domingo, 28 de septiembre de 2008

Van como locos

El firme de la calzada está bastante húmedo tras el reciente chaparrón primaveral que ha bañado la calzada y todo el mobiliario urbano de la Plaza Victoria. Los comercios están abiertos hace ya bastante rato. Tan sólo se ha retrasado el bar Jami que suele abrir pasadas las doce de la mañana. Es, según su dueño, para permitir algo de negocio al bar de la competencia, para que se especialice en desayunos y no se queje luego cuando toda la parroquia acuda de forma habitual a la misa del Jami donde los tubos de cerveza cotizan como en bolsa, pero a la baja. Es el mejor marketing que Juan, el propietario, puede ofrecer frente a la deliciosa bollería fina de su rival.

El súbito chirrido de los neumáticos altera el rutinario desorden de la plaza. Un coche aparece por una de las esquinas con exceso de velocidad y de repente da una vuelta de campana. Así, el auto, una vez despatarrado prosigue su desplazamiento en medio de un molesto crujido metálico de un extremo al otro de la glorieta. El golpetazo del morro con un banco metálico pone fin a la danza. Un embellecedor de rueda sale rodando y va a dar contra el escalón de la panadería que está al otro extremo de la plaza. El tapón del depósito de gasolina va detrás en la misma dirección y acaba su recorrido girando sobre si mismo. Se hace el silencio.

Como respondiendo a una llamada telepática los curiosos y los ociosos –que son dos bandos en el sitio-, se empiezan a agolpar alrededor del automóvil accidentado.
—¡Mirad! ¡Parece que el conductor se ha golpeado contra el salpicadero! —dice uno de los congregados.
De fondo se escucha música “reguetón” que proviene del estéreo del coche.
—¡Mira está derramando gasolina! —dice otro de los asistentes cuando contempla el goteo que se va convirtiendo en un reguero.
—¡Está “colgao” por el cinturón! —añade un individuo regordete que tiene cara de haberse bebido algunos litros de cazalla y que fuma un puro.
—¡Dónde vas con eso! ¡No ves que llevas un puro! ¡Que vamos a explotar todos! —le espeta el primero, como si fuese ya el pastor del rebaño.
Un hilillo de sangre se desplaza desde la cabeza del conductor hasta mezclarse con el charco de gasolina del suelo. La multitud no se inmuta.

Dani, el solterón taciturno que estaba bebiendo el cubata número tres para olvidar la ruptura de su última pareja sale del bar y se acerca hasta el vehículo. Mira el coche con las ruedas hacia el cielo y al conductor sin señales aparentes de consciencia. El intenso olor a gasolinera lo impregna todo. Saca del bolsillo su teléfono móvil y empieza a recorrer el listín. Se detiene y extrae un cigarrillo de la cajetilla que lleva en el bolsillo superior de la camisa. Se lo pone en los labios. Del bolsillo derecho del pantalón saca el mechero. Lo enciende y con lenta precisión aproxima la llama al cigarrillo. Da una inicial e profunda calada. Prosigue la búsqueda de direcciones en el listín del celular.
—¡Menos mal que alguien va a llamar a una ambulancia! —exclama alguien
Dani da otra calada.
—¡Tendría que ser a la policía! —replica otro
La búsqueda se hace lenta, ahora Dani va poco a poco, y el bip bip de cada nueva ficha contrasta con el murmullo de la muchedumbre apelotonada ante el accidente.
—¡O, o a emergencias-urgencias o como se llame! —dice uno algo tartamudo que parece que ha oído algo en las noticias.
Da otra chupada a su cigarrillo y prosigue con el bip bip del celular.
La última calada. Saca la ya casi colilla de sus labios y se la mira. Se la vuelve a poner en la boca y prosigue su infructuosa búsqueda en el listín. Al llegar al final de la tercera vuelta se da por vencido. Se guarda el teléfono en el bolsillo de donde lo sacó. Se da media vuelta y se aleja de la muchedumbre expectante. Antes de girar la esquina se quita la colilla de los labios y la arroja con fuerza hacia atrás. Se oye una estruendosa explosión seguida de un sinfín de gritos y quejas de dolor. Impasible nuestro hombre sigue caminando. Se oye que alguien más mayor que estaba a resguardo en un balcón que dice:
—¡Si es que van como locos!

© Manel Aljama (maljama) julio 2008

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Este texto es un homenaje o tal vez epitafio a una plaza, a unos comercios que son presa de la decrepitud, de la decadencia y en definitiva de su inexorable fin.

    Tengo una versión en catalán en Relats en Català: Relats en Català

    y que ha sido reproducida también en Valldecorb

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  3. Y así mismo sucede Manel, y cada día más, vamos a la nuestra, no nos fijamos más que en nosotros y todo lo demás nos importa un mínimo, todo debe girar en torno nuestro, de ahí que veamos desaparecer las cosas de siempre y sean sustituidas por falsos espíritus que circulan sin ni tan siquiera una ilusión. Es que cada día, como dices, van más como locos.
    Besos.
    Carmen

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