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Al poco de colgar el interfono, la enorme locomotora del tren procedente de Antwerpen apareció al doblar la curva. Leopold Leblanc, el vigilante, había tenido el tiempo justo para acatar las órdenes de su colega Pierre Tancré. Dispuso las protocolarias señales de aminorar la marcha y de detener el convoy. Con exactitud mecánica, el tren aminoró la marcha y pasó poco a poco por las agujas, superó las señales de frenado y a la altura de la indicación de stop, reanudó su viaje sin llegar a detenerse. Leblanc se quedó entre atónito y petrificado. La sangre se había esfumado de su faz. Descolgó el auricular con su mano sudorosa y contactó con el jefe de estación de Vermeylen. A su cargo estaba Leon Vreven, un hombre ya muy veterano, de vuelta de muchas batallas, casi a punto de jubilarse pero todavía en plenas facultades. Tranquilizó a Leblanc. Le recomendó que no bebiese vino del malo. Que eso hacía malas pasadas. Leblanc insistió que era abstemio. Vreven, el de Vermeylen le respondió con una carcajada y colgó. Cambió las agujas para que los trenes que entrasen con dirección a Bruselas fuesen a parar a una vía muerta.
—Espero que sea suficiente con casi dos kilómetros —se dijo.
Al cabo de unos dos minutos escuchó el traqueteo del ferrocarril. Todo parecía normal, rutinario, como cada día a la misma hora y en el mismo lugar. También aminoró la marcha y sonó el chirriar de los frenos. Después oyó los repetitivos golpes que las ruedas provocaban en las agujas. Todo iba bien —pensó—, el tren entra en vía muerta y como mal menor los topes que están a suficiente distancia lograrán detenerlo sin ningún percance. Pasó junto a su ventanilla, miró de soslayo la propulsora y se acordó de Leblanc, "Este Leblanc" —pensó—, "se está volviendo un borrachuzo..."
—Una tarde que tenga libre tendré que hacer una visita a Leblanc para enseñarle a beber buen vino. Este muchacho —hablaba para sí en voz alta—, va a ser la vergüenza del gremio.
Se puso su gorra, recogió el silbato y su banderín. En dos o tres zancadas alcanzaría la cabeza de tren. Al poco de salir del despacho de jefatura de estación se quedó paralizado. El convoy proseguía su lenta marcha por la vía cortada pero en el espejo de la locomotora no se veía a nadie dentro. Leblanc iba a tener razón y sin embargo el tren había realizado sus paradas comerciales y obedecido todas las señales. Cuando alcanzó la locomotora abrió la puerta y encontró muerto a Gaston Meyer, su maquinista habitual. Los pasajeros declararon después al juez, que el tren había salido puntual de Antwerpen y que en seguida notaron una pequeña frenada, pero que luego volvió a arrancar y prosiguió la marcha con total normalidad. Todos coincidían en la hora, situaban el suceso en las ocho y once minutos. El juez validó el informe de los distintos forenses: el maquinista había muerto a las ocho en punto y no pudo haber salido nunca de Antwerpen a las ocho y diez.
—Le di la salida a las ocho y diez y me respondió “enterado” desde la locomotora —declaró de forma tajante el jefe de estación de Antwerpen en el juicio celebrado meses más tarde.
—Espero que sea suficiente con casi dos kilómetros —se dijo.
Al cabo de unos dos minutos escuchó el traqueteo del ferrocarril. Todo parecía normal, rutinario, como cada día a la misma hora y en el mismo lugar. También aminoró la marcha y sonó el chirriar de los frenos. Después oyó los repetitivos golpes que las ruedas provocaban en las agujas. Todo iba bien —pensó—, el tren entra en vía muerta y como mal menor los topes que están a suficiente distancia lograrán detenerlo sin ningún percance. Pasó junto a su ventanilla, miró de soslayo la propulsora y se acordó de Leblanc, "Este Leblanc" —pensó—, "se está volviendo un borrachuzo..."
—Una tarde que tenga libre tendré que hacer una visita a Leblanc para enseñarle a beber buen vino. Este muchacho —hablaba para sí en voz alta—, va a ser la vergüenza del gremio.
Se puso su gorra, recogió el silbato y su banderín. En dos o tres zancadas alcanzaría la cabeza de tren. Al poco de salir del despacho de jefatura de estación se quedó paralizado. El convoy proseguía su lenta marcha por la vía cortada pero en el espejo de la locomotora no se veía a nadie dentro. Leblanc iba a tener razón y sin embargo el tren había realizado sus paradas comerciales y obedecido todas las señales. Cuando alcanzó la locomotora abrió la puerta y encontró muerto a Gaston Meyer, su maquinista habitual. Los pasajeros declararon después al juez, que el tren había salido puntual de Antwerpen y que en seguida notaron una pequeña frenada, pero que luego volvió a arrancar y prosiguió la marcha con total normalidad. Todos coincidían en la hora, situaban el suceso en las ocho y once minutos. El juez validó el informe de los distintos forenses: el maquinista había muerto a las ocho en punto y no pudo haber salido nunca de Antwerpen a las ocho y diez.
—Le di la salida a las ocho y diez y me respondió “enterado” desde la locomotora —declaró de forma tajante el jefe de estación de Antwerpen en el juicio celebrado meses más tarde.
© Manel Aljama (julio 2009)
Es un caso que está documentado en la prensa Belga. Sucedió en 1950. Los diferentes forenses coincideron en autopsia. Sin embargo el tren casi llegó a realizar su viaje al completo, unos 15 km. entre Amberes y Bruselas. Varios testimonios vieron la locomotora sin nadi y sin embargo el tren hizo casi todas las paradas.
ResponderEliminarInteresante suceso, narrado impecablemente, da gusto leerlo, uno se mete en la historia y queda enganchado de ella. Muy buena adaptación de un hecho verídico, como nos cuentas, que no está exento de su dosis de misterio.
ResponderEliminarBesos.
Carmen
Me parece un buen relato, una buena manera de sacarle jugo a una antigua noticia sensacionalista.
ResponderEliminarDescribes muy bien el ambiente ferroviario y le das un toque de misterio que hace interesante la lectura.
Gracias por vuestros. He indagado mejor y tiene toda la pinta de ser una leyenda urbana: tiene casi todos los elementos. Ya me curé en salud y dije "documentado en la prensa belga", la escrita.
ResponderEliminarJustamente al leer los comentarios pensé en eso en la típica leyenda urbana que asquiere visos de realidad a fuerza de repetirla y repetirla
ResponderEliminarDe cualquier manera, lo he pasado bien. Me gustan estos hechos, reales o no, que nos acercas de vez en cuando.
Bicos.
Misteriosa, yo diría, mágica historia urbana, que puede ocurrir en cualquier anden de una ciudad o en nuestras propias existencias. El alma buena queda deambulando y maniobrando las viitas de nuestras vidas
ResponderEliminarComo siempre me ha fascinado leerte...e interpretado la lectura de tu texto , a mi manera.
PD: Al fin pude entrar en tu página!!!
besitos
soni
Misterioso, sin duda. Has hecho un cuento de esos para contarse a los chicos y dales un pequeno susto; eso si, agregandole algo mas de suspenso. Me ha gustado la ligereza al manejar la historia, a pesar de que pudiera caer en eso de las leyendas urbanas que a veces resultan trilladas y repetidas, aqui no seucede, mantiene la atencion hasta el final. y eso se agradece y se disfruta.
ResponderEliminar: )
Carla,
ResponderEliminarSi has disfrutado o has pasado miedo es que lo he conseguido ;) aunque sea una leyenda urbana...