viernes, 3 de abril de 2009

Será sólo un momento


Piercing Extraño Fuente Internet

El timbre del ático no paraba de sonar. Lo podían oír todos los vecinos. Ajena al barullo, Trinidad,
madre de Javián, el músico ocasional del timbre de la puerta, intentaba protegerse de los primeros rayos solares que se colaban por la ventana tapándose aún más con la exigua manta. Divorciada de su tercer matrimonio le daba calor en el lecho un escuchimizado cubano que roncaba como un oso asmático. El enorme y baboso perro de la vivienda, al que llamaban Beethoven, se espantó por el ruido y se metió bajo el sofá cama del saloncito. La minicadena estaba encendida y hacía ya bastantes horas que el último CD de “reguetón” había atolondrado a los sufridos habitantes del inmueble.
Javián solía vestir pantalones de cintura caída y talle bajo, de esos que enseñaban donde la espalda pierde el nombre. Su cráneo estaba coronado por una cresta de pelo entre negro y amarillo orín, quizá producto de la excesiva oxigenación, aún tiesa gracias a la gomina. Adornaba sus cejas con anillas plateadas. Y remataba su nariz una argolla que le llegaba casi hasta el labio superior. Sus orejas estaban claveteadas de brillantes mientas que los lóbulos tenían dos enormes agujeros forrados de metal.
—¡Cómo mola! —decía a todo el veían y se admiraba por primera vez.
El sol ya llenaba todo de luz matutina. Javián, sin desfallecer había empezado a acompañar el timbre con percusión de su bota de punta metálica que descargaba contra la trotinada puerta. El cubano empezó a oír las quejas de algunos vecinos, disgustados por lo temprano de la diana matinal, pero incorporó los quejidos a su ensueño y se dio media vuelta robándole otra vez la manta a su compañera de catre. Beethoven era el único que podía oír la molesta campanilla de la puerta y actuó dando dos o tres ladridos tras lo cual se dio la vuelta para intentar dormir de nuevo.
Javián mientras tanto, seguía aporreando la puerta y dándole al timbre. De repente se dio cuenta que usaba su dedo corazón pues le faltaba el dedo índice. Entonces recordó que ya no le dolía nada. Y como en una nebulosa o porque las pastillas ingeridas hacía horas empezaban a perder su efecto, se acordó de todo:
—Será sólo un momento. No duele nada. Empleamos anestesia local. Y además tiene las mismas ventajas que los “piercing” —le insistía un individuo con bata blanca y que lucía algunas canas en su enorme cola de caballo.
—¿Molará entonces? —preguntó Javián en forma indecisa y retórica.
—No te quepa la menor duda chaval. ¡Tú no sabes la lista de espera que tengo! Tú decides... está en tus manos si quieres ser uno de los primeros en imponer una moda. Luego no te quejes —insistió el sanitario.
Javián accedió. Los colegas le advirtieron que podía ser un error pero él les contestó que no eran más que un atajo de cobardes envidiosos y que para tener amigos como ellos más valía abrirse las venas en canal. No recordaba nada más hasta el pinchazo de la jeringuilla y el despertar posterior con la obra de arte acabada...
—Pero... —hablando con dificultad debido a los “piercing” de su lengua—, ¿no me lo puedo volver a “ponel”?
—No, Javián, no, tu dedo índice no te lo puedo volver a poner pero te lo puedes guardar en el congelador si lo conservas dentro de esta cajita que te damos de regalo —le respondió el cirujano melenudo al tiempo que le alcanzaba una recipiente de metacrilato con un cojincito en el que el reposaba su dedo índice. No lograba recordar nada más de la consulta de Tattoos y lo siguiente que le venía a la memoria era la reacción de su madre:
—Tiene derecho a cometer sus propios errores —dijo ella cuando se enteró.
Sus recuerdos se interrumpieron cuando desde el ático le lanzaron un llavero que se quedó enganchado en su crin.

© Manel Aljama, maljama (Diciembre 2006 – Enero 2008)
También como Ampútate (Generación Piercing)

3 comentarios:

  1. Este relato me lo inspiró unos vecinos que vivían en cuarta planta y se comportaban tal y como los he intentado describir. La fantasía claro está, es la de la amputación. "Ampútate era el título original de este relato. Es esa generación que sólo conoce reclamar derecho pero que ignora que se tienen obligaciones. Los que ensucian la escalera, los que hacen ruído, los que se les extravía un gato y vienen al cabo de una semana a preguntar si lo hemos visto, los que abandonan un niño pequeño en el carrito a la entrada para irse de fiesta, los que lo tiran al contenedor, los que creen que el maestro, el juez, el político tienen la culpa de su propia incompetencia o irresponsabilidad. Son casi un reflejo que ya hice en "Cincuenta años no son nada" (http://manelaljama.blogspot.com/2008/10/que-cincuenta-aos-no-son-nada.html)
    Si alguien que no mira si un menor de 12 años se tatua y se pone "piercings" no tardará en dejarse amputar un dedo si fuese moda. De hecho visten con los calzones caídos enseñando la ropa anterior como si fuese moda de buen gusto.
    NOTA: Ampútate es el nombre de un cómic de los 80 que ahora no recuerdo el autor.

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  2. Jajaja pues vaya tortura tener unos vecinos así, no me lo imagino, aunque he padecido otro tipo de tribu diferente. Me gusta que le cambiaras el titulo así no desvelas el final. Es increíble la de cosas que se pueden llegar a hacer por destacar o por pertenecer a un grupo, nunca entenderé el porqué.
    Besos.
    Carmen

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  3. Y sí. Hay modas que son tan absurdas... Ahi podemos ver reflejda la estupidez de la especie humana. Tengo una amiga que se tatuó un lagarto pequeño en la pierna, y ahora tiene un dinosaurio, dice ella tras haber engordado unos kilos.

    Besotes, majete.

    Entrellat

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