Aquella mañana era especial. El joven Raúl, con sus ya veinticinco años se dirigía a su nuevo trabajo que en realidad era su primer empleo. Se trataba de una empresa puntera más que nada porque estaba en una punta de la comarca, a unos ochenta kilómetros de su domicilio. Ese día también estrenaba su primer coche de cuarta mano. La compañía se llamaba RAM&CO y se dedicaba al montaje de circuitos electrónicos. Al llegar al recinto empresarial se encontró una barrera como tantas, cerrada como tantas, con un portero con gran capacidad de sinapsis neuronal, el cual sólo sabía obedecer órdenes de su inmediato jefe, como tantos.
—¿Dónde va usted? —preguntó con tono de interrogación el portero.
—Vengo a trabajar —respondió Raúl de manera dócil.
—¿Comercial? ¡Hoy no puede ser! Los días que se recibe a representantes son los jueves de 10 a 12 horas —bramó el cancerbero.
—¡Que no! ¡Que vengo a trabajar aquí! —afirmó Raúl esta vez contrariado.
—Los que vienen a trabajar aquí tienen pase. Si no tiene pase no le puedo permitir la entrada. Son las normas —dijo lacónicamente el armario humano.
—¡Pero si es mi primer día aquí! ¡No puedo tener pase! —respondió cada vez más desesperado Raúl.
—Lo siento yo no puedo dejar entrar a nadie que no tenga pase. Yo no doy pases ni sé quien los da. Son las normas —sentenció el portero casi sin abrir la boca.
—¿Y no tiene a nadie de superior para preguntarle qué se hace en estos casos?
—¿Qué casos? ¡Usted no lleva pase usted no entra, son las normas!
—¿Usted debe hacer horas extras en las discotecas, no? —preguntó Raúl.
—No entiendo lo que quiere decir. ¿Quiere hacer el favor de retirar esa mierda de coche de moro que lleva y dejar paso a los camiones de carga y descarga? ¡Voy a tener que llamar a la Guardia Civil!
Raúl se inquietaba por momentos. “No puede ser” —decía para sí. “Voy a llegar tarde el primer día”. “Esto me va a costar mi carrera” —seguía pensando cada vez más nervioso. Dentro de su coche, engranó la marcha atrás, giró el volante con tan mala fortuna que golpeó el piloto delantero de otro auto que estaba aparcado. La alarma del otro vehículo comenzó a sonar. El portero interrumpió la audición de la tertulia radiofónica de la COPE y salió disparado de su garita.
—¡Cabrón, vete ya de aquí o llamo a la Guardia Civil! —profirió educadamente.
En esto que entraba Pilar, la responsable de Recursos Humanos con quien había hecho la entrevista en un centro de negocios. Raúl salió de su coche e intentó hacer un gesto para que ella le viera. No advirtió que el portero cual apisonadora desbocada se dirigía hacia él y no precisamente para saludarle. Pilar consiguió verle... Verle como caía al suelo por el efecto del tortazo que le propinó el portero.
Despertó y lo primero que vio fue la luz... La de la lámpara de la enfermería de la empresa. Le dolían las cervicales y la mandíbula. Tenía una extraña sensación de labios y nariz hinchados. Reparó que tenía un extraño gusto a sangre en la boca. Pero por fin había conseguido entrar en la compañía. La enfermera le ayudó a incorporarse y le entregó por fin el codiciado pase, la ansiada tarjeta que le franquearía la puerta al día siguiente. Le acompañó hasta el departamento de producción. Por el pasillo se encontró unas cuantas oficinistas que bajaban la cabeza para ocultar la risa al verle. Su aventura con el portero se había convertido en la estrella de los cotilleos. En cuanto llegaron, Ángel, el jefe de producción, le recibió con una sonrisa de oreja a oreja. Le explicó el horario. Le enseñó su mesa de trabajo que en realidad consistía en un banco en un rincón mal iluminado. También le explicó los pormenores y el origen de la compañía, los logros, premios internacionales y el cambio de rumbo que se avecinaba con la participación de una sociedad americana.
—Bueno, esto es todo por el momento. Ya sabes donde estoy. Si me disculpas un momento, voy a recursos humanos —dijo desde el borde la puerta y salió.
Al girar por el pasillo Ángel pensó: —“Joder siempre mandan tíos con estudios que luego me quieren quitar el puesto”. Sin llamar abrió la puerta del despacho de Pilar.
—¡Hola Ángel!, Pasa, precisamente te iba a telefonearte...
—¿A mí? —contestó Ángel haciéndose el interesante, quizá prometiéndose una aventurilla.
—Sí, como sabes nuestra compañía fue comprada por “Bit and Byte”, y dirección de recursos humanos de la casa matriz exige que se cumplimente un test de capacitación y valoración de todo el personal incluyendo los mandos intermedios y superiores.
—Bueno pero eso tiene solución. Habla con el señor Eulogio, ya sabes... —dijo él todo convencido.
—No, Ángel, no, esta vez tu padre no te puede proteger. Es una orden tajante de los nuevos propietarios de esta casa. Y todo el personal, directivos incluidos están obligados a realizarlo. Son los nuevos dueños en la compañía y pueden hacer lo que quieran —aseguró Pilar.
—¡No puede ser! ¡Tú me quieres liar! Deja que hable con mi padre...
En aquel momento llamaron a la puerta. Se presentó Don Eulogio, el director general. Pilar lo saludó con un cortés “buenos días” y Ángel con “hola papá”.
—¡Déjate de tonterías! Seguramente me van a cesar y si no quieres que te larguen a ti también tendrás, que aceptar un cambio de departamento. La cosa está así. En el consejo de administración están muy preocupados con la baja producción y la excesiva rotación del personal de taller. —dijo el director y padre.
—Ya te he dicho papá que es culpa de esta señora que no trae la gente adecuada —dijo con tono de niño mimado.
—¡Es que no te das cuenta! ¡A ver si te enteras ya de una vez! ¡Capullo! Todos los que han salido de aquí porque a ti no te servían están produciendo beneficios en la competencia, ¡estúpido! Que sepas que Pilar, nuestra directora de recursos humanos tiene toda la confianza por parte de la presidencia y del consejo de administración. Le avalan más de diez años de experiencia en su campo. ¡Que no es tu caso! ¡Imbécil, que te pareces a tu madre! —aún no había acabado el discurso.
—¡No te metas con mamá! —dijo el aludido y esta vez su cara era un poema.
—¡Será tu madre! ¡Pero tú no eres mi hijo! ¡Antes me tenía que haber divorciado! ¡Me has hundido! ¡Un departamento que era la envidia de los competidores! ¡Hasta que llegaste tú! ¡Tuve que subirte el sueldo y despedir a los tres mejores oficiales que tenía porque decías que no eran buenos! ¡Serás cabrito! ¡Si ni siquiera sabes hacer la o con un canuto! Sonó el móvil de Pilar. Respondió en inglés. Los dos “altos directivos” no sabían más inglés que la frase “my taylor is rich” de primaria. Tras unos minutos de conversación en la que los ojos de Pilar se iban iluminando progresivamente. Se dirigió hacia su escritorio, movió el ratón de su ordenador y comprobó el correo electrónico para ver si es cierto lo que le estaban comunicando por teléfono. Acabó la conversación.
—Bueno, los acontecimientos se han precipitado —intervino Pilar con firmeza y prosiguió:
—Vamos a resolver esto a mi modo. Me acaban de nombrar country manager con plenos poderes ejecutivos y tengo instrucciones de darles a ustedes una salida rápida y honrosa. Usted, señor García, dada su edad y su experiencia, le acepto su dimisión. En cuanto a usted —dijo dirigiéndose a Ángel—, lo más que le puedo ofrecer es un puesto en Marketing. Tengo que renovarlo y un individuo de su calaña me va a servir en mi propósito.
—¿Y quién se va a encargar de la producción?
—Raúl, es una persona cualificada y tiene toda mi confianza.
—¡Que pasa que es más guapo que yo! ¡Niña, si tú aún no me conoces al completo! –contestó Ángel.
—¡Señor García júnior! ¡Deje de decir tonterías! Ahora mando yo. Me han sugerido darles una salida con honor y es lo que estoy haciendo. No complique más las cosas. La dirección me pide que apueste por jóvenes valores cualificados para remontar esta situación de crisis. Nadie conseguirá hacerlo peor de lo que ha lo ha hecho usted ni esforzándose. Usted no llega ni a la suela de la zapatilla de todos los empleados que han pasado por el departamento. Si no le interesa la propuesta, váyase. En sus correos electrónicos tienen copia de mi nombramiento y de su cese —dijo con firme Pilar.
Don Eulogio García cogió por el brazo al niño para evitar males mayores y se lo llevó. En producción sonó el teléfono. Raúl lo cogió y al ver que era Pilar temió lo peor. —“Ese cabrón ya me ha despedido” —pensó. Su sorpresa fue mayúscula. Entró para desarrollar su carrera, le rompieron la nariz y lo nombraron jefe de producción, todo en un día.
Por la tarde Raúl fue también el protagonista que llenó de gozo a familiares y amigos. Su padre se mostró dudoso de un ascenso tan meteórico. En cambio su novia pareció aceptarlo de muy buen grado y se mostró mucho más cariñosa que de costumbre:
—¡Raúl ya podemos buscar piso y pensar en casarnos! Quiero tener el suelo de parqué, las cortinas ya las tengo elegidas y los muebles que he escogido te van a gustar... —siguió hablando y hablando. A Raúl le empezó a entrar un dolor de cabeza y no sabía si era de la paliza del Bulldog...
© Manel Aljama García (octubre 2003, modif. Abril 2005)
—¿Dónde va usted? —preguntó con tono de interrogación el portero.
—Vengo a trabajar —respondió Raúl de manera dócil.
—¿Comercial? ¡Hoy no puede ser! Los días que se recibe a representantes son los jueves de 10 a 12 horas —bramó el cancerbero.
—¡Que no! ¡Que vengo a trabajar aquí! —afirmó Raúl esta vez contrariado.
—Los que vienen a trabajar aquí tienen pase. Si no tiene pase no le puedo permitir la entrada. Son las normas —dijo lacónicamente el armario humano.
—¡Pero si es mi primer día aquí! ¡No puedo tener pase! —respondió cada vez más desesperado Raúl.
—Lo siento yo no puedo dejar entrar a nadie que no tenga pase. Yo no doy pases ni sé quien los da. Son las normas —sentenció el portero casi sin abrir la boca.
—¿Y no tiene a nadie de superior para preguntarle qué se hace en estos casos?
—¿Qué casos? ¡Usted no lleva pase usted no entra, son las normas!
—¿Usted debe hacer horas extras en las discotecas, no? —preguntó Raúl.
—No entiendo lo que quiere decir. ¿Quiere hacer el favor de retirar esa mierda de coche de moro que lleva y dejar paso a los camiones de carga y descarga? ¡Voy a tener que llamar a la Guardia Civil!
Raúl se inquietaba por momentos. “No puede ser” —decía para sí. “Voy a llegar tarde el primer día”. “Esto me va a costar mi carrera” —seguía pensando cada vez más nervioso. Dentro de su coche, engranó la marcha atrás, giró el volante con tan mala fortuna que golpeó el piloto delantero de otro auto que estaba aparcado. La alarma del otro vehículo comenzó a sonar. El portero interrumpió la audición de la tertulia radiofónica de la COPE y salió disparado de su garita.
—¡Cabrón, vete ya de aquí o llamo a la Guardia Civil! —profirió educadamente.
En esto que entraba Pilar, la responsable de Recursos Humanos con quien había hecho la entrevista en un centro de negocios. Raúl salió de su coche e intentó hacer un gesto para que ella le viera. No advirtió que el portero cual apisonadora desbocada se dirigía hacia él y no precisamente para saludarle. Pilar consiguió verle... Verle como caía al suelo por el efecto del tortazo que le propinó el portero.
Despertó y lo primero que vio fue la luz... La de la lámpara de la enfermería de la empresa. Le dolían las cervicales y la mandíbula. Tenía una extraña sensación de labios y nariz hinchados. Reparó que tenía un extraño gusto a sangre en la boca. Pero por fin había conseguido entrar en la compañía. La enfermera le ayudó a incorporarse y le entregó por fin el codiciado pase, la ansiada tarjeta que le franquearía la puerta al día siguiente. Le acompañó hasta el departamento de producción. Por el pasillo se encontró unas cuantas oficinistas que bajaban la cabeza para ocultar la risa al verle. Su aventura con el portero se había convertido en la estrella de los cotilleos. En cuanto llegaron, Ángel, el jefe de producción, le recibió con una sonrisa de oreja a oreja. Le explicó el horario. Le enseñó su mesa de trabajo que en realidad consistía en un banco en un rincón mal iluminado. También le explicó los pormenores y el origen de la compañía, los logros, premios internacionales y el cambio de rumbo que se avecinaba con la participación de una sociedad americana.
—Bueno, esto es todo por el momento. Ya sabes donde estoy. Si me disculpas un momento, voy a recursos humanos —dijo desde el borde la puerta y salió.
Al girar por el pasillo Ángel pensó: —“Joder siempre mandan tíos con estudios que luego me quieren quitar el puesto”. Sin llamar abrió la puerta del despacho de Pilar.
—¡Hola Ángel!, Pasa, precisamente te iba a telefonearte...
—¿A mí? —contestó Ángel haciéndose el interesante, quizá prometiéndose una aventurilla.
—Sí, como sabes nuestra compañía fue comprada por “Bit and Byte”, y dirección de recursos humanos de la casa matriz exige que se cumplimente un test de capacitación y valoración de todo el personal incluyendo los mandos intermedios y superiores.
—Bueno pero eso tiene solución. Habla con el señor Eulogio, ya sabes... —dijo él todo convencido.
—No, Ángel, no, esta vez tu padre no te puede proteger. Es una orden tajante de los nuevos propietarios de esta casa. Y todo el personal, directivos incluidos están obligados a realizarlo. Son los nuevos dueños en la compañía y pueden hacer lo que quieran —aseguró Pilar.
—¡No puede ser! ¡Tú me quieres liar! Deja que hable con mi padre...
En aquel momento llamaron a la puerta. Se presentó Don Eulogio, el director general. Pilar lo saludó con un cortés “buenos días” y Ángel con “hola papá”.
—¡Déjate de tonterías! Seguramente me van a cesar y si no quieres que te larguen a ti también tendrás, que aceptar un cambio de departamento. La cosa está así. En el consejo de administración están muy preocupados con la baja producción y la excesiva rotación del personal de taller. —dijo el director y padre.
—Ya te he dicho papá que es culpa de esta señora que no trae la gente adecuada —dijo con tono de niño mimado.
—¡Es que no te das cuenta! ¡A ver si te enteras ya de una vez! ¡Capullo! Todos los que han salido de aquí porque a ti no te servían están produciendo beneficios en la competencia, ¡estúpido! Que sepas que Pilar, nuestra directora de recursos humanos tiene toda la confianza por parte de la presidencia y del consejo de administración. Le avalan más de diez años de experiencia en su campo. ¡Que no es tu caso! ¡Imbécil, que te pareces a tu madre! —aún no había acabado el discurso.
—¡No te metas con mamá! —dijo el aludido y esta vez su cara era un poema.
—¡Será tu madre! ¡Pero tú no eres mi hijo! ¡Antes me tenía que haber divorciado! ¡Me has hundido! ¡Un departamento que era la envidia de los competidores! ¡Hasta que llegaste tú! ¡Tuve que subirte el sueldo y despedir a los tres mejores oficiales que tenía porque decías que no eran buenos! ¡Serás cabrito! ¡Si ni siquiera sabes hacer la o con un canuto! Sonó el móvil de Pilar. Respondió en inglés. Los dos “altos directivos” no sabían más inglés que la frase “my taylor is rich” de primaria. Tras unos minutos de conversación en la que los ojos de Pilar se iban iluminando progresivamente. Se dirigió hacia su escritorio, movió el ratón de su ordenador y comprobó el correo electrónico para ver si es cierto lo que le estaban comunicando por teléfono. Acabó la conversación.
—Bueno, los acontecimientos se han precipitado —intervino Pilar con firmeza y prosiguió:
—Vamos a resolver esto a mi modo. Me acaban de nombrar country manager con plenos poderes ejecutivos y tengo instrucciones de darles a ustedes una salida rápida y honrosa. Usted, señor García, dada su edad y su experiencia, le acepto su dimisión. En cuanto a usted —dijo dirigiéndose a Ángel—, lo más que le puedo ofrecer es un puesto en Marketing. Tengo que renovarlo y un individuo de su calaña me va a servir en mi propósito.
—¿Y quién se va a encargar de la producción?
—Raúl, es una persona cualificada y tiene toda mi confianza.
—¡Que pasa que es más guapo que yo! ¡Niña, si tú aún no me conoces al completo! –contestó Ángel.
—¡Señor García júnior! ¡Deje de decir tonterías! Ahora mando yo. Me han sugerido darles una salida con honor y es lo que estoy haciendo. No complique más las cosas. La dirección me pide que apueste por jóvenes valores cualificados para remontar esta situación de crisis. Nadie conseguirá hacerlo peor de lo que ha lo ha hecho usted ni esforzándose. Usted no llega ni a la suela de la zapatilla de todos los empleados que han pasado por el departamento. Si no le interesa la propuesta, váyase. En sus correos electrónicos tienen copia de mi nombramiento y de su cese —dijo con firme Pilar.
Don Eulogio García cogió por el brazo al niño para evitar males mayores y se lo llevó. En producción sonó el teléfono. Raúl lo cogió y al ver que era Pilar temió lo peor. —“Ese cabrón ya me ha despedido” —pensó. Su sorpresa fue mayúscula. Entró para desarrollar su carrera, le rompieron la nariz y lo nombraron jefe de producción, todo en un día.
Por la tarde Raúl fue también el protagonista que llenó de gozo a familiares y amigos. Su padre se mostró dudoso de un ascenso tan meteórico. En cambio su novia pareció aceptarlo de muy buen grado y se mostró mucho más cariñosa que de costumbre:
—¡Raúl ya podemos buscar piso y pensar en casarnos! Quiero tener el suelo de parqué, las cortinas ya las tengo elegidas y los muebles que he escogido te van a gustar... —siguió hablando y hablando. A Raúl le empezó a entrar un dolor de cabeza y no sabía si era de la paliza del Bulldog...
© Manel Aljama García (octubre 2003, modif. Abril 2005)
"Los que vienen a trabajar aquí tienen pase. Si no tiene pase no le puedo permitir la entrada. Son las normas —dijo lacónicamente el armario humano.
ResponderEliminar— ¡Pero si es mi primer día aquí! ¡No puedo tener pase! —respondió cada vez más desesperado Raúl.
—Lo siento yo no puedo dejar entrar a nadie que no tenga pase. Yo no doy pases ni sé quien los da. Son las normas —aseveró el portero casi sin abrir la boca."
Con fino humor denuncias una actitud típica de aquellos que, ateniéndose a las normas, no atienden a otra cosa que no sea una orden absurda. En su cerrazón de cancerberos convencidos son capaces de llegar a situaciones tan ridículas como la que planteas con el portero de la fábrica. Eso es el comienzo, luego viene otra realidad que es la del niñato que sin méritos propios accede a un cargo de relevancia para el que no está preparado y sólo ha conseguido enemigos a su alrededor, por lo que es sustituido sin contemplaciones por un recién llegado. Y es que el enchufismo siempre resulta detestable en cualquier ámbito en el que se produzca.
Divertida comedia de un primer día de trabajo, le has sacado mucho partido al tema, el cual, y a primera vista, parecía que no tuviera demasiado interés.
Un abrazo.
Andrés