. Ya sabes lo que supone ser el Votante del Año. Y de un año presidencial para colmo. Significa publicidad, y fama, y posiblemente montones de dinero...

—Y luego volver a la oficina.

—No volverás. Y si vuelves, te nombrarán jefe de departamento por lo menos..., siempre que tengas un poco de seso. Y lo tendrás, porque yo te diré lo que has de hacer. Si juegas bien las cartas, controlarás esa clase de publicidad y obligarás a los Almacenes Kennell a un contrato en firme, a una cláusula concediéndote un salario progresivo y a que te aseguren una pensión decente.

—Pero ése no es exactamente el objetivo de un votante, Sarah.

—Pues será el tuyo. Si no te crees obligado a hacer nada ni por ti ni por mí, y conste que no pido nada para mí, piensa en Linda. Se lo debes.

Norman exhaló un gemido.

—Bien, ¿estás de acuerdo? —le atosigó Sarah.

—Sí, querida —murmuró Norman.


El 3 de noviembre se publicó el anuncio oficial. A partir de entonces, Norman no se encontraba ya en situación de retirarse, aun en el caso de reunir el valor necesario para intentarlo.

Sellaron su casa, y agentes del servicio secreto hicieron su aparición en el exterior, bloqueando todo acceso.

Al principio, sonó sin cesar el teléfono, pero fue Phil Handley quien respondió a todas las llamadas, con una amable sonrisa de excusa. Al fin, la central pasó todas las llamadas al puesto de policía.

Norman pensó que de ese modo se ahorraba no sólo las alborozadas (y envidiosas) felicitaciones de los amigos, sino también la pesada insistencia de los vendedores que husmeaban una perspectiva y la artera afabilidad de los políticos de toda la nación... Quizás hasta las amenazas de muerte de los inevitables descontentos.

Se prohibió que entrasen periódicos en la casa, a fin de mantenerle al margen de cualquier presión, y se desconectó amable pero firmemente la televisión, a pesar de las indignadas protestas de Linda.

Matthew gruñía y se metía en su habitación; Linda, pasada la primera racha de excitación, hacía pucheros y lloriqueaba porque no le permitían salir de casa; Sarah dividía su tiempo entre la preparación de las comidas para el presente y el establecimiento de planes para el futuro, en tanto que la depresión de Norman seguía alimentándose a sí misma.


Y la mañana del martes 4 de noviembre del año 2008 llegó por fin. Era el día de las elecciones.

El desayuno se sirvió temprano, pero sólo comió Norman Muller, y aun él de manera mecánica. Ni la ducha ni el afeitado lograron devolverle a la realidad, ni desvanecen su convicción de que estaba tan sucio por fuera como sucio se sentía por dentro.

La voz amistosa de Handley hizo cuanto pudo para infundir cierta normalidad en el gris y hosco amanecer. La predicción meteorológica había señalado un día nuboso, con perspectivas de lluvia antes del mediodía.

—Mantendremos la casa aislada hasta el regreso del señor Muller. Después, dejaremos de estar colgados de su cuello.

El agente del servicio secreto vestía ahora su uniforme completo, incluidas las armas en sus pistoleras, abundantemente tachonadas de cobre.

—No nos ha causado molestia alguna, señor Handley —dijo Sarah con bobalicona sonrisa.

Norman se echó al coleto dos tazas de café bien cargado, se secó los labios con una servilleta, se levantó y dijo con aire decidido:

—Estoy dispuesto...

Handley se levantó a su vez.

—Muy bien, señor. Y gracias, señora Muller, por su amable hospitalidad.


El coche blindado atravesó con un ronquido las calles vacías. Siempre lo estaban aquel día, a aquella hora determinada.

Handley dio una explicación al respecto:

—Desvían siempre el tráfico desde el atentado que por poco impide la elección de Leverett en el 92. Habían puesto bombas.

Cuando el coche se detuvo, Norman fue ayudado a descender por el siempre cortés Handley. Se encontraba en un pasaje subterráneo, junto a cuyas paredes se alineaban soldados en posición de firmes.

Le condujeron a una estancia brillantemente iluminada. Tres hombres uniformados de blanco le saludaron sonrientes.

—¡Pero esto es un hospital! —exclamó Norman.

—No tiene importancia alguna —replicó al instante Handley—. Se debe sólo a que el hospital dispone de las comodidades necesarias...

—Bien, ¿y qué he de hacer yo?

Handley inclinó la cabeza, y uno de los tres hombres vestidos de blanco se adelantó.

—Yo me encargaré de él a partir de ahora, agente.

Handley saludó con desenvoltura y abandonó la habitación.

El hombre de blanco dijo:

—¿No quiere sentarse, señor Muller? Yo soy John Paulson, calculador jefe. Le presento a Samson Levine y Peter Dorogobuzh, mis ayudantes.

Norman estrechó envaradamente las manos de todos. Paulson era hombre de mediana estatura, con un rostro de perenne sonrisa, y un evidente tupé. Usaba gafas de montura de plástico, de modelo anticuado. Mientras hablaba, encendió un cigarrillo. Norman rehusó el que le fue ofrecido.

—En primer lugar, señor Muller —dijo Paulson—, deseo que sepa que no tenemos prisa alguna. En caso necesario, permanecerá con nosotros todo el día, para que se acostumbre al ambiente y descarte la idea de que se trata de algo insólito, para que olvide su aspecto... clínico. Creo que sabe a qué me refiero.

—Sí, desde luego —contestó Norman—. Pero me gustaría que todo hubiese terminado ya.

—Comprendo sus sentimientos. Sin embargo, deseamos exponerle con exactitud el procedimiento. En primer lugar, Multivac no está aquí.

—¿Que no está?

Aun en medio de su abatimiento, había deseado ver a Multivac, del que se decía que medía más de kilómetro y medio de largo, que tenía una altura equivalente a tres pisos y que cincuenta técnicos recorrían sin cesar los corredores interiores de su estructura. Una de las maravillas del mundo.

Paulson sonrió.

—En efecto, no es portátil —confirmó—. De hecho, se encuentra emplazado en un subterráneo, y pocos son los que conocen el lugar preciso. Muy lógico, ¿verdad?, ya que supone nuestro supremo recurso natural. Créame, las elecciones no constituyen su única función.

Norman pensó que el hombre de blanco se mostraba deliberadamente parlanchín, pero de todos modos se sentía intrigado.

—Me gustaría verlo...

—No lo dudo. Mas para ello se necesita una orden presidencial, refrendada luego por el departamento de seguridad. Sin embargo, nos mantenemos en conexión con Multivac por transmisión de ondas. Cuanto él diga puede ser interpretado aquí, y cuanto nosotros digamos le será transmitido. Así que, en cierto sentido, nos hallamos en su presencia.

Norman miró a su alrededor. Las máquinas y aparatos que había en la estancia carecían de significado para él.

—Permítame que se lo explique, señor Muller —prosiguió Paulson—. Multivac posee ya la mayoría de la información necesaria para decidir todas las elecciones, nacionales, provinciales y locales. Únicamente necesita comprobar ciertas imponderables actitudes mentales y, para ello, recurriremos a usted. No podemos predecir qué preguntas formulará, aunque cabe en lo posible que no tengan mucho sentido para usted..., ni siquiera para nosotros en realidad. Tal vez le pregunte qué opina sobre la recogida de basuras en su ciudad o si considera preferibles los incineradores centrales. O bien, si tiene usted un médico de cabecera o acude a la seguridad social... ¿Comprende?

—Sí, señor.

—Pues bien, pregunte lo que pregunte, usted responderá como mejor le plazca. Y si cree que ha de extenderse un poco en su explicación, hágalo. Puede hablar durante una hora si lo juzga necesario.

—Sí, señor.

—Una cosa más. Hemos de emplear algunos sencillos aparatos que registrarán automáticamente su presión sanguínea, las pulsaciones, la conductividad de la piel y las ondas cerebrales mientras habla. La maquinaria le parecerá formidable, pero es totalmente indolora... Ni siquiera la notará.

Los otros dos técnicos se atareaban ya con relucientes y pulidos aparatos, de ruedas engrasadas.

—¿Desean comprobar si estoy mintiendo o no? —preguntó Norman.

—De ningún modo, señor Muller. No se trata en absoluto de detección de mentiras, sino de una simple medida de la intensidad emotiva. Por ejemplo, si la máquina le pregunta su opinión sobre la escuela de su pequeña, quizá conteste usted: «A mi entender, está atestada». Mas ésas son sólo palabras. Por la manera en que reaccionen su cerebro, corazón, hormonas y glándulas sudoríparas, Multivac juzgará con exactitud con qué intensidad se interesa usted pon la cuestión. Descubrirá sus sentimientos, los traducirá mejor que usted mismo.

—Jamás oí cosa igual —manifestó Norman.

—Estoy seguro de que no. La mayoría de los detalles de Multivac son secretos celosamente guardados. Cuando se marche, se le pedirá que firme un documento jurando que jamás revelará la naturaleza de las preguntas que se le formularon, como tampoco sus respuestas, ni lo que se hizo o cómo se hizo. Cuanto menos se conozca a Multivac, menos oportunidades habrá de presiones exteriores sobre los hombres que trabajan a su servicio o se sirven de él para su trabajo. —Sonrió melancólico—. Nuestra vida resulta bastante dura...

—Lo comprendo.

—Y ahora, ¿desearía comer o beber algo?

—No, gracias. Nada por el momento.

—¿Alguna otra pregunta que formular?

Norman meneó la cabeza en gesto negativo.

—En ese caso, usted nos dirá cuando se halle dispuesto.

—Ya lo estoy.

—¿Seguro?

—Por completo.

Paulson asintió. Alzó una mano en dirección a sus ayudantes, quienes se adelantaron con su aterrador instrumental. Muller sintió que su respiración se aceleraba mientras les veía aproximarse.


La prueba duró casi tres horas, con una breve interrupción para tomar café y una embarazosa sesión con un orinal. Durante todo ese tiempo, Norman Muller permaneció encajonado entre la maquinaria. Al final, tenía los huesos molidos.

Pensó sardónicamente que le sería muy fácil mantener su promesa de no revelar nada de lo que había acontecido. Las preguntas ya se habían reducido a una especie de vagarosa bruma en su mente.

Había pensado que Multivac hablaría con voz sepulcral y sobrehumana, resonante y llena de ecos. Ahora concluyó que aquella idea se la había sugerido la excesiva espectacularidad de la televisión. La verdad le decepcionó en extremo. Las preguntas aparecían perforadas sobre una cinta metálica, que una segunda máquina convertía en palabras. Paulson leía a Norman estas palabras, en las que se contenía la pregunta, y luego dejaba que las leyese por sí mismo.

Las respuestas de Norman se inscribían en una máquina registradora, repitiéndolas para que las confirmara. Se anotaban entonces las enmiendas y observaciones suplementarias, todo lo cual se transmitía a Multivac.

La única pregunta que Norman recordaba de momento era una incongruente bagatela:

—¿Qué opina usted del precio de los huevos?

Ahora todo había terminado. Los operadores retiraron suavemente los electrodos conectados a diversas partes de su cuerpo, desligaron la banda pulsadora de su brazo y apartaron la maquinaria a un lado.

Norman se puso en pie, respiró profundamente, se estremeció y dijo:

—¿Ya está todo? ¿Se acabó?

—No, no del todo —respondió Paulson, sonriendo animoso—. Hemos de pedirle que se quede durante otra hora.

—¿Y por qué? —preguntó Norman con cierta acritud.

—Es el tiempo preciso para que Multivac incluya sus nuevos datos entre los trillones de que ya dispone. Sepa usted que existen miles de alternativas, algo sumamente complejo... Puede suceder que se produzca algún raro debate aquí o allá, que algún interventor en Phoenix, Arizona, o bien alguna asamblea en Wilkesboro, Carolina del Norte, formulen alguna duda. En tal caso, Multivac precisará hacerle una o dos preguntas decisivas.

—No —se negó Norman—. No quiero pasar de nuevo por eso.

—Probablemente no sucederá —trató de tranquilizarle Paulson—. Raras veces ocurre... De todos modos, habrá de quedarse pon si acaso. —Cierto tonillo acerado, un tenue matiz, asomó a su voz—. No tiene opción, ya lo sabe. Debe quedarse.

Norman se sentó con aire fatigado, encogiéndose de hombros.

—No podemos dejarle leer el periódico —añadió Paulson—, pero si quiere una novela policíaca, o jugar al ajedrez..., cualquier cosa en fin que esté en nuestra mano proporcionarle para que se entretenga, dígalo sin reparos.

—No deseo nada, gracias. Esperaré.

Paulson y sus ayudantes se retiraron a una pequeña habitación, contigua a la estancia en que Norman había sido interrogado. Y éste se dejó caer en un butacón tapizado de plástico, cerrando los ojos.

Tendría que aguardar a que transcurriese aquella hora lo mejor posible.


Bien retrepado en su asiento, poco a poco fue cediendo su tensión. Su respiración se hizo menos entrecortada y, al entrelazar las manos, no advirtió ya ningún temblor en sus dedos.

Tal vez no hubiese ya más preguntas. Tal vez hubiese acabado de modo definitivo.

Y si todo había terminado, ahora vendrían los desfiles de antorchas y las invitaciones para hablar en toda clase de solemnidades. ¡El Votante del Año!

Él, Norman Muller, un vulgar empleado de un almacén de Bloomington, Indiana, un hombre que no había nacido grande ni había realizado jamás acto alguno de grandeza, se hallaría en la extraordinaria situación de impulsar a otro a la grandeza.

Los historiadores hablarían con serenidad de la Elección Muller del año 2008. Ése sería su nombre, la Elección Muller.

La publicidad, el puesto mejor, el chorro de dinero que tanto interesaba a Sarah, ocupaban sólo un rincón de su mente. Todo ello sería bienvenido, desde luego. No lo rechazaba. Pero, por el momento, era otra cosa lo que comenzaba a preocuparle.

Se agitaba en él un latente patriotismo. Al fin y al cabo, representaba a todo el electorado. Era el punto focal de todos ellos. En su propia persona, y durante aquel día, se encarnaba todo Estados Unidos...

Se abrió la puerta, despertando su atención y despabilándole por completo. Durante unos instantes, sintió que se le encogía el estómago. ¡Que no le hicieran más preguntas!

Pero Paulson sonreía.

—Hemos terminado, señor Muller.

—¿No más preguntas, señor?

—No hay ninguna necesidad. Todo ha quedado completamente claro. Será usted escoltado hasta su casa y volverá a ser un ciudadano particular..., en la medida en que el público lo permita.

—Gracias, muchas gracias. —Norman se sonrojó—. Me preguntaba... ¿Quién ha sido elegido?

Paulson meneó la cabeza.

—Tendrá que esperar al anuncio oficial. El reglamento se muestra muy severo al respecto. No podemos decírselo ni siquiera a usted. Supongo que lo comprende...

—Desde luego.

Norman parecía embarazado.

—El servicio secreto tendrá dispuestos los papeles necesarios para que los firme usted.

—Sí.

De pronto, Norman se sintió orgulloso, lleno de energía. Ufano y arrogante. En este mundo imperfecto, el pueblo soberano de la primera y mayor Democracia Electrónica habla ejercido una vez más, a través de Norman Muller (a través de él), su libre derecho al sufragio universal.

 

Título original: "Franchise" publicado en Cuentos Completos, Volumen I
Traduccion de Carlos Gardini 1990, Punto de lectura, 2002