Numerosos ensayos intentan discernir qué roles sexuales del ser humano han sido determinantes a lo largo de la historia por la naturaleza y cuáles por la cultura.
Se tuvo que esperar hasta Sigmund Freud para que se diferenciase la función reproductiva, de origen natural, de la meramente sexual y de búsqueda del placer. La biología y otras ciencias han estudiado los patrones sexuales, las pautas, juegos de apareamiento y relaciones de los humanos en todo el proceso evolutivo que lleva desde la hominización hasta nuestros días. Y es difícil distinguir los roles que vienen dados por la genética (o la naturaleza) de los culturales.
Poligamia y Evolución
Anatomía del amor, de Helen E. Fisher (ed. Anagrama) es una excelente cartografía sobre la sexualidad. Después de un completo examen sobre divorcio y adulterio en más de 50 sociedades desde los bosquimanos hasta los mormones de Utah, y, de hacer una comparación exhaustiva entre aves y mamíferos, nos descubre con sorpresa que la monogamia, la poligamia o el abandono de la pareja son explicables mediante la mismísima teoría de la evolución.
Por supuesto que el ser humano es más afortunado por ejemplo, que algunas lagartijas que se reproducen por partenogénesis, y, el hecho de la posibilidad de copular cara a cara, la intensidad de los orgasmos (únicos o múltiples), y el hecho de disfrutar de una sexualidad no reproductiva en cualquier momento han convertido esta sexualidad en una intensa experiencia vaya o no acompañada del amor. Un poco más complicado es el enamoramiento que los científicos atribuyen a una sustancia química de nombre feo: feniletilamina que cual droga altera emociones y sentimientos.
Desde la prehistoria los hombres ya buscaban la mujer más fértil, y las mujeres, el hombre más fuerte. Y aunque desde el punto de vista evolutivo, la monogamia ha llegado a ser generalizada, la poligamia y el adulterio, son también respuestas humanas a las aparentes leyes de la naturaleza, y una promiscua estrategia para ir diseminando genes. Su censura, es pues, a la vista del estudio, un puritano anatema cultural. El mismo anatema que califica de vicio la homosexualidad, que es más frecuente en otras especies que en los humanos donde las hormonas y el ambiente cooperan de igual manera.
El mito de las Amazonas
Todo se complica cuando las relaciones sexuales se traducen en relaciones de poder, cuando se atribuyen al hombre y la mujer roes ajenos a su naturaleza. Se piensa que sería útil liquidar el mito de las amazonas y las sociedades matriarcales, sin que por ello se acepte resignadamente el patriarcado y se le encuentre una explicación (no una justificación) en el sedentarismo y la aparición de la agricultura. Y tampoco se ha de abandonar las tendencias a favor de la igualdad que enriquezcan de la diversidad.
En cuanto se salta de la evolución a la cultura se complica todo al cargarse de tabúes, prescripciones, prohibiciones de carácter religioso, social o moral. El trabajo de Sebastián Celestino Pérez en La imagen del sexo en la Antigüedad, (ed. Tusquests) ayuda a entender desde donde arranca la represión del sexo y cuándo se convierte en culto. Así de las estatuas de fertilidad del paleolítico a la erótica del sexo en Oriente de Baal y de ahí al monoteísmo de la judeo-cristiana que relega el sexo.
Erotismo sin tabúes
En la construcción de la sexualidad occidental, el mundo grecorromano ha contribuido idealizando el desnudo en el arte, el erotismo sin tabús, concebido como el bien, que decora cerámicas, frescos y pinturas. Dos libros, aparentemente de carácter contrario pero simplemente es su enfoque son: El sexo y el espanto de Pascal Quignard, y, Contra la desnudez, de Oscar Tusquets donde se mezclan teorías sobre arte, pornografía y publicidad.
Un sí a la vida
Esta lucha dialéctica entre sucumbir a los encantos de Eros o reprimir la libido mediante la continencia sexual es fascinante y terrorífica a la vez. Pero muchos autores coinciden en que el erotismo, es un sí a la vida ante las angustias que provoca la muerte y la tradición de Sócrates-Platón-Cristo que en palabras de George Bataille en Las Lágrimas de Eros, son un error fatal al alejar al hombre y la mujer de la misma vida por medio de reprimir el deseo sexual. Así, Nietzsche, e incluso Freud, apostaron por el vitalismo como reacción y del riesgo que la represión excesiva induce a transgredir lo prohibido. De ahí, el salto a la violencia, el sadismo, el masoquismo, son simples reacciones a la represión excesiva.
El ser humano es sin duda un animal erótico que encuentra en el sexo uno de los fines de su existencia.
Extracto de artículo publicado en cuaderno de libros de El Periódico de Catalunya, por Manel García en Marzo de 2008.
Publicat abans a Calaix de Sastre
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