lunes, 25 de mayo de 2009

Gracias a Dios se acabó todo

Fuente: Internet (manip. elect.) Hawley Crippen en 1911

Con las máquinas a su máxima potencia el Laurentic alcanzaría el Montrose en un par de días. A bordo iba Walter Dew el inspector jefe de Scotland Yard. Años atrás había conseguido renombre en el famoso caso de las prostitutas asesinadas de WhiteChapel. Algunos rotativos todavía dudaban de la veracidad del mismo y hasta de la existencia del asesino al que nunca logró ponerle el guante encima. Aun así en cuanto cesaron los crímenes el inspector Dew fue condecorado y ascendido. El objetivo de Walter ahora era otro. Los dos barcos se dirigían, bordeando el Círculo Polar Ártico, hacia el Canadá, pero Dew tenía la imperiosa necesidad de llegar antes. Para lograrlo contaba con la maquinaria del Laurentic, un buque más moderno y más veloz que el que todavía le llevaba la delantera. A bordo del Montrose su capitán había ordenado aminorar la marcha. Quería así colaborar con la justicia. Ajenos a estas maniobras, Hawley Crippen y Ethel Le Neve que seguía pensando que el pelo corto como un chico no le quedaba mal, esperaban finalizar pronto la dilatada travesía del océano. Una nueva vida y, un futuro mejor, les esperaba en el Quebec. Por su parte el Doctor Crippen que estaba convencido de que sus profundos conocimientos de química le proporcionarían un trabajo estable y bien pagado en el Canadá, aunque no estaba tan satisfecho de sus dotes de persuasión. Pues por culpa de eso se hallaban los dos en la nave. Sabía que había levantado sospechas pero ignoraba que le habían considerado el principal sospechoso desde el primer interrogatorio. Hawley era profundamente religioso y estaba feliz consigo mismo. Creía que había hecho “lo correcto” y no tenía nada que temer; “Dios proveerá” se decía siempre antes de acostarse. Se introdujo la mano en el bolsillo delantero de su americana. Tocó convulsivamente una vez más el botecillo de aconitina que se había traído consigo por si las oraciones no surtían efecto a la hora de librarle de todo mal. Ethel, enamorada y ajena a los tormentosos pensamientos de su novio, disfrutaba del viaje. Faltaban tan sólo cuatro jornadas para llegar a su destino. Tenía la sensación de que el trayecto se alargaba, de que las jornadas se hacían eternas. Se consoló pensando que el capitán quería que el pasaje disfrutase así de las bellezas polares que normalmente los ciudadanos europeos no tienen al alcance de su vista. Cuando se anunció que en menos de veinticuatro horas se empezaría la maniobra de atraque en el puerto del Quebec, Dew respiró aliviado y Ethel se llenó de júbilo porque el crucero le había supuesto muchos mareos y regurgitaciones. En esa misma mañana la embarcación se detuvo en alta mar. Nadie sabía nada. Se mandó por los altavoces que todos los viajeros permanecieran en sus camarotes. Del Montrose se abrió una escotilla y se dejó caer una escalerita por la que la policía del Canadá pudo abordar la nave. Les recibió el capitán que fue quien les condujo a su objetivo. Dentro el doctor Crippen y Ethel desconocían lo que pasaba. Oyeron golpear la puerta con insistencia. Se levantó y abrió. Enfrente se encontró de nuevo con Dew que no necesitó presentarse. Le enseñó la orden de detención:
—Queda usted detenido, se le acusa del asesinato y descuartizamiento de su esposa Cora Crippen. Encontramos los restos en su domicilio el día después de su huída.
—Gracias a Dios todos se ha acabado —respondió el Doctor Crippen al tiempo que metía instintivamente su mano en el bolsillo para comprobar si todavía disponía del botecillo...

© Manel Aljama (mayo 2009)

5 comentarios:

  1. Fue un caso real. Su esposa, según las crónicas era una pésima cantante que malgastaba el tiempo en cabarets de baja categoría. Tenía varios amantes y le negó el divorcio. El Dr Crippen cometió un grave error deshaciéndose de una esposa con tantos amigos. Hawley fue ahorcado y Ethel fue declarada inocente. Se volvió a casar y tuvo hijos.

    ResponderEliminar
  2. Con lo fácil que le hubiera resultado convencerla de un crucero y en un descuido... Pero bueno, imagino que los crímenes perfectos son aquellos que no se resuelven ni se dan a conocer, y éste, sin duda, no lo era. Me encantó la narración, la historia, la ambientación, todo. Un buen relato Manel. Felicidades.
    Carmen

    ResponderEliminar
  3. Nos traes esas historias que tú renuevas y actualizas, dejándo que el ambiente sepia nos invada. Me gustan mucho. Me gusta la delicadeza con la que las tratas, el respeto que traslucen y lo que cuentas.
    Bicos

    ResponderEliminar
  4. Parece que últimamente le estás tomando gusto a este estilo de redactar, cosa que te agradezco como seguidor tuyo ya que disfruto leyéndo estas historias a medio camino entre el relato y la crónica periodística:
    "No sé leer"
    "El caso Poupardin"
    "Gracias a Dios se acabó todo"
    Tres buenas historias muy bien contadas.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  5. Como siempre, escritor es un enorme placer pasar por tu blog...es tu narración muy descriptiva, donde juegas como se te da la gana con el lector, desconocía esta historia .Un viaje en un barco, seguramente a comenzar aquella pareja una nueva vida, pero el pasado le pesaba en la conciencia.
    "—Gracias a Dios todos se ha acabado —" Exclamó el protagonista cuando fue detenido.
    Y que a pie enjuto hizo uso de aquel veneno de aconitina?
    jejejeme llamó mi atención ese detalle.



    besitos
    Soni

    ResponderEliminar

Gracias por tu colaboración.