Llevar una pala en el maletero de su viejo todoterreno había significado un golpe de suerte para Esteban. Era el final de un posgrado de esos de administración de empresas que se organizan en caserones de zonas boscosas relativamente cercanas a las grandes capitales y que sirve para que los ejecutivos séniors y júniors estén al día con todo lo que viene de los Estados Unidos. Aunque a Esteban le resultaba difícil admitir que las nuevas teorías especulativas de los “neocon”: comprar a bajo precio, vender al más alto; eran mucho mejores que el ya considerado caduco “taylorismo” por el cual un empleado de cualquier compañía debía ser capaz de adquirir cualquier producto que se fabricase. No hacía falta, según les enseñaban, esperar beneficios después de comprar acciones; había que vender inmediatamente los títulos. Como colofón al curso se escogió por unanimidad la guerrilla libre con bolas de pintura, pero en la modalidad individual; todos contra todos. A él, con cincuenta años y fumador, le preocupaba el ímpetu de los más jóvenes, pues además de estar en mejor forma, realizaban con frecuencia actividades paramilitares. A nadie de los presentes se le escapaba que los “ganadores” en la batalla serían los que ocuparían los mejores cargos y los mayores aumentos de sueldo. Tenía que mantener su posición con uñas y dientes. Con ademanes de animal espantado, sacó del maletero la zapa que llevaba por si el vehículo se atascaba en algún camino enfangado. No tenía ropa de camuflaje y su indumentaria se limitaba a los pantalones de fin de semana. Se internó en el bosque buscando la protección de la espesura y el follaje. Buscó la zona más clara y menos protegida para disponer una barrera defensiva. Fue capaz de preparar una hilera de agujeros, del tamaño aproximado de un zapato, que luego cubrió con hojarasca. Luego ató bramantes a la base de los árboles, a ras del suelo y un poco más adelantados de los hoyos. Tenía la esperanza de que quizá Tato, su mayor enemigo en la compañía, caería en la trampa. Quería darle una lección e incluso deshacerse de él definitivamente. Era autodefensa: “Igual un día contrata un sicario y me elimina”, pensaba. Ya empezaba a oscurecer cuando se encontró con un individuo muy parecido a Tato empuñando una pistola que parecía de verdad.
—¡Atrápame si tienes cojones! —Esteban le incitó para que le persiguiera.
El aludido le disparó. Por fortuna la bala dio en un árbol. Esteban arrancó a correr y detrás el del arma. Rebasó la línea defensiva aunque estuvo a punto de caer en su propio cepo. Su perseguidor cayó de rodillas. Lanzó un doloroso alarido. Esteban se volvió y sin mirar le descargó un golpe de pala en toda la cabeza.
—¡Aaaah! ¡Desgraciado! ¿Qué haces? ¡Que soy yo! ¡El jefe! —bramó doblándose.
Sin pararse a identificar al perseguidor ni la autenticidad del la pistola, le golpeó de nuevo con la pala, pero esta vez con todas sus fuerzas. No logró abatirlo del todo. Repitió otra vez con más rabia y odio. El enemigo aulló de dolor. Sin darle tiempo a reponerse le clavó el badil en el cuello como si fuese un cuchillo de los usados en la matanza del cerdo. Un cuarto golpe acabó por derribarlo definitivamente. Soltó por un momento la herramienta y arrastró el sangrante y aún convulso despojos hasta esconderlos detrás de unos matorrales. Todavía tenía trabajo pendiente, aún faltaba Tato.
—¡Menos mal que todavía tengo la pala! ¡Ahora voy por ti! Tengo que sobrevivir y sólo tengo una pala. —dijo en voz alta mientras abandonaba la espesura del bosque.
—¡Atrápame si tienes cojones! —Esteban le incitó para que le persiguiera.
El aludido le disparó. Por fortuna la bala dio en un árbol. Esteban arrancó a correr y detrás el del arma. Rebasó la línea defensiva aunque estuvo a punto de caer en su propio cepo. Su perseguidor cayó de rodillas. Lanzó un doloroso alarido. Esteban se volvió y sin mirar le descargó un golpe de pala en toda la cabeza.
—¡Aaaah! ¡Desgraciado! ¿Qué haces? ¡Que soy yo! ¡El jefe! —bramó doblándose.
Sin pararse a identificar al perseguidor ni la autenticidad del la pistola, le golpeó de nuevo con la pala, pero esta vez con todas sus fuerzas. No logró abatirlo del todo. Repitió otra vez con más rabia y odio. El enemigo aulló de dolor. Sin darle tiempo a reponerse le clavó el badil en el cuello como si fuese un cuchillo de los usados en la matanza del cerdo. Un cuarto golpe acabó por derribarlo definitivamente. Soltó por un momento la herramienta y arrastró el sangrante y aún convulso despojos hasta esconderlos detrás de unos matorrales. Todavía tenía trabajo pendiente, aún faltaba Tato.
—¡Menos mal que todavía tengo la pala! ¡Ahora voy por ti! Tengo que sobrevivir y sólo tengo una pala. —dijo en voz alta mientras abandonaba la espesura del bosque.
© Manel Aljama (agosto 2004, revisiones agosto 2008, junio 2009)
Este relato, premonitorio en cierta manera lo acabé en agosto de 2004. Pretendía criticar la estupidez en una actividad que sólo sirve para generar más comptetividad en las empresas y, que se ofrece, como actividad lúdica. No existe normativa ni reglamentación ni ningún tipo de regulación. Muchos participantes salen con hematomas de consideración, tirones, roturas de ligamentos y, otros pueden accidentalmente sufrir lesiones oculares.
ResponderEliminarTodavía no se ha dado el caso del relato pero esta semana han detenido a unos cuantos por el asesinato de un ejecutivo en la calle Santaló de Barcelona. Parece ser que fue un subordinado que pagó a un sicario...
Y de corazón espero que se quede en eso... un cuento, aunque hay gente para todo. Yo tampoco comprendo que se considere una actividad tan violenta como algo lúdico y positivo para nadie. Si ya como entretenimiento me parece demasiado, para conseguir mayor rendimiento peor aún. Muy bien llevado el relato, y menos mal que no existan individuos así. Aunque cierto es que visto lo visto, por lo que cuentas que ha sucedido, había que comenzar por replantearse algunas cosas. También pienso que para matar a alguien a los asesinos les sobran las razones, y las que no existen se las inventan. Así está el patio.
ResponderEliminarBesos.
Carmen
Quien evita la ocasión evita el peligro. ¡Que vayan organizando eventos de esos al estilo americano para fomentar el espíritu competitivo de los empleados, que no tardará mucho en ocurrir lo que recreas en tu relato! Sobre todo ahora con la mala leche que corre por ahí con la crisis y demás.
ResponderEliminarInteresante cuento. Ya lo conocía, pero igualmente he disfrutado de nuevo con su lectura.
Me ha gustado el relato que responde a ese tipo de preguntas que creo que muchos nos hacemos ante ese tipo de técnicas, como muy bien dices, importadas de Usa y que nos parecen tan absurdas como abstrusas. Además, también planteas con efectividad lo que pueden llegar a sentir personas, con unos años ya, ante la embestida, tanto por parte de las empresas como de los nuevos rivales y, lo que es peor, que las disyuntivas a las que se puedan someter, pueden llegar a desestabilizarlos como a tu protagonista.
ResponderEliminarEn fin..., hubiera querido decírtelo allí. Si quieres, dime si tengo que hacer algo, para poder seguir comentándote , porque me pide la descarga de un feed o algo así.
¡Qué bien, ya está!
ResponderEliminarBicos
¡Ah!, Trasdeza también soy yo.
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