En una colina al atardecer, enfilando las Alpujarras; dos figuras contemplaban el valle que se extendía a sus pies. Soplaba un viento seco y cálido a pesar de que era el mes de enero. Los rayos del Sol de esa hora les caían como lanzas fatales que aumentaba aún más su cansancio. Reinaba el silencio. Una de las figuras empezó a gimotear. Giró su cabeza a izquierda y derecha. Rompió a llorar.
—No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre —le espetó la otra figura que hasta entonces había guardado silencio. Recibió un llanto de damisela por respuesta.
—¿Por qué te peleaste en Guadix contra tu padre? —continuaba hierática y serena la figura de estatura más baja.
—¿Por qué aceptaste la ayuda de esos repugnantes Abencerrajes?, ¿eh? —el acoso era implacable.
—Pero tú estabas de acuerdo —respondió entre sollozos.
—Mi casa, las casas de mis hijos, las casas de los hijos de mis hijos, ¿qué haré yo?
—Llorar.
—Mis joyas, las joyas de mis hijos, las joyas de los hijos de mis hijos, ¡ah!, ¿qué haré yo?
—Llorar...
—Mis caballos, los caballos de mis hijos, los caballos de los hijos de mis hijos, ¿qué haré yo?
—Pues...
—Mis ropajes, mis vestidos, los vestidos de mis hijos, los vestidos de los hijos de mis hijos.
—¡Llora de una puñetera vez!
—Los vestidos de mi mujer, los vestidos de sus sirvientas...
—¡Sigue, sigue, tú a lo tuyo! —algo contrariada.
—Las sirvientas...
—¡Pues venga, desahógate de una vez!...
—Mis hijos, los hijos de mis hijos, triste de mí ¿Habibi, qué faré-yo o qué serád de mi mibi?1
—¿Pero qué dices ahora? ¿Hablas ya como ellos? ¡Llora, chico, llora de una puñetera vez!
—¡Ah, basta ya, sólo me dices que llore!
Boabdil el chico volvió a mirar de soslayo su Granada. Aixa, su madre, envuelta en ropa vieja y polvorienta repitió el mismo gesto. Tras unos instantes, él siguió gimoteando, ella volvió con la letanía:
—Llora como una mujer lo que no has sabido defender como un hombre.
—¡Ay!, madre, perdóneme pero es que me está dando la brasa.
—Mira, la brasa me la has dado tú, maricón. ¡Mira que jugártelo todo en el Casino Granada!, ¡cabrón!, ¡tira para casa, mal hijo! Yo no te voy a tocar, pero tu mujer...
En la guantera del auto una barra de chocolate Sultana se derretía. El viejo y destartalado Renault 4 enfiló otra vez la carretera dejando un rastro de polvo mientras el Sol se ponía definitivamente.
© Manel Aljama (maljama) octubre 2006
(1) Traducción y adaptación de una Jarcha en mozárabe: ¿Amigo mío, que haré o que será de mí?
Jajajaja, me encanta leerte, siempre acabo con una enorme sonrisa en la boca, y con éste más. Vaya forma de perder, ni la dignidad pudo conservar jajaja
ResponderEliminarCarmen
Carmen
ResponderEliminarGracias por tus palabras. Andrés escribió su particular versión de esta historia, que si mal no recuerdo tituló "Boabdil el chico"...
ja,ja,ja,ja, !anda que ya les vale a los dos... brasa y rebrasa! ja,ja,ja,
ResponderEliminarsupersimpática la escena, dí que sí, que hay que quitarle siempre yerro a los asuntos del perder... seas quien seas
Un besote, ya sabes, de los gordísimos