Andros es propietario de un gimnasio culturista en un barrio cosmopolita de una populosa ciudad industrial. A sus cuarenta años se siente realizado en la vida. Buenos ingresos, salud inmejorable y además todavía continúa soltero. Todos los amigos que habían salido de juerga con él en tiempos mozos están ya calvos y fondones, e incluso algunos han recibido sepultura por causa de algún accidente automovilístico o tal verz por un “mal viaje”. En su día fue el rey de las disco cuando entonces se hacían llamar “discoteques”. Acudía emperifollado con sus estrechas camisas de cuello amplio y pantalones pata elefante de color blanco o beige que eran rematados con botines de color caramelo y talón alto. Todavía conserva su mata de pelo, el enorme casco lleno de rizos al estilo afro del que ahora se mofan en algún anuncio de televisión. Nunca se lo cortó salvo cuando tuvo que acudir al ejército.
Ahora está contento porque la moda de su juventud ha vuelto y según él —“para quedarse para siempre”. La moda de los setenta vuelve. Cuando dice esto en su mente siempre suena un tema inolvidable de KC and Sunshine Band del cual se sabe de memoria desde los pasos hasta la letra en inglés:
—Oh, That's the way, ah huh, ah huh, I like it, That's the way, ah huh, ah huh, I like it, ah huh, ah huh, That's the way, ah huh, ah huh, I like it, ah huh, ah huh…
Es sábado por la tarde y son más o menos las ocho cuando Andros se está arreglando para salir. Frente al espejo en calzoncillos de estampado tigre, ajustados y de lycra mueve los pies al ritmo de funk. Con los pies enfundados en calcetines-media de ejecutivo se acaba de poner su eterna camisa negra de amplias solapas mientras pasa su mano por su espesa bola de cabello ensortijado Alza la mano derecha apuntando con el dedo índice hacia el techo mientras de soslayo comprueba el olor que el desodorante ha dejado en su axila. A continuación hace un gesto de flexión con las caderas mientras se pone de perfil para comprobar la prominencia de su paquete. Se toca descaradamente los genitales sin bajar la mano que señala al cielo. Da otra vuelta y pone en marcha su equipo de música. Este aparato aún tiene lector de cassettes. Comienza a sonar machaconamente un tema de Hot Chocolate.
Al ritmo de Sexy Thing nuestro héroe repite la canción mientras baila ante el espejo con pasos de bailarín profesional: de espaldas al reflejo, flexionando alternativamente al ritmo de dos por cuatro ambas rodillas y hombros, mientras tiene los brazos pegados al cuerpo pero ligeramente separados y con las palmas hacia abajo acompañan, moviendo las manos mientras chapurrea en inglés.
—I believe in miracles Where you from You sexy thing I believe in miracles Since you came along You sexy thing.
Poco a poco va levantando los brazos paralelos al suelo y bajándolos al mismo ritmo de dos por cuatro mientras sigue flexionando levemente las rodillas. Retrocede el pie derecho y apoyándose sobre él gira de izquierda a derecha quedando enfrente del espejo subiendo el brazo derecho pegado al cuerpo hasta la altura de la barbilla y apuntándose con el índice en el espejo flexionando ligeramente la misma mano. Sin dejar de flexionar ambas rodillas vuelve las palmas hacia el corazón y las extiende hacia fuera. Una mano va a la cintura y se coloca en jarra y la otra se queda perpendicular al suelo moviendo de arriba hacia abajo señalando con el índice el techo. Flexiona la pierna derecha mientras avanza la izquierda, repite el movimiento flexionando la izquierda para avanzar la derecha. Repite otra vez estos pasos hacia atrás y vuelve a empezar hacia adelante mientras hace el molinillo con los brazos a la altura del plexo solar. Sin perder baza y haciendo servir el cepillo de pelo como micrófono continúa cantando él mismo:
—How did ya' know I needed you so badly. How did ya' know I gave my heart gladly. Yesterday I was one of a lonely people. Now you're lying next to me. Making love to me.
Ha interrumpido la ortodoxia de la coreografía y sin dejar de bailar se ha puesto sus pantalones blancos de “pata elefante”. Se fija en la luz y de pronto ve que es el foco de la disco. Está en el escenario de una auténtica discoteque de los setenta, con su bola gigante de espejitos multicolor y luces al compás. Recibe unos flashes y mira al diskjockey que le señala que es cierto todo lo que está viviendo. La disco está llena hasta los topes y todos le aclaman:
—¡Andros!, ¡Andros!, ¡Andros!, ¡Andros!
Y él repite con su inseparable cepillo micrófono:
—Touch me baby. You sexy thing. You sexy thing.
El disk jokey ha hecho un cambio. Ha introducido September de Hearth Wind & Fire justo por el estribillo:
—Hey hey hey Ba de ya - say do you remember Ba de ya - dancing in September Ba de ya - never was a cloudy day...
Se fija la luz cegadora del foco. Esta luz es cada vez más intensa pero en vez de molestarle, se siente atraído por ella y se dirige en pos de ella. Llega un momento que deja de oír la música, que súbitamente se va debilitando. También deja de ver que está en una disco. Llega un momento que todo está invadido por una luz blanca intensa pero fría, sin calor. Una luz que todo lo llena.
No lejos de allí unos médicos cirujanos, contemplan a Andros que reposa en la mesa de operaciones. Están discutiendo:
—Ya te dije que este tío nos engañó. Seguro que tomaba sustancias dopantes para tener músculos rápidamente y no nos lo dijo. Por eso se "ha quedado" en la anestesia.
—¿Seguro que no te has equivocado con la dosis? —dice el cirujano.
—No, puse la composición habitual a su peso y masa corporal.
—Pues este ya es cadáver, está en coma irreversible. ¡Fíjate! Y todo por alargarse la picha.
© Manel Aljama (maljama)
Ahora está contento porque la moda de su juventud ha vuelto y según él —“para quedarse para siempre”. La moda de los setenta vuelve. Cuando dice esto en su mente siempre suena un tema inolvidable de KC and Sunshine Band del cual se sabe de memoria desde los pasos hasta la letra en inglés:
—Oh, That's the way, ah huh, ah huh, I like it, That's the way, ah huh, ah huh, I like it, ah huh, ah huh, That's the way, ah huh, ah huh, I like it, ah huh, ah huh…
Es sábado por la tarde y son más o menos las ocho cuando Andros se está arreglando para salir. Frente al espejo en calzoncillos de estampado tigre, ajustados y de lycra mueve los pies al ritmo de funk. Con los pies enfundados en calcetines-media de ejecutivo se acaba de poner su eterna camisa negra de amplias solapas mientras pasa su mano por su espesa bola de cabello ensortijado Alza la mano derecha apuntando con el dedo índice hacia el techo mientras de soslayo comprueba el olor que el desodorante ha dejado en su axila. A continuación hace un gesto de flexión con las caderas mientras se pone de perfil para comprobar la prominencia de su paquete. Se toca descaradamente los genitales sin bajar la mano que señala al cielo. Da otra vuelta y pone en marcha su equipo de música. Este aparato aún tiene lector de cassettes. Comienza a sonar machaconamente un tema de Hot Chocolate.
Al ritmo de Sexy Thing nuestro héroe repite la canción mientras baila ante el espejo con pasos de bailarín profesional: de espaldas al reflejo, flexionando alternativamente al ritmo de dos por cuatro ambas rodillas y hombros, mientras tiene los brazos pegados al cuerpo pero ligeramente separados y con las palmas hacia abajo acompañan, moviendo las manos mientras chapurrea en inglés.
—I believe in miracles Where you from You sexy thing I believe in miracles Since you came along You sexy thing.
Poco a poco va levantando los brazos paralelos al suelo y bajándolos al mismo ritmo de dos por cuatro mientras sigue flexionando levemente las rodillas. Retrocede el pie derecho y apoyándose sobre él gira de izquierda a derecha quedando enfrente del espejo subiendo el brazo derecho pegado al cuerpo hasta la altura de la barbilla y apuntándose con el índice en el espejo flexionando ligeramente la misma mano. Sin dejar de flexionar ambas rodillas vuelve las palmas hacia el corazón y las extiende hacia fuera. Una mano va a la cintura y se coloca en jarra y la otra se queda perpendicular al suelo moviendo de arriba hacia abajo señalando con el índice el techo. Flexiona la pierna derecha mientras avanza la izquierda, repite el movimiento flexionando la izquierda para avanzar la derecha. Repite otra vez estos pasos hacia atrás y vuelve a empezar hacia adelante mientras hace el molinillo con los brazos a la altura del plexo solar. Sin perder baza y haciendo servir el cepillo de pelo como micrófono continúa cantando él mismo:
—How did ya' know I needed you so badly. How did ya' know I gave my heart gladly. Yesterday I was one of a lonely people. Now you're lying next to me. Making love to me.
Ha interrumpido la ortodoxia de la coreografía y sin dejar de bailar se ha puesto sus pantalones blancos de “pata elefante”. Se fija en la luz y de pronto ve que es el foco de la disco. Está en el escenario de una auténtica discoteque de los setenta, con su bola gigante de espejitos multicolor y luces al compás. Recibe unos flashes y mira al diskjockey que le señala que es cierto todo lo que está viviendo. La disco está llena hasta los topes y todos le aclaman:
—¡Andros!, ¡Andros!, ¡Andros!, ¡Andros!
Y él repite con su inseparable cepillo micrófono:
—Touch me baby. You sexy thing. You sexy thing.
El disk jokey ha hecho un cambio. Ha introducido September de Hearth Wind & Fire justo por el estribillo:
—Hey hey hey Ba de ya - say do you remember Ba de ya - dancing in September Ba de ya - never was a cloudy day...
Se fija la luz cegadora del foco. Esta luz es cada vez más intensa pero en vez de molestarle, se siente atraído por ella y se dirige en pos de ella. Llega un momento que deja de oír la música, que súbitamente se va debilitando. También deja de ver que está en una disco. Llega un momento que todo está invadido por una luz blanca intensa pero fría, sin calor. Una luz que todo lo llena.
No lejos de allí unos médicos cirujanos, contemplan a Andros que reposa en la mesa de operaciones. Están discutiendo:
—Ya te dije que este tío nos engañó. Seguro que tomaba sustancias dopantes para tener músculos rápidamente y no nos lo dijo. Por eso se "ha quedado" en la anestesia.
—¿Seguro que no te has equivocado con la dosis? —dice el cirujano.
—No, puse la composición habitual a su peso y masa corporal.
—Pues este ya es cadáver, está en coma irreversible. ¡Fíjate! Y todo por alargarse la picha.
© Manel Aljama (maljama)
¡Pobre hombre!¿Qué ha hecho para que te ensañes de esa manera con él? Total, porque quería tener un poco más de pirulilla vas y te lo cargas.
ResponderEliminarCruel historia que a los del sexo masculino nos acongoja, pero...¡qué divertida!
Un abrazo Manel.
Pobre Andros. Lo he disfrutado, con la música, ese Septembre era uno de mis temas favoritos de la época. Todavía se pueden ver individuos así por la calle, así mismo. Yo misma, me encandilo entrando en las tiendas de ropa, y comprobando lo parecida que es la ropa de ahora a la de entonces. Sólo que antes yo no tenía dinero para adquirirla. Los años no perdonan, no. Pero es bueno mirar, de vez en cuando, hacia atrás. Besos.
ResponderEliminarCarmen
Bueno las modas siempre vuelven,en la ropa...pero el tiempo es implacable con el cuerpo no?
ResponderEliminarPobre Andros!
Si se hubiera quedado con lo que Dios le dio,no estaria fiambre en una mesa de operaciones.
Me divertí leyéndote.
De paso agradeco tus atenciones,vale? Yatá! tutti en su lugar.Gracias!
besitos
Sonia