Fuente Internet autor: Josep Xavier Sanchez |
Bajaron en tropel. El griterío y la histeria colectiva se repetían a diario. Aún no habían asumido su cotidianeidad. De tanto en tanto faltaba alguno en la reunión. Nadie le echaba de menos, sobre todo en cuanto empezaba el frecuente y tortuoso ritual. Al poco de cesar las alarmas se oían el run-run de los aviones aproximarse. En cuanto se escuchaban las primeras detonaciones solía irse la luz y todo quedaba a oscuras, en tenso silencio. Alguien, más precavido encendía un fósforo con la intención de fumar. Estaba prohibido. Nadie se oponía. Las explosiones aumentaban en potencia y en frecuencia. Dificultaban la conversación. Entonces, Josefa González, la intendente de la F.A.I., a la que todos conocían como la Coronela, comenzaba su retahíla de insultos antifascistas mascullados a modo de rosario. No soltaba su mano de una de las tuberías a la que estaba agarrada, quizá para no caer por su temblor de piernas. En medio de la lluvia explosiva tan sólo distinguían que los Junkers alemanes hacían un ruido más fuerte, más ensordecedor que el de los Savoias italianos. Eso era motivo para que don David, el propietario de la ferretería mostrase sus conocimientos de armas. Nadie le seguía la conversación. Ni siquiera don Tomás, el boticario. Todos sospechaban que en cuanto acabase la guerra y ganasen los que ahora estaban castigando desde arriba, el farmacéutico sería uno de los principales delatores. Más valía guardar silencio. La guerra no iba nada bien, a pesar de lo que decían en la radio o en los camiones informativos y, mucho menos, en los diarios populares. Los bombardeos eran más frecuentes y más intensos cada vez. Eso había dicho el pequeño Jesús, que apenas tenía catorce. Nadie le contestó. Era normal no responder a nadie en el refugio. Ninguna discusión. Ningún debate. Diálogo de sordos. Crudo monólogo. Jesús no se daba por vencido:
—Don Tomás, usted que sabe tanto, ¿Quiénes son los buenos?
Seguramente, la Coronela le habría respondido o le hubiese propinado un bofetón. Nadie lo sabe. El chico insistía:
—Don David ¿Quiénes son los buenos?
—Somos nosotros —se atrevió a responder por primera vez el viejo judío, quizá ya había asumido que todo se estaba acabando.
—Y si nosotros somos los buenos, ¿por qué nos tenemos que esconder aquí cada día?
Se hizo otra vez silencio. Pero el chico notaba que era el destino de todas las miradas, sobre todo de la escrutadora mirada de don Tomás y de la represiva vigilancia de la Coronela. Los nervios y el malestar pudieron más esta vez.
—Jesús, —dijo con voz grave don Tomás—, los buenos ganan siempre... ¡no lo dudes!
No había terminado sus palabras, que habían quedado en suspense cuando la primera ronda del bombardeo había cesado. Los motores se oían alejarse. La luz volvió. Josefa abrió la compuerta y todos los ocupantes, empapados en sudor, iniciaban la ascensión por las angostas escaleras. Las peleas se volvían a repetir. Ahora, por salir del agujero. El chaval se había quedado el último. Para su sorpresa, La Coronela quería dejarlo encerrado allí. El muchacho forcejeaba y forcejaba pero no lograba contrarrestar la fuerza de la intendente.
Se despertó entre sudores. Desde que perdió su familia no hacía otra cosa que soñar una y otra vez con el refugio.
—Don Tomás, usted que sabe tanto, ¿Quiénes son los buenos?
Seguramente, la Coronela le habría respondido o le hubiese propinado un bofetón. Nadie lo sabe. El chico insistía:
—Don David ¿Quiénes son los buenos?
—Somos nosotros —se atrevió a responder por primera vez el viejo judío, quizá ya había asumido que todo se estaba acabando.
—Y si nosotros somos los buenos, ¿por qué nos tenemos que esconder aquí cada día?
Se hizo otra vez silencio. Pero el chico notaba que era el destino de todas las miradas, sobre todo de la escrutadora mirada de don Tomás y de la represiva vigilancia de la Coronela. Los nervios y el malestar pudieron más esta vez.
—Jesús, —dijo con voz grave don Tomás—, los buenos ganan siempre... ¡no lo dudes!
No había terminado sus palabras, que habían quedado en suspense cuando la primera ronda del bombardeo había cesado. Los motores se oían alejarse. La luz volvió. Josefa abrió la compuerta y todos los ocupantes, empapados en sudor, iniciaban la ascensión por las angostas escaleras. Las peleas se volvían a repetir. Ahora, por salir del agujero. El chaval se había quedado el último. Para su sorpresa, La Coronela quería dejarlo encerrado allí. El muchacho forcejeaba y forcejaba pero no lograba contrarrestar la fuerza de la intendente.
Se despertó entre sudores. Desde que perdió su familia no hacía otra cosa que soñar una y otra vez con el refugio.
(c) Manel Aljama (junio 2009)
De una pacifista impenitente, gracias por hacer con tu relato que no se olvide algo que no debió suceder. Que no debe suceder.
ResponderEliminar¿LLegará un momento en que seamos capaces los humanos de no promover tanta barbarie?
Buen relato, he notado la tensión, el ambiente cargado y el polvo. Eso tiene que significar algo.
Bicos.
"lOS BUENOS SIEMPRE GANAN" ¡lástima que casi siempre suele ser bastante tarde y mientras eso llega se quedan la mitad de ellos en el camino!
ResponderEliminarBuen relato; tensión, miedo, claustrofobia, recelos, rabia, hechos verídicos...tiene, en el corto espacio que permite el formato, lo necesario para conseguir su objetivo.
Saludos
Ana-fonsilleda-trasdeza.
ResponderEliminarGracias por tus palabas. Si te he contagiado del ambiente de un claustrofóbico refugio en un bombardeo me doy por satisfecho y que puedo transmitir sentimientos con las palabras escritas.
Largos besos
Andrés.
ResponderEliminarGracias por tu comentario y tu halago.
Veo que estás en forma je je. No me pienso debilitar y ni ceder un ápice, por tanto, tengo mucho que aprender todavía...
No creo que haya buenos en las guerras, sólo verdugos y víctimas. Buena recreación de un ambiente opresivo y claustrofóbico.
ResponderEliminar"Los buenos ganan siempre, no lo dudes", aunque tarden en llegar las victorias. Habría que recordar a don Sebastián que en un guerra no gana nadie, que todos pierden. Sería más correcto decir los buenos pierden menos.
ResponderEliminarSaludos, majete.
Una ágil y muy buena narración, sin demasiados elementos has sabido dar forma a una historia que con muy pocos elementos cuenta mucho y muy bien. Felicidades me ha gustado mucho.
ResponderEliminarBesos.
Carmen
Me has enganchado desde la primera línea Manel. Y me has creado un nudo en el estómago con este bombardeo fruto del sinsentido de este pais, de todos los paises por desgracia.
ResponderEliminarLos buenos siempre ganan... claro, que van a decir ellos. Ese parrafo es soberbio un aplauso.
bss
SUENAN LAS SIRENAS, es un relato muy bien redactado, con los elementos justos para en poca extensión, decir mucho. Has creado una situación que desgraciadamente mucha gente vivió en realidad.
ResponderEliminarEl refugio subterráneo, con su silencio y su tensión, donde vivían esos momentos dramáticos, gente de todas las tendencias políticas, con la desconfianza entre unos y otros.
Francisca, la intendente de la Federación Anarquista Ibérica, con su radicalismo. Isaac, con el miedo a ser víctima cuando se acabara la guerra. Sebastián al que todos suponían que les delataría. Y sobre todos, David. El chico ingenuo por ser tan joven que no entendía nada y peguntaba insistentemente sin saber que había otro peligro además de las bombas. Y la aterradora imagen final: ?¡No quiero subir! ¡No!, ¡ya he perdido a mi madre y a mi hermana!
Sólo noto que quizás te ha faltado describir la dantesca imagen del exterior al salir del refugio; la destrucción de los edificios, las víctimas de aquella barbarie.
GREGOTD